viernes, 11 de febrero de 2022

(1643) La brutalidad de los mapuches traía como consecuencia la brutalidad de los españoles, con lo que Chile se iba convirtiendo de forma progresiva en un país trágico.

 

     (1243) Como siempre ocurría, la moral de los indios se elevaba considerablemente tras derrotar a los españoles: "Para protegerse de lo que podía resultar de esta victoria de los indios, cuyo orgullo era tanto que andaban por toda la tierra haciendo ostentación de todas las cabezas de los españoles, especialmente de las del sargento mayor Alonso Rodríguez Nieto, de Felipe Díaz de Cabrera y Cristóbal Hernández Redondo,  que habían destacado en la batalla, preparó allí el gobernador Martín Ruiz de Gamboa una fortaleza dejando en ella alguna gente para su defensa. Hecho esto, se fue al embarcadero de Tanquelen, en cuyo camino halló al maestre de campo, Juan Álvarez de Luna, con cincuenta españoles que estaban sacudiéndose el polvo de una refriega que habían tenido con más de dos mil indios, matando gran parte de ellos y a tres capitanes suyos llamados Guaitopangue, Talqueperel y Renque, con lo cual, y con la llegada del gobernador, hubo gran regocijo por largo rato hasta que él prosiguió su camino, quedando el maestre de campo para sustentar la guerra en todo el distrito".

   No había descanso posible frente a la perpetua y brutal rebeldía de los mapuches: "En este tiempo andaba el capitán Baltasar Verdugo en las tierras de Osorno con cuarenta hombres, donde padeció muchos trabajos por la dificultad y aspereza de los caminos y frecuentes encuentros que tenía con los enemigos, sin cesar de perseguirlos de día y de noche. Por todas las ciudades del norte andaban siempre los españoles limpiando la tierra de adversarios, talándoles las sementeras y llevándoles los ganados para obligarlos a rendirse. El gobernador Ruiz de Gamboa envió a su alférez general, Nicolás de Quiroga, con alguna gente a las tierras de Chillán, Angol y Penco, donde se preparaban los indios para atacar. Le encargó al capitán Pedro Olmos de Aguilera juntar gente y recoger provisiones por necesitarlo los que andaban en Arauco. Y sin detenerse más, partió el gobernador hacia la provincia de Lliben, llevando por tierra un bergantín grande por espacio de quince leguas para echarlo al agua en la laguna de Ranco y entrar en las islas a castigar a los rebelados que habían matado al sargento mayor Alonso Rodríguez Nieto y a sus hombres. Al llegar a Quinchilca, asentó su campamento, y envió a su maestre de campo con cincuenta españoles y doscientos indios a recorrer la tierra de Renigua, destruyendo a su gente y haciendas sin dejar cosa de provecho".

     Aunque los grupos de españoles andaban repartidos para castigar a los indios rebeldes por sus feroces ataques, el gobernador recibía información sobre lo que se iba haciendo: "En este tiempo le llegó noticia de que se había ajusticiado al cacique don Pedro Guaiquipillan, considerado el rey entre los indios, por haber acometido a los españoles que estaban en la encomienda de don Pedro Mariño de Lobera. Y asimismo se dio muerte a otros muchos de su compañía, los cuales se habían alborotado por estar hartos de sufrir las molestias de algunos españoles, y en particular uno muy desalmado que los trataba como a perros, como lo hacen otros muchos en estos reinos. Tras esta noticia,  llegó otra más pesada de que toda la tierra por donde acababa de pasar, que era la de Marquina, se quería poner en arma para dar contra los españoles".

 

     (Imagen) Es plato de mal gusto, pero no queda más remedio que mostrar cómo tantos años de feroz lucha contra los crueles mapuches habían degenerado el comportamiento de muchos españoles. El gobernador Gamboa les habló a algunos caciques que tenía presos: "Les prometió que los libraría de las vejaciones de los encomenderos que les chupaban la sangre. Dicho esto, mandó ahorcar a los diez más culpables, y dejó libres a los demás. Pero, un día después, llegó la noticia de que se habían alzado los indios de Codico, que estaban bajo el mando del bárbaro Guaichamanel, el cual había matado a su padre y a un sobrino suyo. El gobernador, para dar el debido castigo a los rebelados, despachó al capitán Rafael Portocarrero con ochenta hombres con orden de que se juntasen con el maestre de campo Juan Álvarez de Luna y atacasen a los enemigos. Toparon con algunos de ellos, que iban a cuidar sus haciendas, mataron a los varones e hicieron crueldades en las mujeres, como era cortarles los brazos, pechos y otras partes de sus cuerpos, sin atender al detrimento de las criaturas que amamantaban ni a la piedad que profesa la ley de Jesucristo, sino solamente a ponerles terror y obligarles a rendirse. Muy poca esperanza de quietud tenían ya las cosas en este tiempo, hasta el punto de que el gobernador se vio obligado a sacar de sus pueblos a los indios de paz de la provincia de Codico, trasladándolos a Callacalla y Andalue (ver imagen), donde fuesen amparados con la asistencia de los españoles de la ciudad de Valdivia. Y aunque habían de sembrar en las tierras a donde iban, hicieron el riego en la que dejaban con muchas lágrimas de sus ojos y gotas de sangre del corazón por verse sacar de sus hogares. Y, aprovechando la situación, echaban mano algunos españoles de los indios a los que podían achacar alguna culpa de alzamiento, y llevándolos al puerto, los embarcaban para que fuesen vendidos como esclavos cautivados en guerra lícita (hacía muchísimos años que eso estaba prohibido incluso en guerra lícita). Sobre lo cual hubo en aquella playa un llanto tan doloroso, que la hacía estar más amarga con las lágrimas que salada con las olas. Lloraron las madres por sus hijos, y las mujeres por los maridos, y aun los maridos por las mujeres, pues se las quitaban para esclavas de soldados y otras cosas peores que ellos suelen hacer. Y en esto hay hasta hoy grandes abusos, saliendo cuadrillas de soldados a correr la tierra, alejándose del cielo por los desafueros que hacen, y así anda todo revuelto viviendo cada uno como le da la gana".




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