(1324) De conformidad con sus capitanes,
el gobernador García Ramón decidió construir un fuerte de considerable
capacidad de resistencia: "Se trataba de conseguir que impusiese respeto a
los indios de esa comarca y sirviera de lugar de refugio a los cautivos
españoles que lograsen escapar de sus manos. Se creía con fundamento que, en los contornos de las
destruidas ciudades de La Imperial y de Villarrica, debían hallarse retenidos
muchos de esos cautivos, y que un fuerte colocado en aquella zona facilitaría el
rescate de aquellos infelices. El Gobernador inició sin demora los trabajos
para su construcción, y, por su extensión, llegó a ser el más considerable que
se hubiere levantado en Chile. Los españoles, desplegando una infatigable
actividad, tuvieron aquel fuerte, al cabo de cuarenta días, rodeado de un ancho
foso, defendido por sólidas empalizadas, y provisto de espaciosos galpones y de
chozas para contener una guarnición considerable. Esa plaza, que el año
siguiente se pensaba convertir en ciudad, recibió el nombre de San Ignacio de
la Redención".
Lo españoles sabían que el sólido fuerte
no garantizaba una seguridad absoluta: "Mientras el Gobernador salía con sus
tropas en todas las inmediaciones con la esperanza de rescatar algunos
cautivos, los indios intentaron dos vigorosos ataques contra el fuerte. En uno
de ellos consiguieron penetrar en el recinto fortificado, y, de haber tenido más
orden y disciplina, habrían conseguido una importante victoria. Pero los
bárbaros perdieron un tiempo precioso en el saqueo de los primeros cobertizos que
ocuparon, con lo que dieron tiempo a que se organizara la resistencia dentro
del fuerte. El sargento mayor don Diego Flores de León, que mandaba en la
plaza, organizó la resistencia y peleó resueltamente durante tres horas,
causándoles pérdidas considerables. Las cabezas de los indios muertos en la
refriega, fueron colocadas en escarpias en los alrededores del fuerte para aterrorizar
al enemigo". Lo cual parece una réplica de lo que los mapuches hacían
habitualmente con muchos españoles muertos, algo raramente visto en el resto de
las Indias.
Se ve que los españoles, en cuanto dejaban
más o menos controlada una zona, se trasladaban
a otra, porque nunca faltaban territorios alborotados: "Después García
Ramón repitió sus correrías en la comarca vecina al río Cautín. Por todas
partes los enemigos parecían atemorizados. No osaban presentar combate, pero
tampoco entraban en negociaciones de paz ni querían hacer un canje de sus
cautivos. A fines de marzo, cuando creyó que la proximidad del invierno exigía
su presencia en otra parte, el Gobernador dispuso la vuelta de sus tropas a la
región del Biobío. Según sus cálculos, el fuerte de San Ignacio debía preparar
la pacificación de las tribus del sur y favorecer la libertad de los españoles
que los indios retenían en sus tierras. Para que esa plaza pudiera mantenerse
durante el invierno, dejó en ella víveres abundantes para diez meses y le puso
una guarnición de doscientos ochenta soldados escogidos. Don Juan Rodolfo
Lisperguer, aquel acaudalado y arrogante capitán que en años atrás había tenido
muy ruidosos altercados con el gobernador Ribera, fue designado para jefe de
esa plaza". Recordemos que Lisperguer llegó a tener alguna persecución
judicial.
(Imagen) A pesar de las enormes
dificultades, el gobernador Alonso García Ramón seguía esperanzado: "Parecía
convencido de que tantos trabajos no eran estériles, y de que los indios de la zona
de La Imperial quedaban bastante escarmentados. Sin embargo, el 2 de abril de
1606 sus tropas se vieron acometidas junto al río Calpi. Aunque lograron evitar
la derrota, tuvieron que lamentar la pérdida de los capitanes Juan Sánchez Navarro
y Tomás Machín, que gozaban de gran reputación. El Gobernador vería en breve cuán
poco satisfactorio era el resultado de aquella campaña. Se dirigió a Angol, pensando
hallar fundada allí una nueva población. Había dejado este encargo al capitán
Núñez de Pineda, el cual aguardaba refuerzos de tropas que vendrían de México
para llevarlo a cabo. Pero, contra lo esperado, llegaron solamente unos cincuenta
hombres, mandados por el capitán Antonio de Villarroel. Al recibirlos, Núñez de
Pineda los juntó con la tropa de su
mando, y se puso en marcha hacia Angol. Mientras pasaban por una angostura
montañosa, la retaguardia se vio acometida por los indios. En ella iban los soldados
venidos de México, los cuales, por ser bisoños, se desordenaron sin oponer una
seria resistencia. Veinte de ellos, incluidos los dos oficiales que los
mandaban, quedaron muertos en el campo. Los indios, victoriosos en este lance,
volvieron apresuradamente a sus montañas llevando en sus picas las cabezas de
los españoles muertos, y arrastrando consigo un botín considerable de caballos,
ropa y armamento. Tras este doloroso desastre, hubo que renunciar por entonces al
proyecto de repoblar Angol. Mientras tanto, en la región de la costa, el
coronel Pedro Cortés había pasado también todo el verano ocupado en frecuentes
correrías contra los indios. La paz que habían aceptado las tribus de esa
comarca era, como se debería haber pensado desde el principio, absolutamente
efímera. Los indios, a los cuales se les había concedido la exención del
servicio personal, sustituido por la imposición de un tributo cuando la
pacificación estuviese terminada, aprovechaban esta misma situación para hostilizar
a los españoles y para fomentar entre los suyos el espíritu de resistencia. Aunque
Pedro Cortés había fundado un nuevo fuerte en Elicura, no tenía sentido hacerse
muchas ilusiones por estos pequeños logros creyendo que la situación de los
españoles había mejorado considerablemente". El Gobernador García Ramón
morirá el año 1610. La imagen muestra una carta, dirigida al Rey (siendo virrey
de Perú el Marqués de Montesclaros), en la que Luis Merlo de la Fuente solicita
el cargo del fallecido (y le fue
concedido).
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