jueves, 5 de mayo de 2022

(1714) Con buena visión, el gobernador Alonso de Ribera decidió abandonar temporalmente varias poblaciones alejadas y siempre acosadas por los mapuches. Hoy en día son pujantes ciudades chilenas.

 

     (1314) También la ciudad de Osorno se encontraba en grandes apuros. Allí mandaba el capitán Hernández Ortiz, que había llegado de Valdivia en abril de 1602, donde ya padeció muchas dificultades: "Los defensores de Osorno  tenían serios problemas para comunicar con Chiloé, que era, desgraciadamente, el único lugar de donde podían recibir socorros. Los indios enemigos les habían robado casi todos los caballos y ocupaban todas las inmediaciones. El número vecinos se había ido reduciendo poco a poco hasta quedar encerrados en un fuerte,  y, a fines de 1603, las tropas de Osorno que, tres años antes superaban los cuatrocientos hombres, estaban reducidas, a fines de 1603, a sólo ochenta. Ribera llegó a Concepción a primeros de noviembre para dirigir la nueva campaña que pensaba hacer contra los mapuches. Por entonces, entró un buque que traía del sur estas noticias lastimosas y una firme petición de nuevas y mayores ayudas para defender y sustentar aquellas apartadas poblaciones. Ante la imposibilidad absoluta de asistirlas convenientemente, el gobernador Ribera tomó una resolución suprema. Ordenó 'que los fuertes de Valdivia y de Osorno se quiten, y que la guerra vaya de aquí (Concepción) hacia el sur sin dejar en pie cosa que esté en rebeldía'. Al dar cuenta al Rey de esta determinación, el Gobernador explicaba prolijamente los hechos que la habían hecho indispensable, demostrando con verdadero tino militar que los pueblos enclavados en el corazón del territorio enemigo, incomunicados unos con otros, no afianzaban en manera alguna la conquista, y, además, ocasionaban gastos considerables, vivían en medio de continuas alarmas y se irían debilitando hasta llegar a su aniquilación. El buque que llevaba la orden del Gobernador para despoblar esos establecimientos sufrió algunos atrasos, y  llegó a Valdivia el 13 de febrero de 1604. En esta plaza no quedaban más que cuarenta y cuatro personas que, según la pintoresca expresión de Ribera, 'por tanta necesidad, no aguardaban sino la muerte'. Abandonando aquellos lugares en que habían sufrido tantas miserias y tantas fatigas, se hicieron a la vela para los mares de Chiloé. El Gobernador había ordenado que esa gente se estableciese en el puerto de Carelmapu (frente a la costa norte  de Chiloé), y que desde allí comunicara a los últimos defensores de Osorno la orden de despoblarla definitivamente".

     A pesar del catastrófico panorama, y del probable tenebroso futuro que les esperaba a los españoles de Chile, el Gobernador pensaba que las cosas podían mejorar: "Alonso de Ribera había comprendido mejor que sus predecesores el plan de guerra que debía adoptarse para lograr la pacificación. La despoblación de esas ciudades no era, según él, un verdadero desastre. 'Con esto queda aquella tierra reparada -le escribía al Rey-, y permitirá que la guerra se prosiga hacia el sur, siendo fácil si Vuestra Majestad envía la gente que he  pedido. Lo que conviene a vuestro real servicio es que la guerra vaya desde aquí (Concepción) hacia abajo, sin dejar detrás nada que que esté de rebeldía. Ya la llevo así, y espero enviar pronto a Vuestra Majestad muy buenas noticias y poner las poblaciones en situación de hacer guerra al enemigo sustentándose unas a otras'. Bajo el punto de vista estratégico, este plan era excelente, y el único practicable, pero el Gobernador se engañaba lastimosamente al creer que podía llevarse a cabo en pocos años y, más aún, cuando pensaba que a él le tocaría la gloria de dar cima a aquella obra gigantesca".


     (Imagen) Acabamos de ver que, cumpliendo órdenes del gobernador Ribera, los pocos que quedaban en Valdivia abandonaron la ciudad y se trasladaron al puerto del Carelmapu, llevando de paso el encargo de que fueran a Osorno para comunicar a sus vecinos que también ellos tenían que marcharse de allí. Y nos cuenta Diego Barros: "Cuando llegaron a Carelmapu, la ciudad de Osorno ya estaba abandonada. El capitán Francisco Hernández Ortiz había sufrido allí con ánimo firme las fatigas de la guerra y las penurias del hambre, pero después de un combate en que perdió dieciséis hombres, y cuando vio desvanecerse toda esperanza de recibir socorros, tomó sobre sí la única resolución que podía salvarle a él y sus compañeros de una muerte inevitable y desastrosa. El 15 de marzo de 1604, los últimos pobladores de Osorno y los soldados que la guarnecían, dejando abandonadas las casas y fortines en que habían vivido aislados, y cargando consigo todos los objetos que podían transportar, emprendieron la marcha hacia el sur, por entre bosques, ríos y pantanos. Si bien en este viaje no tuvieron que sufrir las hostilidades de los indios, que, sin duda, se entretenían en repartirse el miserable botín dejado en la ciudad, y en celebrar su triunfo, les fue forzoso soportar todo género de fatigas y privaciones. No tenían más que unos cuantos caballos, de manera que el mayor número de esos infelices marchaba a pie, cargando las mujeres a sus hijos, y abandonando en el camino los objetos que no podían llevar por más largo tiempo. En un lugar denominado Guanauca, Hernández Ortiz creyó que podía hacer alto y establecer un fuerte, pero, cuando hubo recibido algunos socorros de Chiloé, y supo que los defensores de Valdivia se encontraban en la costa vecina, cambió de determinación. De común acuerdo se trasladaron todos a la isla de Calbuco, ventajosamente situada entre la costa y Chiloé, y, hallando allí comodidades para establecerse, construyeron un fuerte y las habitaciones convenientes. Osorno, la ciudad que por más largo tiempo había resistido a la formidable insurrección araucana, acababa de desaparecer de una manera lastimosa, como habían desaparecido Santa Cruz de Coya y Valdivia en 1599, Angol y la Imperial en 1600 y Villarrica en 1602. Después de más de medio siglo de guerra incesante, la obra de la conquista de toda aquella porción del territorio chileno, emprendida con tanta arrogancia y con tan poco discernimiento, se había desplomado y caído al suelo, causando la muerte de más de un millar de hombres útiles y vigorosos, arrastrando en su ruina deplorable a todos los pobladores de aquellas provincias y retrasando el progreso del país (que más tarde llegará) por los sacrificios que le imponía tan larga y penosa lucha".




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