(1321) Es difícil imaginar el esfuerzo y
los sufrimientos que aquel larguísimo viaje iniciado en España les tuvo que
suponer a los españoles que se aventuraron a ir a Chile (un país que solo
conocían de oídas), quizá motivados por la necesidad de huir de la miseria que
padecían en sus lugares de origen, y probablemente engañados por la ilusión de
conseguir grandes victorias que dieran como resultado la gloria y la riqueza:
"La navegación por el río de la
Plata, desde Maldonado a Buenos Aires, los retrasó ocho días, llegando allá el
7 de marzo de 1605. Al desembarcar el capitán Mosquera, encontró allí a Hernando
Arias de Saavedra, el cual estaba al mando de aquel territorio, y se dedicó con
mucho empeño a preparar víveres (que no fueron suficientes) y carretas para que
los expedicionarios siguieran su viaje a Chile. Mosquera partió de allí con su
ejército el día 17 de marzo, pero, por más esfuerzo que puso en acelerar su
marcha, no le fue posible llegar a Mendoza (la distancia es de mil km, y les
faltaban otros 300 hasta llegar a Santiago de Chile) antes del 2 de mayo,
cuando los caminos de la cordillera de los Andes comenzaban a cubrirse de nieve,
y (de intentar seguir) las tempestades del invierno habrían comprometido
la suerte de toda la expedición. Se vio forzado a esperar la vuelta de la
primavera, pero el celo que Mosquera desplegó para mantener la disciplina de la
tropa la salvaron de las deserciones durante los seis que permanecieron allí. 'En
tan largo tiempo, escribía Mosquera, ha habido muertos, pero solo desertaron
seis hombres. En Mendoza se pusieron de acuerdo soldados para huir, di garrote (horca)
a tres, y todos los demás quedaron pacíficos'. Por fin, en los últimos días de
octubre, cuando la primavera había comenzado a derretir las nieves de los
Andes, un total de novecientos cincuenta y dos hombres volvieron a emprender su
marcha, y entraron en Santiago el 6 de noviembre de 1605. En los desfiladeros
de la montaña, se cruzaron con Alonso de Ribera, quien, con un séquito de
cuarenta hombres, se dirigía a hacerse cargo del gobierno de Tucumán".
Siempre que en Chile los españoles veían
que llegaban más soldados para aliviar las angustias de los cercos a los que
tenían sometidas varias poblaciones los implacables mapuches, se llenaban de
alegría y la expresaban eufóricamente. Era un optimismo excesivo, pero
necesitaban mantener la ilusión de que la continua pesadilla terminara algún
día: "La llegada desde España de este refuerzo de soldados, el más considerable
que hasta entonces habían tenido en Chile, produjo un contento infinito. Se celebraron
en Santiago procesiones para dar gracias al cielo por tan oportuno socorro. El
cabildo de Santiago acordó obsequiarle con una cadena de oro al capitán
Mosquera, el cual escribió después: 'Gustaron mucho los soldados que yo traía, pues
todos eran mozos, muy bien disciplinados y muy hábiles con las armas. Luego fue
a verlos el Gobernador'. Pero los oficiales reales de Santiago, informando también
al Rey, no omitieron decirle que estaban casi desnudos, y la mayoría sin
camisas ni calzado. Se hizo un apaño con la ropa que el gobernador Alonso
García Ramón tenía almacenada, recurriendo también a los fondos de la Hacienda Real, a los que había enviado el virrey de Perú y a la
colaboración desinteresada de los vecinos". Habían, pues, terminado su
larguísimo viaje trasatlántico los casi mil soldados, que iban a poder
descansar un breve tiempo, pero pronto estarían preparados para la segunda
parte de su odisea: la guerra contra los durísimos mapuches.
(Imagen) Adelantemos algo de lo que se
intentó hacer en Chile con el añadido de los refuerzos que llegaron de España:
"Uno de los fines que el Gobernador García Ramón se había propuesto al
emprender esta campaña era el de liberar a los cautivos españoles que vivían
entre los indios en la más penosa esclavitud. Se sabía que, entre hombres,
mujeres y niños, eran más de doscientos, y los que habían podido fugarse contaban sus
padecimientos con el más aterrante colorido. Movía sobre todo a compasión la
suerte de las infelices mujeres: 'Llegadas las afligidas esclavas a las
silvestres chozas (contaba un escritor de la época), comenzaron las mujeres de
los indios a recibirlas con mil injurias e ignominias. De ser apacibles
señoras, quedaron como esclavas sujetas a mil miserias. Las cosas en que
comúnmente se ocupan, son las más abatidas y bajas en que se suelen ocupar los
más viles y despreciados esclavos, maltratándolas los indios con rigurosos
castigos. La noticia de estos padecimientos despertaba la compasión de todos
los españoles de Chile. El virrey del Perú había encargado que no se ahorraran
esfuerzos para restituir a sus hogares a aquellos desgraciados prisioneros. Los
padres mercedarios de Lima, redentores de cautivos, habían recogido cinco mil
pesos en limosnas, enviándolos a Chile convertidos en mercaderías para ser
repartidas entre los indios por el rescate de sus prisioneros, pero, cuando se intentó
canjearlas, se tropezó con dificultades de toda naturaleza. Los capitanes y
oficiales que servían al lado del Gobernador presentaban sus propios méritos
para que en esos rescates se diera preferencia a sus parientes cautivos. Los
indios, por su parte, se negaban a entregar a los presos. Había, también,
mujeres que, durante más de seis años de cautiverio, tuvieron hijos de los que
ya no querían apartarse, o sentían vergüenza de presentarse con ellos delante
de sus familiares. Los niños criados en el cautiverio habían adquirido las
costumbres de los salvajes, hablaban solo su idioma y no querían cambiar de
lugar. Total que los españoles solo pudieron rescatar a veinte hombres, treinta
mujeres, dos mulatos y algunos indios amigos. El gobernador García Ramón, en
vista del pobre resultado obtenido
mediante la templanza usada con los indios, le escribió al virrey: 'Pondré en
ejecución lo que se me ordene, pero a lo que yo más me inclino es a que la
guerra se haga como los indios la hacen, a fuego y sangre, para poder rescatar
a las mujeres, aun a riesgo de que ellos las maten'. Estas penalidades del
cautiverio se aumentaban con las noticias que recibían aquellas infelices
cautivas de los nuevos desastres de los españoles y de la pérdida de toda
esperanza de recobrar su libertad".
No hay comentarios:
Publicar un comentario