(1315) No se puede olvidar que la política
de aquellos tiempos, y más aún en las Indias,
era muy propicia a los abusos, por lo que, mientras un gobernador
obtenía éxitos de importancia, podía cometer numerosos pero discretos fraudes
sin que lo pusieran en peligro de destitución. La cosa se complicaba mucho
cuando, además de ser responsable de graves errores, se había ganado muchos
enemigos por la dureza de carácter o por repartir injustamente, con
favoritismos, los premios que correspondían en justicia a los méritos y
servicios de cada uno. Hemos visto que el cambio de gobernador se ha repetido
con excesiva frecuencia en Chile, y lo seguiremos viendo, con el chocante matiz
de que, en varias ocasiones, un gobernador será sustituido por otro que ya lo
había sido. Esta inestabilidad se agravaba por el hecho de que las órdenes de
cambio tenían que venir desde el palacio del rey de la lejana España.
Escuchemos al historiador Barros: "Mecido por las ilusiones, partía el
gobernador Ribera para Santiago a mediados de junio de 1604, meditando los
proyectos que pensaba poner en planta en la primavera próxima para adelantar la
línea de frontera mediante la fundación de nuevas poblaciones. En Santiago,
como ya hemos contado, iba a verse envuelto en las dificultades y rencillas que
en tantas ocasiones perturbaron la tranquilidad de su gobierno, e iba también a
recibir la noticia de que el Rey le había nombrado un sucesor. Ribera, como se
sabe, tenía enemigos apasionados".
Baños echará la vista atrás en el tiempo
porque el proceso que va a llevar a la destitución de Ribera era de largo
recorrido, y, aunque estuvo basado en argumentos de cierto peso, hubo también
acusaciones injustas, especialmente en lo que se refería a su valía como
militar: "Habían dirigido al Rey los más desfavorables informes acerca de
la ineptitud y hasta de la falta de probidad del gobernador de Chile. Pero,
independientemente de esas acusaciones, de que tal vez no se habría hecho mucho
caso en otras circunstancias, estaban en Madrid algunas personas que debían
preparar su caída. En 1601 había llegado a la Corte el padre agustino fray Juan
de Váscones como apoderado de las ciudades de Chile, y como representante,
además, de los comerciantes de este país. Llevaba el encargo de pedir que se creara
en territorio chileno un virreinato, y que se confiara su gobierno a don Alonso
de Sotomayor. También llegó a la Corte, a principios de 1603, Domingo de Eraso,
el secretario de Ribera, a quien este había enviado a hacer ante el Rey
gestiones a su favor, con interés especial en que se enviaran tropas a Chile,
pero Eraso no puso mucho interés en defender la imagen de Ribera".
Ya en agosto de 1600, había creado Felipe
III una sección dentro del Consejo de Indias compuesta de cuatro miembros y
dedicada a informar sobre asuntos militares. En ella se sometió a estudio las
memorias que habían llevado a España los representantes del territorio chileno,
y le dieron su opinión al monarca. Alababan la capacidad militar de Alonso de
Ribera, pero consideraban que le faltaba experiencia en cuanto a los problemas
de Chile, y le proponían al Rey algo sibilino: "Conviene mucho sacarle de
allí, pero premiándolo y ocupando a su persona como lo merece. Y, asimismo, que
Vuestra Majestad mande que don Alonso de Sotomayor (que ya había sido
Gobernador de Chile), presidente de la Audiencia de Panamá, que tiene tan
larga experiencia de aquella tierra de Chile, vuelva allí a pacificar aquellas
tierras".
(Imagen) Además de aconsejarle sus
asesores al rey Felipe III que el gobernador Alonso de Ribera fuera sustituido
por el exgobernador Alonso de Sotomayor,
le decían también: "Que vaya a Chile con él Alonso García Ramón, que ha
sido maestre de campo y gobernador de Chile, y ha servido muchos años con gran
satisfacción. Y que Vuestra Majestad se lo mande a ambos prometiéndoles que,
acabada la guerra, les premiará de manera que queden satisfechos". Luego
sigue contando el historiador Barros: "Todo induce a creer que Domingo de
Eraso, enviado a España por Alonso de Ribera, no puso ningún empeño en
defenderlo, y que, si bien en sus
informes se abstuvo de hacerle acusaciones, en la negociación se puso de parte
de los que pedían un nuevo gobernador. Por la tardanza de los asuntos
administrativos o porque el Rey y sus ministros vacilaban en hacer tales
innovaciones, se pasaron algunos meses sin que se tomase ninguna resolución.
Pero, a fines de ese año, llegaban a Madrid nuevas noticias de Chile y de los
pocos progresos que se hacían en la pacificación de los indios, junto con otras
acusaciones contra Alonso de Ribera. Además de reprochársele el imponer pesadas
contribuciones a los habitantes de Chile, y de atribuirse al Gobernador el
propósito de enriquecerse con ellas, se decía que su sistema militar se reducía
simplemente a permanecer en la guerra rodeándose de tropas considerables,
dejando desguarnecidos muchos puntos importantes, con lo que conseguía evitar
conflictos en los lugares en que él se hallaba, sin inquietarse por las
desgracias que ocurrían en otras partes. La impresión que estos informes
produjeron en la Corte fue fatal para Ribera. Llegó a contarse (con mucha
exageración) que Chile estaba definitivamente perdido y todas sus ciudades
destruidas por los indios. Sin duda alguna el Rey y sus ministros, mejor
informados de la verdad por la correspondencia del virrey del Perú, no daban
crédito a esos rumores, pero pensaron
que era llegado el momento de hacer los cambios propuestos por la junta de
guerra. El 9 de enero de 1604, Felipe III firmó en Valencia el nombramiento de
don Alonso de Sotomayor para el cargo de gobernador de Chile, y el de Alonso
García Ramón para el de maestre de campo. El Rey había aceptado por completo
las indicaciones que aquella junta había hecho sobre la manera de dirigir la
guerra. Alonso de Ribera pasaría a desempeñar el puesto de gobernador de
Tucumán (territorio argentino), que era lo mejor que se había hallado
para premiar sus anteriores servicios". Ribera será de nuevo gobernador de
Chile en 1612, y morirá siéndolo en 1617. La imagen muestra su firma en una
carta que le envió al Rey desde Santiago del Estero (Tucumán) el 16 de mayo de 1607.
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