(1333) Pero, dada la ambigüedad de la
decisión de los oidores, fue ganando la tendencia de los españoles a no cambiar
las cosas, y seguir obligando a los indios a trabajar a su servicio en las
encomiendas: "Era fácil comprender que la Real Audiencia acababa de dar a
la cédula del Rey una aplicación que equivalía a su desobediencia. Cuando el
Gobernador tuvo que comunicarle al Rey este acuerdo, se vio forzado a recurrir
a explicaciones artificiosas para justificarlo (que casi parecen una
tomadura de pelo al Rey). 'Lo primero que hicieron los oidores (le decía
en su carta), fue celebrar juntas a las que asistieron el obispo, prelados,
superiores de las órdenes, los cabildos eclesiástico y seglar, personas de
ciencia, experiencia y conciencia, letrados y protectores de los indios (existía
ese cargo), y se trató de lo que aquí se llama servicio personal de los
indios. Y, al deliberar sobre este asunto, se hallaron tantas y tan grandes
dificultades para suprimirlo del todo, que de ninguna manera ha podido la Real
Audiencia atreverse a ir más lejos de lo que Vuestra Majestad podrá ver en el
papel que con esta carta envío, debiendo tenerse en cuenta que, lo que más les
duele a estos indios es que tengan que servir a los españoles sus hijos y
mujeres. Pero, como esto se ha prohibido totalmente, todos los indios están muy
gozosos y dicen ¡viva Vuestra Majestad muchos años!. La otra cuestión (la de
trabajar los indios adultos obligatoriamente para los españoles)
queda pendiente de estudio, dados los grandes inconvenientes que surgen, y a la espera de que Vuestra Majestad sea
informado y mande lo que fuere su real voluntad. Con ello Vuestra Majestad
comprenderá que no ha sido culpa mía el no haber prohibido el servicio
obligatorio de los indios, como muchos han dicho, sino solo el deseo de acertar
y de que todo se haga con el parecer de la Real Audiencia, ya que Vuestra
Majestad se había dignado establecerla en Santiago de Chile'. No cabe duda de
que el pretendido contento de los indios era una simple invención para
disimular ante el Rey la desobediencia a sus órdenes".
Pero el Gobernador, en otro asunto, se vio
obligado a imponerles a los oidores su criterio: "García Ramón pensaba,
como había pensado el exgobernador Ribera, que la creación de la Real Audiencia
era el remedio eficaz contra las frecuentes rivalidades que solían entorpecer
la marcha administrativa. Pronto se convenció de lo contrario. Hacía poco que
el capitán Álvaro Núñez de Pineda, comisario general de caballería y jefe de
los fuertes situados a orillas del río Biobío, había condenado a la pena de
horca a un capitán 'por palabras mal sonantes', es decir, por el delito de
insubordinación. Los parientes de la víctima entablaron querella ante la Real
Audiencia, y este tribunal decidió encargar a un juez que recogiese las
informaciones oportunas. Al saberlo, García Ramón intervino resueltamente
declarando que en los negocios de juicios militares, el Gobernador era el único
juez, y mandó suspender los procedimientos iniciados por la Audiencia. El Rey
resolvió más tarde lo mismo que había sostenido el Gobernador". Se supone
que el resultado fue doble: no solo
quedó reafirmada la autoridad del Gobernador, sino que también se libró de
acusaciones Álvaro Núñez de Pineda, de quien hablaremos en la imagen.
(Imagen) Comentaré algo sobre ÁLVARO NÚÑEZ DE PINEDA, para poder dedicarle un espacio a un hijo suyo de singular biografía. Nació en Sevilla el año 1567, perteneciendo a una ilustre familia. Con solo catorce años, partió en la expedición del gobernador Alonso de Sotomayor, aquel largo y peligroso viaje que terminó en Chile en 1583, cuyo último tramo se realizó por tierra desde Buenos Aires. Tendría unos 17 años cuando inició sus aventuras militares contra los aguerridos mapuches en la funesta zona de Arauco. En 1606, llevando ya seis años como capitán, fue nombrado general de caballería, y el gobernador Alonso García Ramón le ordenó que fuera a repoblar la ciudad de Angol, pero le resultó imposible por el terrible acoso de los indios. Y, gracias al gobernador, se libró en 1609, como acabamos de ver, de ser juzgado por ejecutar a un oficial insubordinado. Ese mismo año fundó un fuerte junto a la ciudad de Angol. Al haber fallecido el gobernador Alonso de Ribera en 1610, Núñez de Pineda asumió el cargo de Maestre de Campo de todo el ejército de Chile. Quiso retirarse en 1614 al morir su mujer, Mayo Jufré Madariaga, pero el virrey de Perú le ordenó que continuase al mando de todas las tropas. Siguió batallando hasta 1624, y consta que falleció en Chillán (Chile) el año 1632. Uno de sus hijos se llamaba FRANCISCO NÚÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑÁN, el cual, además de ser un valiente militar, publicó un extenso y bien escrito libro sobre las costumbres de los mapuches. Había nacido en Chillán el año 1607, y, tras estudiar unos ocho año con los jesuitas (probablemente con intención de ser sacerdote), decidió escoger, como su padre, la vida militar. En 1629 fue apresado por los mapuches en un enfrentamiento, lo que solía ser prólogo de una muerte segura. Pero la historia dio un giro sorprendente. Tuvo la enorme suerte de que un jefe indio, llamado Lientur, lo reconoció, y consiguió que el gran cacique Maulicán le perdonase la vida. Ese detalle generoso se debió a que Lientur, antes de rebelarse, había apreciado mucho al padre de Francisco Núñez. No obstante, el cautivo tuvo que permanecer retenido por Maulicán hasta ser canjeado seis meses después por mapuches apresados. Esa larga experiencia dio como fruto un libro que Francisco publicó después con el título de 'Cautiverio feliz', en el que se ve la influencia de su formación jesuítica, por su estilo literario y su visión humanista de los mapuches (del que quizá haga un breve resumen). Pero siguió consciente de que era necesario someter y cristianizar a indios tan brutales. Volvió a empuñar las armas y, con el tiempo, llegó a ostentar el alto cargo de Maestre de Campo, logrando importantes victorias. Casado con la criolla Francisca de Cea, tuvieron seis hijos, y él murió en Locumba (Perú) el año 1680.
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