(1328) A pesar de los refuerzos venidos de
fuera, las tropas de Chile iban disminuyendo, no solo por bajas de guerra, sino
también por enfermedades, e, incluso, por deserciones: "Aunque el
Gobernador hacía grandes esfuerzos para
pagar a sus tropas el sueldo que les correspondía, eran tales los
padecimientos y privaciones que imponía la guerra, que el anhelo por abandonar
el servicio era casi general. 'Es tan poca la seguridad que se tiene de esta
gente, y anda tan descontenta -escribía
García Ramón-, que afirmo a Vuestra Majestad que no hay barco que esté seguro en
puerto alguno, porque enseguida se lo apropian y huyen con él. Todo esto lo
causa las pocas esperanzas que tienen de ser recompensados'. Algunos de esos
desertores se habían pasado al enemigo, convirtiéndose en sus consejeros y
caudillos (asombrosa situación). Los capitanes españoles eran
inflexibles en el castigo de esos desalmados. A fines de agosto de 1607, 'se
prendió -decía el Gobernador- a un traidor español que se había ido a los
indios, llamado Negrete, y ha causado mucho daño porque todo su empeño era que
no aceptasen la paz. Mandé que lo colgasen de un pie y lo arcabuceasen para
castigo de su maldad y ejemplo de los demás'. Sin embargo, el Gobernador
trataba con indulgencia a los pocos desertores que abandonaban a los indios y
volvían a servir a los españoles".
Luego veremos que García Ramón envió un mensajero a España
para pedirle al Rey ayuda de soldados. Pero también lo intentó en Perú,
encargándole la misión a su maestre de campo, Diego Bravo de Sarabia: "Pero todos estos
esfuerzos iban a ser estériles por entonces. En ese momento el virreinato
estaba regido por un gobierno provisorio que no podía tomar grandes medidas. El
conde de Monterrey, que tanto interés ponía en socorrer a Chile, había
fallecido en marzo de 1606, y la Real
Audiencia había tomado el mando hasta que llegase de México como nuevo virrey
el marqués de Montesclaros. De manera que el ejército de Chile no pudo recibir
nuevos contingentes hasta junio del año
siguiente, y aun entonces fueron de muy escasa importancia. No obstante, la
guerra se mantenía en forma defensiva, esto es, sin atacar más allá de las
líneas que servían de frontera, y la tranquilidad del país parecía inalterable.
Los indios rebeldes, viéndose libres de sus opresores, no pensaban en correr
nuevas aventuras. 'Tres cosas puedo asegurar a Vuestra Majestad- decía García
Ramón-. La primera es, que del río Lebu
para acá, que es donde solía haber guerra continua, los indios, gracias a Dios,
permanecen en paz. La segunda, que jamás esa zona, con unas doscientas leguas
de extensión, se ha visto tan próspera de haciendas, ni los vecinos tan
descansados y ricos como a día de hoy. La tercera, que nadie en el reino de
Chile ha tenido hasta ahora tantos beneficios, puesto que ya no se exigen
derramas de dinero, ni se toma cosa a nadie que no sea con su conformidad y
pagándoselo íntegramente, de acuerdo con lo que Vuestra Majestad manda".
Estas ventajas eran el fruto del sistema de gobierno y pacificación que había
sostenido el gobernador Alonso de Ribera. La creación de un ejército permanente
pagado por el Rey, permitía a la gente que no quería tomar las armas dedicarse
tranquilamente a sus trabajos. El establecimiento de la línea fortificada de
frontera, afianzaba la paz y la quietud en las poblaciones situadas al norte
del Biobío, poniéndolas a cubierto de los ataques de los indios de guerra. Pero,
en la misma carta en que el Gobernador daba esos informes acerca del estado
relativamente próspero del país, anunciaba que hacía los preparativos para
abrir una nueva campaña de guerra contra
el territorio enemigo. Agregaba, con este motivo, que, recibiendo las
ayudas que tenía pedidas, podría adelantar grandemente la conquista, y le decía
al Rey que confiaba en que, con la
misericordia de Dios, habían de verla acabada".
(Imagen) El historiador Diego Barros
acierta a la hora de escoger las referencias que muestran por qué la vida en
Chile era tan horrible: "Los padecimientos que los soldados tenían que
soportar en las campañas de guerra explican lo que impulsaba a muchos de ellos a
ponerse al servicio de los mapuches, enemigos suyos, y a someterse a todas las
privaciones, fatigas y peligros de la vida salvaje. 'Son tan grandes los
trabajos que los soldados de Chile padecen, le escribía por entonces el
gobernador García Ramón al Rey, que hará seis años que no han visto pan, ni
vino, ni mujer, ni oído campana, ni tienen esperanza de verlo hasta que Dios se
sirva mejorar los tiempos, y comen solo trigo o cebada cocida y carne de vaca,
y, si esto no les faltase, que les falta algunas veces, estarían muy contentos'.
Más tarde, añadía las siguientes palabras: 'Desde mi niñez sirvo a Vuestra
Majestad, y me he hallado en la guerra de Granada (se refiere a la rebelión
de los musulmanes en 1568), en la batalla naval de Navarino (año 1572),
he estado refugiado en Espoleto, he sido soldado en Sicilia, Nápoles y
Lombardía, y últimamente en los estados de Flandes, donde gocé del más famoso éxito
que hubo en mi tiempo. Pero certifico a Vuestra Majestad que no hay en todo el
mundo guerra tan trabajosa como esta de Chile. Todos los soldados en general,
de mayor a menor grado, después de haber caminado y dado trasnochadas de siete
leguas, si han de comer una tortilla, tienen que moler el trigo con que
hacerla, por lo que andan muy disgustados, y yo mucho más por estar obligado a tratar
con gente tan descontenta'. El Gobernador calculaba que, además de las bajas de
guerra, su reducido ejército debía de sufrir cada año más de doscientas bajas
por causa de las enfermedades y las deserciones. Para suplirlas, el Gobernador
no cesaba de pedir refuerzos a España y al Perú. En abril de 1607, solicitó su
retiro el capitán Alonso González de Nájera (del que ya hablamos). El
Gobernador le concedió el permiso para ello, pero le encargó que les mostrara en
España al Rey y al Consejo de Indias el estado en que se encontraba Chile, y la
necesidad de prestarle ayuda. González de Nájera desempeñó lealmente su
comisión: informó de todo a la Corte, y más tarde escribió un libro en el que
exponía el plan que a su entender debía adoptarse para la conquista y
pacificación del reino". Ya comentamos que su planteamiento fracasó por las
teorías pacifistas del jesuita Luis de Valdivia, aunque más tarde quedaron
desprestigiadas, y se volvió, sin piedad, al enfrentamiento puro y duro. El
documento de la imagen, desechando otras opiniones, confirma que el gobernador ALONSO
GARCÍA RAMÓN murió en Concepción el día 5 de agosto del año 1610 .
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