(1330) Parece ser que Felipe III se vio
con muchas dificultades para cumplir su promesa de enviar refuerzos de
soldados, y buscó soluciones pidiendo colaboración a jefes militares que estaban cerca de Chile:
"Le encargó al capitán Pedro Martínez de Zavala, que había sido teniente
de gobernador de la provincia de Buenos Aires, que reuniese allí, en Paraguay y
en Tucumán 150 soldados, y que comprase 1.500 caballos para socorrer a Chile.
En mayo de 1608, Martínez de Zavala comunicó que en la primavera próxima pasaría
las cordilleras con ese refuerzo, pero, en realidad, no correspondió a las
esperanzas que había hecho concebir. Por entonces, comenzaban a llegar los
socorros pedidos al Perú. En diciembre de 1607 había tomado el mando del
virreinato don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, y mostró
decidido interés por ayudar a Chile. Pero eran tan tristes las noticias que se
tenían de los padecimientos que en este país le esperaban a la tropa, que no
fue posible reunir más que un número muy pequeño de soldados. No pudiendo
contar con más fuerzas, García Ramón limitó la campaña de ese verano
(1608-1609) a los mismos territorios en que había actuado el año anterior. En
todas esas correrías, los españoles, apoyados por fuerzas relativamente
considerables de indios amigos, hicieron no pocos prisioneros, dando
inflexivamente la muerte a los más importantes. El cacique Paillamacu, cogido
en una sorpresa en las inmediaciones de Tucapel por las tropas del coronel Pedro
Cortés de Monroy, fue arcabuceado, y según se dice, él y sus otros compañeros,
a quienes el Coronel hizo ahorcar, murieron con la entereza que era propia de
su raza".
La insistencia con que desde Chile se
pedían, una y otra vez, refuerzos militares deja bien claro que los españoles
estaba inmersos en un terror constante, y la poca ayuda que recibían también
era fácil de entender: escaseaba el dinero para sostener tropas importantes, y eran
pocos los valientes que se decidían a enrolarse para batallar en un país tan
peligroso. Pero, además, el Gobernador tenía otro problema: "Antes de que
la campaña de este año estuviese terminada, García Ramón decidió enviar un
nuevo emisario a España. Sabía que en Chile había personas que por un motivo o
por otro le eran desafectas, y sospechaba, no sin fundamento, que habían de dar
al Rey informes desfavorables acerca de su conducta. Se sabía también que el
padre jesuita Luis de Valdivia se preparaba en Lima para marcharse a Madrid a
impugnar el sistema de guerra usado hasta entonces contra los indios, y a proponer
otro en que mostraba mucha confianza, y que, según él, podía fascinar a la
Corte. Para neutralizar esos informes, el Gobernador quiso tener también en
Madrid un representante suyo que diera cuenta del estado de las cosas de Chile,
y que lo defendiese de cualquier cargo que se pretendiera hacerle. Le confió,
además, la misión de pedir el envío de nuevos socorros de tropas para adelantar
la guerra, y ciertas gracias personales de las que García Ramón se creía
merecedor. Para esta misión de confianza eligió al capitán Lorenzo del Salto,
que le había servido de secretario de gobierno, y que estaba al cabo de todo
cuanto importaba dar a conocer. Este representante partió de Chile a fines de
marzo de 1609. Más adelante tendremos que tratar extensamente acerca del
resultado de esta gestión".
(Imagen) Estamos en el año 1607, que fue
cuando llegó el nuevo virrey de Perú, JUAN DE MENDOZA Y LUNA. Nacido en
Guadalajara (España), era hijo póstumo
del Marqués de Montesclaros, cuyo título heredó. Por sus destacadas cualidades,
a las que se añadían las altas influencias familiares, su vida fue una meteórica carrera hacia las
alturas militares y políticas. Eso no impidió que fuera un hombre culto,
aficionado a la poesía, amigo de poetas, e incluso escritor. Luchó brillantemente
bajo el mando del gran Duque de Alba (fallecido en 1582) en Portugal, como
capitán de lanceros (lo cual hace imposible que, según se dice, naciera el año
1571), por cuyos méritos fue nombrado Caballero de la Orden de Santiago, y, más
tarde, Virrey de México. Casado con Ana Messía de Mendoza, su hijo, Juan de
Mendoza y Messía, quedó en España cuando los padres partieron para las Indias,
en 1603. Fue recibido en México por
Gaspar de Zúñiga, el virrey cesante, que iba a serlo de Perú hasta 1606. En
cuanto llegó a México, Juan de Mendoza destacó por su capacidad de solucionar
problemas y tomar medidas de precaución de cara al futuro. Una tremenda
inundación le hizo pensar en trasladar la capital a otro sitio, pero compendió
que era muy alto precio tener que dejar allí abandonados edificios oficiales
muy importantes. Entonces puso en marcha un plan que impidiera padecer por
sorpresa otra catástrofe similar, y para ello mandó construir una importante
red de alcantarillado con gran capacidad para desviar las aguas, que fue
terminada después de acabar su mandato. Otra brillante iniciativa suya fue la de
mejorar notablemente el acueducto de Chapultepec, para llevar agua potable hasta el
centro de la capital azteca. También se ocupó de hacer planes de pavimentación
urbana y nuevas calzadas de comunicación entre poblaciones. Aunque tuvo
enemigos que lo denunciaron por mala gestión y abusos administrativos, todo
quedó en nada, y consiguió en 1606 el puesto de Virrey de Perú, el más
importante de las Indias, debido precisamente al fallecimiento de Gaspar de
Zúñiga. Siguió dedicándose a las obras públicas, tuvo sumo interés en proteger
a los indios e impulsó nuevas técnicas para la explotación de minas. Regresado
a España en 1616, continuó ocupado en altos cargos: fue Consejero de Estado y
de Guerra del Rey, y Gobernador del Consejo de Hacienda de Castilla y Aragón.
Felipe IV lo ascendió de categoría aristocrática dándole el título más alto de
la nobleza, el de Grande de España. La abundancia de documentos de Indias que
tratan sobre él confirma la importancia que tuvo como virrey de México y de
Perú. JUAN DE MENDOZA Y LUNA murió en Madrid el año 1628. El valioso retrato de
la imagen, con su original pose, está expuesto en Chapultepec (Ciudad de
México).
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