miércoles, 18 de mayo de 2022

(1726) La masacre que hicieron los indios en Boroa y sus intenciones de repetirlo, hicieron que el gobernador García Ramón abominara de la utópica 'guerra defensiva', perdiera los estribos y respondiera con su misma brutalidad.

 

     (1326) Ocurrió la tragedia de Lisperguer y sus hombres en Boroa, pero tardó en saberse en el fuerte de San Ignacio, del que habían partido: "Las tropas que habían quedado allí, estuvieron algunos días sin tener noticia cabal de la derrota y muerte de sus compañeros. El hecho de que no volvieran y la arrogancia de los indios que se acercaban a las trincheras con aire de triunfo, hacían comprender que Lisperguer había sufrido un gran descalabro, pero no era imaginable su magnitud. Por fin, un día se presentó en el fuerte el alférez Alonso Gómez, que había asistido a la batalla. Prisionero de los indios, había logrado escaparse de sus manos, y pudo dar a los suyos amplios informes sobre lo ocurrido en aquella terrible jornada. Esos informes hacían suponer que la plaza de San Ignacio, sin poder comunicarse con los otros asentamientos españoles, estaba condenada a ser el teatro de las mismas angustiosas calamidades que se repetían en aquella guerra despiadada e interminable. Sin embargo, no les faltó el ánimo a los españoles que defendían el fuerte. Por falta de otro jefe de mayor antigüedad, tomó el mando de esa gente el capitán Francisco Gil Negrete, joven de veinticinco años, llegado a Chile con el refuerzo que vino de España el año anterior, pero preparado para la guerra por buenos servicios prestados en Flandes. Comenzó por reducir el fuerte a la sola porción que podía defender con las escasas tropas que tenía, mantuvo incesantemente la más activa vigilancia, rechazó con ventaja dos atrevidos ataques de los bárbaros y se mantuvo firme en su puesto durante dos meses enteros de asedio, de asechanzas y de privaciones. Sin embargo, ese puñado de valientes parecía destinado a sucumbir en un tiempo más o menos largo, en un desastroso combate o en medio de los horrores del hambre".

     El Gobernador García Ramón había pasado el invierno de 1606 en la ciudad de Concepción: "Aunque había perdido la confianza en las paces que ofrecían los indios y en los efectos que podía producir el indulto acordado a estos por el Rey, creía disponer de tropas  para someterlos por la fuerza. En esas circunstancias, recibió el Gobernador la noticia del levantamiento de los indios. 'Ayer, le escribía al Rey, tuve aviso de que se había levantado todo el estado de Tucapel, y, aunque me ha de costar gran trabajo y mucha sangre ponerlos en buena paz, no me preocupa mucho, pues tengo las cosas dispuestas y confío en Dios que ha de ser para bien y que estos indios llevarán el castigo que sus grandes traiciones y maldades merecen. Conseguiré hacer que estén de paz como yo quisiere y como conviene al servicio de Dios y de Vuestra Majestad, o que mueran en la pelea, o yo mismo, pues habré cumplido con mi obligación'. El Gobernador, contra los sentimientos que había manifestado al partir de Lima, ya no quería oír hablar de tratos de paz con los indios. Estaba resuelto a hacerles la guerra a sangre y fuego, y pretendía escarmentarlos para siempre con tremendos castigos. En esos mismos días había creído descubrir una conjuración de las tribus que vivían sometidas al sur del río Maule. Se contaba que esos indios habían concertado el dar muerte al Gobernador en Cauquenes o Purapel, cuando pasara a invernar a Santiago, y declararse enseguida en abierta rebelión".

 

    (Imagen) El Gobernador García Ramón se libró por pura casualidad del ataque que estaban preparando los indios para matarlo (sabían que tenía intención de ir a Santiago), y él mismo lo comunicaba por escrito: "Fue Dios servido impedirlo al darme el pensamiento de  quedarme en Concepción a invernar, con lo que no pudieron ejecutar este mal intento. Se prendieron a muchos caciques, y confesaron su intención, por lo cual se ha hecho tan gran castigo, que creo que no pensarán jamás en semejantes maldades". Abominando ya de cualquier estrategia de trato humano con aquellos terribles indios, las actuaciones de García Ramón se pusieron a la altura de la crueldad  mapuche, y, eso, sin tener noticias todavía de la masacre ocurrida en Boroa: "El 15 de octubre partía por fin de Concepción, llegó a los valles de Arauco, y durante cuatro días hizo una guerra implacable a las tribus comarcanas. Todos los prisioneros eran pasados 'a cuchillo, sin reservar mujeres ni niños', dice el mismo Gobernador. Después dio la vuelta hacia la cordillera de la Costa, y repitió sus sangrientas correrías en Cayocupil. 'Es el lugar más rebelde de aquella zona, dice, y donde se preparan todas las maldades de esta guerra. Tomé mucha gente y fue pasada a cuchillo, procurando averiguar las causas que la habían movido a rebelarse. Todos dicen unánimemente que la paz que le aceptaron al Gobernador Alonso de Ribera fue sólo a fin de conservar sus provisiones y procurar matar a los españoles'. En la tarde de ese mismo día en que había desbaratado a los indios de Purén, se presentó ante García Ramón un español llamado Rivas. Era uno de los pocos soldados que escaparon con vida en el desastroso combate de Boroa. Habiéndose liberado de las manos de los vencedores, vivía desde entonces oculto en los bosques, alimentándose con yerbas y frutas silvestres, y caminaba de noche con la esperanza de llegar a alguno de los establecimientos españoles. Al oír desde su escondite las trompetas de los suyos, había acudido presuroso a incorporarse en el ejército que batallaba en Purén. Rivas podía contar todo lo que había ocurrido en la pelea de Boroa, pero ignoraba por completo la terrible suerte que había corrido la guarnición de soldados que quedaba en la plaza. Fácil es concebir la dolorosa sorpresa que aquellas noticias debieron producir en el campo español. Algunos capitanes, suponiendo irremediablemente perdido el fuerte de San Ignacio, y muertos a sus defensores, creían inútil pasar adelante, y no hablaban más que de dar la vuelta al norte. García Ramón, sin embargo, fue de distinto parecer, y con toda resolución determinó continuar su marcha hacía la región de La Imperial". Como contraste de tanto horror, hoy vemos pacíficas monjas en Boroa.




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