(1323) Da la impresión de que el nuevo
gobernador, Alonso García Ramón, aunque muy consciente de las enormes
dificultades que suponía la pesadilla mapuche, estaba pasando por un momento ilusionado,
porque, si bien los refuerzos recibidos y los fondos proporcionados por el Rey
no garantizaban un triunfo definitivo, él confiaba en sí mismo y estaba
dispuesto a entregarse sin titubeos a la lucha, por encarnizada que pudiera
resultar: "Cuando se hubieron reunido todas las tropas con las que
esperaba entregarse a la campaña, les habló a sus más importantes capitanes de concretar
el plan de operaciones. Se decidió fundar en la ribera sur del Biobío una
ciudad con el nombre de Monterrey de la Frontera. El Gobernador apartó ciento
ochenta soldados para la construcción y defensa
de esa plaza, y cuidó de que los fuertes vecinos de Nacimiento y Santa Fe
permaneciesen bien defendidos. El capitán Núñez de Pineda, que quedó a cargo de
esa obra, debía ir más al sur y repoblar la ciudad de Angol con la gente que se
esperaba de México. Todo hacía presumir que la pacificación de esta parte del
territorio estaba casi definitivamente asegurada".
El Gobernador contaba con mil doscientos
soldados para internarse en territorio enemigo, y, esperando que corriera la
voz entre los indios sobre lo reforzado
que estaba, hizo una exhibición de su ejército el día 15 de enero de 1606 con
una aparatosa revista militar: "Las tropas fueron distribuidas en dos
grandes divisiones. Una de ellas, llevando por jefe al coronel Pedro Cortés y
por maestre de campo a González de Nájera, debía actuar en la región de la
costa, persiguiendo sin descanso a los indios de Arauco y Tucapel, La otra
división, mandada por el mismo gobernador y siendo maestre de campo don Diego
Bravo de Sarabia, debía penetrar por el valle central. A su lado marchaban
también varios religiosos, y entre ellos el padre Luis de Valdivia. Se esperaba
que estas operaciones combinadas, cercando a los indios, los obligarían a
presentar batalla o a aceptar la paz. Pero aquella campaña espectacular estaba
destinada a ser tan infructuosa como las anteriores. Los indios, aunque
abandonaron sus casas y se refugiaron en las montañas, estaban resueltos a no
someterse jamás. Acompañaban a García Ramón ciento cincuenta nativos, aparentemente
amigos, pero abandonaron cautelosamente el campo español, dieron muerte al
cacique Nabalburí, que se había mostrado dispuesto a deponer las armas, y
fueron a reunirse a los guerreros, aconsejándoles la resistencia a todo trance.
Las fuerzas expedicionarias, no hallando por ninguna parte enemigos a quienes
combatir, se limitaron, como de ordinario, a destruir las chozas y sementeras
de los indios, a recoger los ganados de estos y a esparcir el terror. Sólo Pedro
Cortés, después de haber recorrido los campos de Tucapel, tuvo un pequeño
encuentro con los indios del valle de Elicura, a quienes dispersó sin grandes
dificultades. Todo el ejército español se halló reunido en Purén el 2 de
febrero con el gobernador García Ramón. El cual sabía que las extensas vegas de
Purén y de Lumaco eran el asilo de millares de indios, y que estos tenían
consigo muchos españoles, hombres, mujeres y niños, cautivados en las campañas
anteriores. García Ramón, sin arredrarse por ninguna dificultad, atacó al
enemigo por diversos lados de la ciénaga; pero solo consiguió dar muerte a
algunos indios y apresar a otros, sin poder impedir que los demás, arrastrando
consigo a los cautivos españoles, se salvaran huyendo".
(Imagen) El virrey GASPAR DE ZÚÑIGA
ACEVEDO nació en Monterrey (Orense) en 1560, siendo desde niño el quinto conde
del lugar. Se casó en 1583 con la linajuda Inés de Velasco y Aragón. Su
compromiso matrimonial se había efectuado veinte años antes (en plena
infancia). Una hija del matrimonio, Inés de Zúñiga, se casó con Gaspar de
Guzmán, el famoso Conde-duque de Olivares, valido del rey Felipe IV. Con solo
18 años, Gaspar de Zúñiga luchó en persona con sus soldados al servicio de
Felipe II en el conflicto que luego trajo la anexión de Portugal a España, y
defendió el puerto de la Coruña contra el acoso del pirata Francis Drake. En
1595, cuando Gaspar de Zúñiga solo contaba con 35 años, fue nombrado por Felipe
II virrey de México, sustituyendo a Luis de Velasco (ya le hemos dedicado una
imagen), el cual fue destinado entonces al virreinato de Perú. Quizá lo más
llamativo que entonces hizo el virrey Zúñiga fue enviar una expedición al
territorio de Nuevo México (actualmente zona norteamericana) para establecer
allí por primera vez un asentamiento de españoles. Sin oposición de los indios,
fundaron la ciudad de Santa Fe, pero fracasaron en el eterno sueño de encontrar
las míticas Siete Ciudades de Oro. También en México tuvo que enfrentarse con
piratas por la zona de Veracruz, y lo hizo con éxito. Compasivo con los indios
mexicanos, prohibió que fueran forzados a trabajar para los españoles sin
salario alguno. El año 1603 Gaspar de Zúñiga fue nombrado virrey de Perú, como
les ocurrió anteriormente a otros virreyes de México, y da la impresión de que eso
suponía un ascenso en su carrera, por haber adquirido preeminencia el
virreinato de Perú (desde luego, mucho más extenso). Al partir hacia su
destino, le ocurrió algo excepcional: los indios mexicanos lo despidieron
emocionados porque lo veían como un 'padre benefactor', según dicen las
crónicas. A pesar de ser hombre de frágil salud, Gaspar de Zúñiga (Conde de
Monterrey) siguió en Perú desarrollando una gran actividad, y, en Chile, como
hemos visto, el gobernador García Ramón le puso en 1605 el nombre, en su honor,
de ciudad de Monterrey de la Frontera a una población que los mapuches
destruyeron doce años después. Además de todos sus méritos políticos y
administrativos, lo que hizo especial al virrey GASPAR DE ZÚÑIGA ACEVEDO fue su
profunda fe religiosa y su excepcional honradez profesional. Hasta el punto de
que, cosa nunca vista, se le dispensó de ser sometido al preceptivo Juicio de Residencia
que se aplicaba a todos los dignatarios al finalizar el ejercicio de su cargo. La Audiencia de Lima, en
febrero de 1606, informó al rey Felipe III de la muerte del virrey, ensalzando
sin medida sus méritos y virtudes.
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