domingo, 15 de mayo de 2022

(1723) El gobernador Alonso García Ramón seguía preparando con ilusión ataques contra los indios, los cuales tenían esclavizados a muchos españoles. El virrey Gaspar de Zúñiga era muy querido y respetado.

 

     (1323) Da la impresión de que el nuevo gobernador, Alonso García Ramón, aunque muy consciente de las enormes dificultades que suponía la pesadilla mapuche, estaba pasando por un momento ilusionado, porque, si bien los refuerzos recibidos y los fondos proporcionados por el Rey no garantizaban un triunfo definitivo, él confiaba en sí mismo y estaba dispuesto a entregarse sin titubeos a la lucha, por encarnizada que pudiera resultar: "Cuando se hubieron reunido todas las tropas con las que esperaba entregarse a la campaña, les habló a sus más importantes capitanes de concretar el plan de operaciones. Se decidió fundar en la ribera sur del Biobío una ciudad con el nombre de Monterrey de la Frontera. El Gobernador apartó ciento ochenta soldados para la construcción y  defensa de esa plaza, y cuidó de que los fuertes vecinos de Nacimiento y Santa Fe permaneciesen bien defendidos. El capitán Núñez de Pineda, que quedó a cargo de esa obra, debía ir más al sur y repoblar la ciudad de Angol con la gente que se esperaba de México. Todo hacía presumir que la pacificación de esta parte del territorio estaba casi definitivamente asegurada".

     El Gobernador contaba con mil doscientos soldados para internarse en territorio enemigo, y, esperando que corriera la voz entre los indios  sobre lo reforzado que estaba, hizo una exhibición de su ejército el día 15 de enero de 1606 con una aparatosa revista militar: "Las tropas fueron distribuidas en dos grandes divisiones. Una de ellas, llevando por jefe al coronel Pedro Cortés y por maestre de campo a González de Nájera, debía actuar en la región de la costa, persiguiendo sin descanso a los indios de Arauco y Tucapel, La otra división, mandada por el mismo gobernador y siendo maestre de campo don Diego Bravo de Sarabia, debía penetrar por el valle central. A su lado marchaban también varios religiosos, y entre ellos el padre Luis de Valdivia. Se esperaba que estas operaciones combinadas, cercando a los indios, los obligarían a presentar batalla o a aceptar la paz. Pero aquella campaña espectacular estaba destinada a ser tan infructuosa como las anteriores. Los indios, aunque abandonaron sus casas y se refugiaron en las montañas, estaban resueltos a no someterse jamás. Acompañaban a García Ramón ciento cincuenta nativos, aparentemente amigos, pero abandonaron cautelosamente el campo español, dieron muerte al cacique Nabalburí, que se había mostrado dispuesto a deponer las armas, y fueron a reunirse a los guerreros, aconsejándoles la resistencia a todo trance. Las fuerzas expedicionarias, no hallando por ninguna parte enemigos a quienes combatir, se limitaron, como de ordinario, a destruir las chozas y sementeras de los indios, a recoger los ganados de estos y a esparcir el terror. Sólo Pedro Cortés, después de haber recorrido los campos de Tucapel, tuvo un pequeño encuentro con los indios del valle de Elicura, a quienes dispersó sin grandes dificultades. Todo el ejército español se halló reunido en Purén el 2 de febrero con el gobernador García Ramón. El cual sabía que las extensas vegas de Purén y de Lumaco eran el asilo de millares de indios, y que estos tenían consigo muchos españoles, hombres, mujeres y niños, cautivados en las campañas anteriores. García Ramón, sin arredrarse por ninguna dificultad, atacó al enemigo por diversos lados de la ciénaga; pero solo consiguió dar muerte a algunos indios y apresar a otros, sin poder impedir que los demás, arrastrando consigo a los cautivos españoles, se salvaran huyendo".

 

     (Imagen) El virrey GASPAR DE ZÚÑIGA ACEVEDO nació en Monterrey (Orense) en 1560, siendo desde niño el quinto conde del lugar. Se casó en 1583 con la linajuda Inés de Velasco y Aragón. Su compromiso matrimonial se había efectuado veinte años antes (en plena infancia). Una hija del matrimonio, Inés de Zúñiga, se casó con Gaspar de Guzmán, el famoso Conde-duque de Olivares, valido del rey Felipe IV. Con solo 18 años, Gaspar de Zúñiga luchó en persona con sus soldados al servicio de Felipe II en el conflicto que luego trajo la anexión de Portugal a España, y defendió el puerto de la Coruña contra el acoso del pirata Francis Drake. En 1595, cuando Gaspar de Zúñiga solo contaba con 35 años, fue nombrado por Felipe II virrey de México, sustituyendo a Luis de Velasco (ya le hemos dedicado una imagen), el cual fue destinado entonces al virreinato de Perú. Quizá lo más llamativo que entonces hizo el virrey Zúñiga fue enviar una expedición al territorio de Nuevo México (actualmente zona norteamericana) para establecer allí por primera vez un asentamiento de españoles. Sin oposición de los indios, fundaron la ciudad de Santa Fe, pero fracasaron en el eterno sueño de encontrar las míticas Siete Ciudades de Oro. También en México tuvo que enfrentarse con piratas por la zona de Veracruz, y lo hizo con éxito. Compasivo con los indios mexicanos, prohibió que fueran forzados a trabajar para los españoles sin salario alguno. El año 1603 Gaspar de Zúñiga fue nombrado virrey de Perú, como les ocurrió anteriormente a otros virreyes de México, y da la impresión de que eso suponía un ascenso en su carrera, por haber adquirido preeminencia el virreinato de Perú (desde luego, mucho más extenso). Al partir hacia su destino, le ocurrió algo excepcional: los indios mexicanos lo despidieron emocionados porque lo veían como un 'padre benefactor', según dicen las crónicas. A pesar de ser hombre de frágil salud, Gaspar de Zúñiga (Conde de Monterrey) siguió en Perú desarrollando una gran actividad, y, en Chile, como hemos visto, el gobernador García Ramón le puso en 1605 el nombre, en su honor, de ciudad de Monterrey de la Frontera a una población que los mapuches destruyeron doce años después. Además de todos sus méritos políticos y administrativos, lo que hizo especial al virrey GASPAR DE ZÚÑIGA ACEVEDO fue su profunda fe religiosa y su excepcional honradez profesional. Hasta el punto de que, cosa nunca vista, se le dispensó de ser sometido al preceptivo Juicio de Residencia que se aplicaba a todos los dignatarios al finalizar el ejercicio de su cargo. La Audiencia de Lima, en febrero de 1606, informó al rey Felipe III de la muerte del virrey, ensalzando sin medida  sus méritos y virtudes.




 

 

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