martes, 10 de mayo de 2022

(1719) Llegó a Chile el nuevo gobernador, Alonso García Ramón, acompañado del jesuita Luis de Valdivia, y, al parecer, ilusionado con sus ideas de trato 'angelical' a los mapuches, pero pronto perderá el entusiasmo.

 

     (1319) Quizá fuera porque el gobernador García Ramón iba acompañado de muchos soldados, pero, aunque los indios seguían dispuestos a continuar luchando contra los españoles, no tuvo problemas en su viaje hacia el encuentro con el ex gobernador Alonso de Ribera, que residía en Santiago. Sin embargo, García Ramón estaba seguro de que había una amenaza latente: "Notaba la intranquilidad que reinaba en toda la comarca a pesar de la paz aparente que habían dado los indios. No tuvo duda de que su antecesor Ribera había exagerado las noticias que daba acerca de la pacificación de aquellos lugares, pero se abstuvo de hacerle reproches. Por el contrario, le guardó a Ribera las consideraciones que le había encargado el virrey del Perú, le prestó los auxilios necesarios para emprender su viaje a Santiago y a Tucumán y, por último, le subrayó al monarca los servicios que había prestado en la guerra de Chile. En honor de la esposa del virrey del Perú, Gaspar de Zúñiga Acevedo, al fuerte Paicaví le puso el nombre de Santa Inés de Monterrey".

     Alonso García Ramón, de camino hacia Santiago, donde estaba el ex gobernador Ribera, se reunía con los indios que encontraba, acompañado siempre por el padre Luis de Valdivia, y comunicándoles las nuevas instrucciones que traía del virrey de Perú, como había hecho en Concepción: "Les repetía a todos los indios las concesiones que les dispensaba el Rey si decidían vivir en paz, y los amenazaba con los horrores de una guerra sin piedad si volvían a rebelarse contra su autoridad. Los indios se mostraban igualmente dispuestos a acogerse al perdón de sus faltas anteriores y a aceptar sumisos la dominación que se les imponía. Aunque García Ramón manifestaba alguna confianza en la solidez de estas paces, no descuidó ninguna de las precauciones militares que convenía tomar. Para ello, reforzó las guarniciones de los fuertes y dictó las instrucciones necesarias para mantener la más activa vigilancia. El coronel Pedro Cortés quedó encargado del mando superior de los fuertes colocados en la región de la costa, y el capitán Álvaro Núñez de Pineda del de las fortificaciones situadas en el valle central, a orillas del Biobío".

     Pero García Ramón tenía un sueño muy ambicioso: "Esperaba refuerzos considerables de España y de otras partes, y pensaba que que podría llevar a término definitivo la conquista del país. Quería repoblar las ciudades que habían sido destruidas en el sur, y rescatar por la fuerza a los numerosos cautivos españoles que los indios mantenían en sus tierras sujetos a la más dura esclavitud. Hallándose en el fuerte de Arauco, el 7 de mayo de 1605 publicó una orden por la cual mandaba que todos los encomenderos y vecinos de las ciudades despobladas se hallasen reunidos en Concepción el 1º de octubre, para que a cada uno se le devolviera sus posesiones, bajo apercibimiento de que, de no concurrir, se las darían a otros como vacantes. Este decreto fue publicado por bando en   todas las ciudades de Chile, pero, a pesar de la confianza que en él manifestaba el Gobernador sobre los resultados de la próxima campaña, no consiguió hacer renacer las esperanzas de los que habían perdido toda su fortuna en la pasada insurrección. Cuando se hubo liberado de estos primeros trabajos, el Gobernador partió de Concepción en los últimos días de junio hacia Santiago, con el fin de completar sus preparativos militares".

 

     (Imagen) El tenaz jesuita Luis de Valdivia, muy satisfecho de la aplicación de sus ideas, decidió seguir con su plan de pacificación, aprobado por el virrey del Perú: "Profundamente convencido de la sinceridad de las paces que habían prometido los indios, les seguía hablando de las ventajas de vivir sometidos al piadoso rey de España, y de recibir el cristianismo, y, en su candoroso entusiasmo, consideraba verdaderas las palabras siempre falaces de aquellos bárbaros. Contra el parecer de los capitanes veteranos, decidió ir a los campos vecinos sin más compañía que la de un mancebo llamado Ortiz de Atenas (al parecer, era novicio jesuita). En una ocasión, viajando solo el compañero del padre Valdivia, y cogido de improviso por los indios, pereció víctima de una muerte cruelísima. Estando vivo todavía el infeliz mancebo, le cortaban las carnes a pedazos y se las comían. El padre Valdivia, salvado de aquel terrible fin, tuvo que comprender los peligros de sus andanzas, pero, según se deja ver por su correspondencia, no perdió las ilusiones que se había forjado acerca de la excelencia de aquel sistema de pacificación de los indígenas. Los capitanes españoles más experimentados no tenían la menor confianza en la sinceridad de esas paces, ni esperaban nada de la pretendida conversión de los indios. Creían que solo por la fuerza, y mediante la más severa energía, se llegaría a asentar una paz duradera en aquellos territorios". También al gobernador García Ramón se le había pasado su borrachera de ilusión: "En Lima se había dejado impresionar por las teorías humanitarias del Virrey y de sus consejeros, y, llegado a Chile, parecía creer en el fruto que había de sacarse de las misiones que aconsejaba el padre Valdivia, pero iba poco a poco cambiando de ideas, y reafirmándose en que solo las armas podían afianzar la conquista. 'Últimamente, este verano pasado (le escribía al Rey) aceptaron la paz las provincias de Arauco y Tucapel, y lo que de ello se ha confirmado es que claramente se ha visto que lo hicieron para salvar sus provisiones, y, en recogiéndolas, las fueron enterrando en los montes y luego se sublevaron'. Y algunos meses más tarde, expresando más vigorosamente aún su pensamiento, decía lo que sigue: 'Estos indios son de tal condición que, en todos los siglos de los siglos, aunque los metan en una redoma, de no ser castigados ásperamente, procurarán hacer de las suyas'. Así, pues, había decidido que sus capitanes mantuviesen con mano firme la sumisión de las provincias en que estaban construidos los fuertes". El año 1614, era de nuevo gobernador Alonso de Ribera, y, como vemos en la imagen, Luis de Valdivia se le quejaba al Rey de que había abandonado la táctica 'amable' con los mapuches.




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