(1319) Quizá fuera porque el gobernador
García Ramón iba acompañado de muchos soldados, pero, aunque los indios seguían
dispuestos a continuar luchando contra los españoles, no tuvo problemas en su
viaje hacia el encuentro con el ex gobernador Alonso de Ribera, que residía en
Santiago. Sin embargo, García Ramón estaba seguro de que había una amenaza
latente: "Notaba la intranquilidad que reinaba en toda la comarca a pesar
de la paz aparente que habían dado los indios. No tuvo duda de que su antecesor
Ribera había exagerado las noticias que daba acerca de la pacificación de
aquellos lugares, pero se abstuvo de hacerle reproches. Por el contrario, le guardó
a Ribera las consideraciones que le había encargado el virrey del Perú, le
prestó los auxilios necesarios para emprender su viaje a Santiago y a Tucumán
y, por último, le subrayó al monarca los servicios que había prestado en la
guerra de Chile. En honor de la esposa del virrey del Perú, Gaspar de Zúñiga
Acevedo, al fuerte Paicaví le puso el nombre de Santa Inés de Monterrey".
Alonso García Ramón, de camino hacia
Santiago, donde estaba el ex gobernador Ribera, se reunía con los indios que
encontraba, acompañado siempre por el padre Luis de Valdivia, y comunicándoles
las nuevas instrucciones que traía del virrey de Perú, como había hecho en
Concepción: "Les repetía a todos los indios las concesiones que les
dispensaba el Rey si decidían vivir en paz, y los amenazaba con los horrores de
una guerra sin piedad si volvían a rebelarse contra su autoridad. Los indios se
mostraban igualmente dispuestos a acogerse al perdón de sus faltas anteriores y
a aceptar sumisos la dominación que se les imponía. Aunque García Ramón manifestaba
alguna confianza en la solidez de estas paces, no descuidó ninguna de las
precauciones militares que convenía tomar. Para ello, reforzó las guarniciones
de los fuertes y dictó las instrucciones necesarias para mantener la más activa
vigilancia. El coronel Pedro Cortés quedó encargado del mando superior de los
fuertes colocados en la región de la costa, y el capitán Álvaro Núñez de Pineda
del de las fortificaciones situadas en el valle central, a orillas del Biobío".
Pero García Ramón tenía un sueño muy
ambicioso: "Esperaba refuerzos considerables de España y de otras partes,
y pensaba que que podría llevar a término definitivo la conquista del país.
Quería repoblar las ciudades que habían sido destruidas en el sur, y rescatar
por la fuerza a los numerosos cautivos españoles que los indios mantenían en
sus tierras sujetos a la más dura esclavitud. Hallándose en el fuerte de
Arauco, el 7 de mayo de 1605 publicó una orden por la cual mandaba que todos
los encomenderos y vecinos de las ciudades despobladas se hallasen reunidos en
Concepción el 1º de octubre, para que a cada uno se le devolviera sus
posesiones, bajo apercibimiento de que, de no concurrir, se las darían a otros
como vacantes. Este decreto fue publicado por bando en todas las ciudades de Chile, pero, a pesar
de la confianza que en él manifestaba el Gobernador sobre los resultados de la
próxima campaña, no consiguió hacer renacer las esperanzas de los que habían
perdido toda su fortuna en la pasada insurrección. Cuando se hubo liberado de
estos primeros trabajos, el Gobernador partió de Concepción en los últimos días
de junio hacia Santiago, con el fin de completar sus preparativos militares".
(Imagen) El tenaz jesuita Luis de
Valdivia, muy satisfecho de la aplicación de sus ideas, decidió seguir con su plan
de pacificación, aprobado por el virrey del Perú: "Profundamente
convencido de la sinceridad de las paces que habían prometido los indios, les
seguía hablando de las ventajas de vivir sometidos al piadoso rey de España, y
de recibir el cristianismo, y, en su candoroso entusiasmo, consideraba verdaderas
las palabras siempre falaces de aquellos bárbaros. Contra el parecer de los
capitanes veteranos, decidió ir a los campos vecinos sin más compañía que la de
un mancebo llamado Ortiz de Atenas (al parecer, era novicio jesuita). En
una ocasión, viajando solo el compañero del padre Valdivia, y cogido de
improviso por los indios, pereció víctima de una muerte cruelísima. Estando
vivo todavía el infeliz mancebo, le cortaban las carnes a pedazos y se las
comían. El padre Valdivia, salvado de aquel terrible fin, tuvo que comprender
los peligros de sus andanzas, pero, según se deja ver por su correspondencia,
no perdió las ilusiones que se había forjado acerca de la excelencia de aquel
sistema de pacificación de los indígenas. Los capitanes españoles más
experimentados no tenían la menor confianza en la sinceridad de esas paces, ni
esperaban nada de la pretendida conversión de los indios. Creían que solo por
la fuerza, y mediante la más severa energía, se llegaría a asentar una paz
duradera en aquellos territorios". También al gobernador García Ramón se
le había pasado su borrachera de ilusión: "En Lima se había dejado
impresionar por las teorías humanitarias del Virrey y de sus consejeros, y,
llegado a Chile, parecía creer en el fruto que había de sacarse de las misiones
que aconsejaba el padre Valdivia, pero iba poco a poco cambiando de ideas, y reafirmándose
en que solo las armas podían afianzar la conquista. 'Últimamente, este verano
pasado (le escribía al Rey) aceptaron la paz las provincias de Arauco y
Tucapel, y lo que de ello se ha confirmado es que claramente se ha visto que lo
hicieron para salvar sus provisiones, y, en recogiéndolas, las fueron
enterrando en los montes y luego se sublevaron'. Y algunos meses más tarde,
expresando más vigorosamente aún su pensamiento, decía lo que sigue: 'Estos
indios son de tal condición que, en todos los siglos de los siglos, aunque los
metan en una redoma, de no ser castigados ásperamente, procurarán hacer de las
suyas'. Así, pues, había decidido que sus capitanes mantuviesen con mano firme
la sumisión de las provincias en que estaban construidos los fuertes". El
año 1614, era de nuevo gobernador Alonso de Ribera, y, como vemos en la imagen,
Luis de Valdivia se le quejaba al Rey de que había abandonado la táctica
'amable' con los mapuches.
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