jueves, 19 de mayo de 2022

(1727) Más que harto de la brutalidad mapuche, el gobernador García Ramón dio órdenes tan crueles, que el escándalo de los españoles le obligó a retirarlas. El capitán Francisco Gil Negrete tuvo una biografía fuera de serie.

 

     (1327) El gobernador Alonso García Ramón no solo estaba dispuesto a continuar utilizando con los mapuches el máximo rigor, sino que ni por un momento se le pasó por la cabeza cesar en sus ataques por miedo a un desastre:  "El 24 de noviembre de 1606 llegó a la plaza (Boroa) que desde dos meses antes defendía heroicamente el capitán Francisco Gil Negrete, a pesar de que su guarnición estaba reducida a noventa y cuatro personas, incluidos los enfermos. De las tropas dejadas allí por García Ramón, faltaban, además de los soldados que fueron víctimas del desastre del 29 de septiembre de 1606, otros cuarenta y dos hombres muertos de enfermedades, o desertores pasados al enemigo. La subsistencia del fuerte de San Ignacio de Boroa, después de tales calamidades, parecía insostenible. Tras reunirse con sus capitanes, el Gobernador resolvió despoblarlo inmediatamente. Esta determinación estaba fundada en motivos cuya fuerza no era posible desconocer. Dos días después, todo el ejército se ponía en marcha para los distritos de Paicaví y Tucapel. Aunque en su retirada dispersó algunos destacamentos de indios, estas efímeras ventajas no compensaban el descalabro de Boroa, la pérdida de ciento cincuenta excelentes soldados y la vergüenza de haber tenido que abandonar un fuerte en el que se fundaban tantas esperanzas. Aquel desastre produjo en todas partes una verdadera consternación. Cuando la presencia del ejército más poderoso que jamás hubiera existido en Chile había hecho concebir la ilusión de llegar pronto al término de la guerra, se recibía la noticia de la más funesta derrota que habían experimentado los españoles en este país".

     El gobernador Alonso García Ramón se encontraba ya tan alejado de las teorías humanistas del  jesuita Luis de Valdivia (con las que parecía haber estado de acuerdo) y tan fuera de sí por la brutalidad de los mapuches, que perdió todo rastro de humanidad con ellos, hasta el punto de escandalizar a muchos españoles:  "En Santiago fue todavía mayor la angustia y el sobresalto al llegar, a mediados de diciembre, la noticia del desastre de Boroa por una carta del capitán Álvaro Núñez de Pineda (el cual, harto de batallar, se retiró en 1614 del ejército al morir su mujer, pero luego el virrey lo nombró maestre de campo de todas las tropas de Chile). Recordando, sin duda, el conato de insurrección de los indios de la zona del río Maule y algunos otros desórdenes, los españoles llegaron a temer un levantamiento general de todos los indígenas. Sin embargo, se mantuvo la tranquilidad en estas provincias. La guerra fue ese verano mucho menos activa y eficaz de lo que había pensado hacerla García Ramón. En vez de llevar a cabo la fundación de nuevas ciudades, se mantuvo con sus tropas en las posiciones ocupadas en la frontera, haciendo correrías para aterrorizar a los indios sin perdonar la vida a ninguno de los enemigos. 'Dicté una orden -escribió García Ramón- para que los jefes militares pasasen a cuchillo a todos los que se pudiese, sin reservar mujer ni criatura, lo cual se puso en ejecución general, y se pasaron a cuchillo más de cuatrocientas almas'. Pero estos horrores despertaron por todas partes una reprobación general. Los prelados y todos los religiosos dirigieron al Gobernador enérgicas quejas contra esas atroces matanzas, las condenaron en el púlpito, y obtuvieron una modificación de aquellas bárbaras ordenanzas".

 

     (Imagen) Nos acaba de decir el historiador Barros que "por falta de otro jefe de mayor antigüedad, tomó el mando del fuerte de Boroa el capitán FRANCISCO GIL NEGRETE, joven de 25 años, pero preparado para la guerra por sus buenos servicios prestados en Flandes". El caso de Francisco es verdaderamente excepcional. Nació  en Flandes en 1580, y desde la edad de seis años, ya se vio escogido para ser un futuro militar en territorio flamenco, pues, por los méritos de su padre, Francisco Gil Fernández (natural de Ogarrio-Cantabria), le adjudicaron un salario permanente hasta su mayoría de edad, compromiso al que se ató para toda su vida. En 1604 vuelven ambos a España, y, un año después, llegan a Chile con los soldados proporcionados por el Rey y capitaneados por Alonso de Mosquera (como ya vimos). Después de hacer un viaje a España, retornó a Chile por mandato del virrey Marqués de Montesclaros y en compañía de Lope de Ulloa y Lemos (quien, en 1618, tomará el cargo de Gobernador de ese territorio). Francisco Gil Negrete no paró de ascender en importancia militar y social. Ulloa le dio el cargo de corregidor de La Serena, y, posteriormente, tras volver a Perú, y por sus notables éxitos, fue nombrado Maestre General del fuerte del Callao, siendo recompensado por los virreyes Conde de Chinchón y Marqués de Guadalcázar con importantes encomiendas de indios. Muerto el gobernador de la chilena plaza de Valdivia, se le nombró titular del cargo a Francisco Gil el año 1646, tras haberle dicho el virrey Mancera al Monarca que se  lo merecía por tener una gran reputación militar y ser muy buen conocedor de aquella tierra. Y, de hecho, tuvo luego grandes aciertos contra los mapuches. Habiéndole comunicado al Rey, el año 1644, su deseo de formar parte de alguna orden militar, le concedió, en 1650, ser Caballero de Santiago. Un año antes, había logrado otro ascenso, pues el Rey le otorgó la gobernación de Tucumán (en territorio actualmente argentino). FRANCISCO GIL NEGRETE se había casado dos veces, y con dos criollas nacidas en Santiago de Chile, Bernardina de Henestrosa y Clara Pastene, de las que no tuvo descendencia. Solamente ejerció como gobernador de Tucumán durante dos años, ya que murió el 13 de  junio de 1651. Y da la casualidad de que, el diez de mayo anterior, le escribió una larga carta a Felipe IV llena de entusiasmo, en la que mostraba sus grandes deseos de seguir luchando. En la imagen vemos la última hoja, y el contraste que hay entre la menudez de la letra y la amplitud de su firma. Sin sospechar que iba a morir pronto, le dice al Rey (con 71 años cumplidos) que desea "aventurarme a peligros y trabajos al servicio de Vuestra Majestad", y firma la carta en mayo de 1651.






No hay comentarios:

Publicar un comentario