(1327) El gobernador Alonso García Ramón
no solo estaba dispuesto a continuar utilizando con los mapuches el máximo
rigor, sino que ni por un momento se le pasó por la cabeza cesar en sus ataques
por miedo a un desastre: "El 24 de
noviembre de 1606 llegó a la plaza (Boroa) que desde dos meses antes
defendía heroicamente el capitán Francisco Gil Negrete, a pesar de que su
guarnición estaba reducida a noventa y cuatro personas, incluidos los enfermos.
De las tropas dejadas allí por García Ramón, faltaban, además de los soldados
que fueron víctimas del desastre del 29 de septiembre de 1606, otros cuarenta y
dos hombres muertos de enfermedades, o desertores pasados al enemigo. La
subsistencia del fuerte de San Ignacio de Boroa, después de tales calamidades,
parecía insostenible. Tras reunirse con sus capitanes, el Gobernador resolvió
despoblarlo inmediatamente. Esta determinación estaba fundada en motivos cuya
fuerza no era posible desconocer. Dos días después, todo el ejército se ponía
en marcha para los distritos de Paicaví y Tucapel. Aunque en su retirada
dispersó algunos destacamentos de indios, estas efímeras ventajas no
compensaban el descalabro de Boroa, la pérdida de ciento cincuenta excelentes
soldados y la vergüenza de haber tenido que abandonar un fuerte en el que se
fundaban tantas esperanzas. Aquel desastre produjo en todas partes una
verdadera consternación. Cuando la presencia del ejército más poderoso que
jamás hubiera existido en Chile había hecho concebir la ilusión de llegar
pronto al término de la guerra, se recibía la noticia de la más funesta derrota
que habían experimentado los españoles en este país".
El gobernador Alonso García Ramón se
encontraba ya tan alejado de las teorías humanistas del jesuita Luis de Valdivia (con las que parecía
haber estado de acuerdo) y tan fuera de sí por la brutalidad de los mapuches,
que perdió todo rastro de humanidad con ellos, hasta el punto de escandalizar a
muchos españoles: "En Santiago fue
todavía mayor la angustia y el sobresalto al llegar, a mediados de diciembre, la
noticia del desastre de Boroa por una carta del capitán Álvaro Núñez de Pineda
(el cual, harto de batallar, se retiró en 1614 del ejército al morir su
mujer, pero luego el virrey lo nombró maestre de campo de todas las tropas de
Chile). Recordando, sin duda, el conato de insurrección de los indios de la
zona del río Maule y algunos otros desórdenes, los españoles llegaron a temer un
levantamiento general de todos los indígenas. Sin embargo, se mantuvo la
tranquilidad en estas provincias. La guerra fue ese verano mucho menos activa y
eficaz de lo que había pensado hacerla García Ramón. En vez de llevar a cabo la
fundación de nuevas ciudades, se mantuvo con sus tropas en las posiciones
ocupadas en la frontera, haciendo correrías para aterrorizar a los indios sin
perdonar la vida a ninguno de los enemigos. 'Dicté una orden -escribió García
Ramón- para que los jefes militares pasasen a cuchillo a todos los que se
pudiese, sin reservar mujer ni criatura, lo cual se puso en ejecución general,
y se pasaron a cuchillo más de cuatrocientas almas'. Pero estos horrores
despertaron por todas partes una reprobación general. Los prelados y todos los
religiosos dirigieron al Gobernador enérgicas quejas contra esas atroces
matanzas, las condenaron en el púlpito, y obtuvieron una modificación de
aquellas bárbaras ordenanzas".
(Imagen) Nos acaba de decir el historiador
Barros que "por falta de otro jefe de mayor antigüedad, tomó el mando del
fuerte de Boroa el capitán FRANCISCO GIL NEGRETE, joven de 25 años, pero
preparado para la guerra por sus buenos servicios prestados en Flandes".
El caso de Francisco es verdaderamente excepcional. Nació en Flandes en 1580, y desde la edad de seis
años, ya se vio escogido para ser un futuro militar en territorio flamenco,
pues, por los méritos de su padre, Francisco Gil Fernández (natural de
Ogarrio-Cantabria), le adjudicaron un salario permanente hasta su mayoría de
edad, compromiso al que se ató para toda su vida. En 1604 vuelven ambos a
España, y, un año después, llegan a Chile con los soldados proporcionados por
el Rey y capitaneados por Alonso de Mosquera (como ya vimos). Después de hacer
un viaje a España, retornó a Chile por mandato del virrey Marqués de
Montesclaros y en compañía de Lope de Ulloa y Lemos (quien, en 1618, tomará el
cargo de Gobernador de ese territorio). Francisco Gil Negrete no paró de
ascender en importancia militar y social. Ulloa le dio el cargo de corregidor
de La Serena, y, posteriormente, tras volver a Perú, y por sus notables éxitos,
fue nombrado Maestre General del fuerte del Callao, siendo recompensado por los
virreyes Conde de Chinchón y Marqués de Guadalcázar con importantes encomiendas
de indios. Muerto el gobernador de la chilena plaza de Valdivia, se le nombró
titular del cargo a Francisco Gil el año 1646, tras haberle dicho el virrey
Mancera al Monarca que se lo merecía por
tener una gran reputación militar y ser muy buen conocedor de aquella tierra.
Y, de hecho, tuvo luego grandes aciertos contra los mapuches. Habiéndole
comunicado al Rey, el año 1644, su deseo de formar parte de alguna orden
militar, le concedió, en 1650, ser Caballero de Santiago. Un año antes, había
logrado otro ascenso, pues el Rey le otorgó la gobernación de Tucumán (en
territorio actualmente argentino). FRANCISCO GIL NEGRETE se había casado dos
veces, y con dos criollas nacidas en Santiago de Chile, Bernardina de
Henestrosa y Clara Pastene, de las que no tuvo descendencia. Solamente ejerció
como gobernador de Tucumán durante dos años, ya que murió el 13 de junio de 1651. Y da la casualidad de que, el
diez de mayo anterior, le escribió una larga carta a Felipe IV llena de
entusiasmo, en la que mostraba sus grandes deseos de seguir luchando. En la
imagen vemos la última hoja, y el contraste que hay entre la menudez de la
letra y la amplitud de su firma. Sin sospechar que iba a morir pronto, le dice
al Rey (con 71 años cumplidos) que desea "aventurarme a peligros y
trabajos al servicio de Vuestra Majestad", y firma la carta en mayo de 1651.
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