domingo, 8 de mayo de 2022

(1717) Llegó como nuevo gobernador Alonso García Ramón. El sustituido, Alonso de Ribera, recibió, como mal menor, la gobernación de Tucumán. Tuvo poderosos enemigos, pero consiguió que el Rey reconociese su extraordinaria valía.

 

     (1317) Eso era lo previsto y querido por el Rey, que sustituyera a Ribera como gobernador de Chile el que ya lo había sido anteriormente: "Pero no era don Alonso de Sotomayor el que venía a reemplazar a Ribera en el gobierno de Chile. Se había negado a aceptar este cargo, y, en su lugar, el virrey del Perú acababa de confiárselo a Alonso García Ramón. Habiendo desembarcado este en Concepción el 19 de marzo de 1605, se demoró allí algunos días ocupado en varios trabajos, y el 9 de abril se presentaba en Paicaví para tomar el mando del ejército. Conocidas las relaciones de estos dos capitanes y su pública ruptura en 1601, cuando Ribera llegó a Chile a tomar el gobierno desbancando precisamente a García Ramón, era de temer que ahora se produjeran desagradables desavenencias entre ellos, pero no sucedió así. El virrey del Perú había encargado a García Ramón que guardase a su antecesor todas las consideraciones posibles. Ribera, a pesar de la irritable susceptibilidad de su carácter, no tuvo que quejarse de ningún ultraje ni de ninguna desatención. Cuando hubo entregado el mando de las tropas, Alonso de Ribera se trasladó a Santiago, donde residía su familia. Por orden del Rey, debía partir brevemente a tomar el mando (recién concedido, como compensación) de la apartada provincia de Tucumán, pero las nieves del invierno habían cerrado los caminos de la cordillera, y le fue forzoso aguardar la vuelta de la primavera. Queriendo alejarse de una ciudad en que residían muchos de sus enemigos, se instaló en Colina, pueblo de indios y de encomenderos, situado a seis leguas al norte de Santiago".

     Ese tiempo de espera le sirvió a Alonso de Ribera para escribirle al Rey un resumen de los logros que había obtenido durante su tiempo de gobernador, diciéndole, entre otras cosas, lo siguiente: "Cuando llegué a esta tierra por orden de Vuestra Majestad, con el cargo que me asignó sin yo pretenderlo, había guerra en la zona del río Maule, y los vecinos de la ciudad de Concepción estaban retirados en el convento del señor San Francisco, que servía de fuerte". Lo que quiere decir que el acoso de los mapuches era muy intenso. Diego Barros comenta al respecto: "Aunque el estado en que dejaba Chile distaba mucho de ser tan lisonjero como lo presentaba en su correspondencia, era verdad que había restablecido la confianza entre los españoles, afianzando la tranquilidad en las poblaciones situadas al norte del Biobío y evitando empresas temerarias que indudablemente habrían dado origen a nuevos desastres. Para que su palabra fuera creída en la Corte, Ribera presentó, además, una información de todos estos hechos, y otra concerniente a la administración que había llevado a cabo de los caudales públicos durante su gobierno. Antes de su partida, dio también por escrito a García Ramón su parecer sobre la manera de llevar adelante la pacificación de Chile. Le recomendaba que no deshiciese las compañías de infantería, 'que siempre llevase de ella más que de caballería, porque es el miembro más importante del campo del Rey', que mantuviese en todo su vigor la disciplina militar, y que no se aventurase en conquistas y poblaciones en el interior del territorio de los rebeldes, sin haber reducido primero la región vecina a la frontera, para no dejar enemigos a sus espaldas". Ya vimos que, en cuanto llegó a Chile,  se dio cuenta de dos cosas necesarias: potenciar la infantería, porque los mapuches ya tenían buena caballería, y establecer líneas de frontera tras haber dejado detrás pacificados a todos los indios, evitando así el riesgo de que cercaran asentamientos de españoles.

 

    (Imagen) En octubre de 1605, Ribera salió hacia Tucumán, como gobernador del lugar (en la imagen vemos el mapa de Argentina en blanco, pero señalada la zona de Tucumán en ocre): "Lo acompañaban, además de su esposa y sus criados, 29 soldados y 11 oficiales capitanes y alféreces, amigos suyos. García Ramón no opuso dificultades a la salida de esta gente, por respeto al ex gobernador de Chile, y porque estaba a punto de  llegar un considerable refuerzo de tropas españolas. Aunque Ribera dejaba en Chile muchos y muy encarnizados enemigos, le quedaban allí amigos que siempre le fueron fieles y lo admiraban. Por entonces, llegó a Chile un capitán español ajeno a las rencillas que habían perturbado los ánimos anteriormente. Para informar al Rey de lo que había hallado en Chile, le comunicó lo siguiente: 'Lo que han escrito a Vuestra Majestad contra el gobernador Alonso de Ribera, ha sido muy diferente de lo que yo he visto, pues penetró luchando muy adentro de los indios rebeldes, y ha servido a Vuestra Majestad con mucho cuidado y esfuerzo, como ya lo hizo en Flandes. Todos los prelados de los monasterios le están muy agradecidos y dicen que había gobernado muy bien, manifestando lo mismo la mayor parte de la gente principal de Chile. Por todo ello, merece que Vuestra Majestad lo honre y lo premie debidamente'. Pero los enemigos de Ribera no rebajaron sus odios al verlo alejado y destinado a un puesto muy inferior al que le correspondía por sus méritos y sus servicios. Cinco años más tarde, el doctor Luis Merlo de la Fuente recibió el encargo de aplicarle a Ribera el juicio de residencia habitual con los  gobernadores  cesantes. Aquellos obstinados enemigos acudieron presurosos a formular sus acusaciones contra Ribera, y acumularon toda clase de cargos para presentarlo como un gobernante despótico, irreligioso, inhábil para dirigir la guerra y hasta desprovisto de honradez. La sentencia de ese juicio le fue relativamente desfavorable, pero Ribera protestó de los procedimientos empleados en contra suya, acusó al juez de parcialidad, hizo revisar su juicio por el Consejo de Indias, y obtuvo poco más tarde una reparación espléndida. En efecto, no sólo no se ejecutó más que en parte la sentencia que lo condenaba al pago de multas considerables y a la suspensión de su destino por el tiempo que el consejo designase, sino que, en febrero de 1611, el Rey tomó en su honor una decisión. Reconociendo la importancia de los servicios de Alonso de Ribera en el desempeño de todos los cargos que se le habían confiado, lo nombró por segunda vez gobernador de Chile (y, como vimos, lo fue hasta 1617, año en que murió)".




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