(1325) Resulta extraño que le ocurriera al
veterano Alonso García Ramón, pero, según Diego Barros, no acababa de ver la
realidad: "A mediados de abril, el Gobernador llegó a la nueva ciudad de
Monterrey. Antes de volver de allí a Concepción, visitó los fuertes de la costa,
donde la intranquilidad reinaba por todas partes, pero, mecido por las ilusiones,
no quería comprender la verdad de la situación. En vez de reconocer la
inutilidad de sus trabajos y la imposibilidad de someter a los indios, acusaba
a su antecesor, Alonso de Ribera, de haberle dado al Rey falsas noticias sobre progresos de
la pacificación, y de haber dejado el país en un estado lastimoso. Por su
parte, García Ramón se mostraba persuadido de que él había alcanzado grandes
ventajas sobre los indios, y aseguraba que, si continuaba siendo socorrido, en
muy poco tiempo vería el fin satisfactorio de sus sacrificios. Al llegar a
Concepción, les escribió al virrey del Perú y al rey de España para darles
cuenta del resultado de su reciente campaña. Les decía que en la primavera
próxima haría una segunda entrada en el territorio enemigo, fundaría una nueva
fortaleza mucho más al sur todavía y sometería todo el territorio hasta La
Imperial y Villarrica. Queriendo mantener su ejército en el pie de guerra en
que se hallaba, le solicitaba al Virrey el envío de nuevos refuerzos, y, al Rey,
que le enviase otros quinientos soldados, indicándole que una parte de los que
trajo Mosquera había resultado inútil para el servicio militar. García Ramón
mostraba también una confianza absoluta en que, al cabo de tres años, pondría a
Chile en condición de subsistir tranquilamente con un ejército mucho menor.
Pero, como decía el poeta, el mundo se ve
según el cristal con que se mira. Y Diego Barros nos recuerda que por allí continuaba
el jesuita que defendía incansablemente su método de 'conquista cristiana',
considerado por él como infalible para lograr que los mapuches aceptaran la paz:
"El padre Luis de Valdivia, testigo de todos los sucesos de la guerra
desde los primeros días del gobierno de García Ramón, participaba de ilusiones
análogas a las de este. Creía que la pacificación del país había hecho grandes
progresos, pero sostenía con una constancia incontrastable que esos progresos
eran el resultado del indulto concedido a los indios por el Rey y de los
parlamentos (que incluían la doctrina cristiana) en los que se les había
ofrecido la paz. Era tanta su confianza en este sistema de reducción, que no
habían bastado a quebrantarla las revueltas constantes de los bárbaros, su
tenacidad para volver a sublevarse, y la porfía persistente con que hacían la
guerra. A mediados de mayo de 1606, el padre Valdivia se embarcaba de nuevo
para el Perú. Llevaba consigo el manuscrito de una gramática y de un
vocabulario de la lengua de los indios de Chile que se proponía hacer imprimir
en Lima para la enseñanza de los misioneros, y una extensa relación de los
sucesos de la última campaña, a que él mismo había asistido. En el Perú
primero, y más tarde en España, iba a ser el sostenedor fervoroso e infatigable
de ese sistema de conquista".
(Imagen) En la práctica, los españoles
consideraron justa la guerra contra los indios rebeldes desde los inicios de la
conquista de América, pero nunca cesaron las discusiones teóricas al respecto.
Felipe III consiguió que el papa Paulo V zanjara la cuestión en cuanto al
problema mapuche, quizá por su especial agresividad, y, además, premiando con
indulgencias a los que luchaban en Chile: "Esto produjo gran contento
entre los piadosos soldados que, en medio de tantas miserias y penalidades,
peleaban sin descanso por la causa de la conquista. 'Estas grandísimas
indulgencias (le escribía García Ramón al Rey) que Su Santidad concedió a los
que servimos a Vuestra Majestad en esta guerra, las estimamos como la obra de
más piedad y bien que podíamos recibir. Yo quedo con esto contento en sumo
grado, porque veo que está ya justificada
la guerra que aquí se hace a estos bárbaros'. Paradójicamente, sufrieron
por entonces los españoles una catástrofe inesperada. Los indios encontraron la
ocasión que esperaban. El 29 de septiembre (1606), Lisperguer salía de la plaza
con ciento cincuenta soldados, y se dirigía a hacer cargar el carbón que ya
estaría preparado. Poco después, sus avanzadas fueron acometidas por los indios,
pero, disparando contra estos los fuegos de arcabuz, no tardaron en hacerlos
retroceder. Sin embargo, el grueso de las fuerzas españolas llevaba apagadas
las mechas, y los bárbaros, notando prontamente este descuido de sus
contrarios, cargaron de golpe sobre ellos, y, atropellándolo todo con sus lanzas
y macanas, los fraccionaron en pequeños grupos. En esas condiciones, era
imposible hacer una resistencia ordenada. A pesar de esto, los soldados
españoles se defendieron con el valor heroico que infunde la desesperación,
pero, agobiados por las masas compactas de indios, sucumbían uno tras otro bajo
los formidables y repetidos golpes que les dirigían por todos lados. Lisperguer
animaba a los suyos con su voz y con su ejemplo, y cuando le mataron su
caballo, siguió peleando a pie. Recibió una lanzada en el pescuezo y un
macanazo en la cabeza que le destrozó la celada, y al fin cayó acribillado de
golpes y de heridas. Pasados los primeros momentos de resistencia, la jornada
se convirtió en una espantosa carnicería. El campo quedó cubierto de cadáveres
destrozados. Ni uno solo de los españoles consiguió volver al fuerte, y, salvo
unos quince que quedaron prisioneros, todos los demás fueron sacrificados por
los implacables vencedores. Por el número de los muertos, fue aquel el mayor
desastre que sufrieron los españoles en Chile". Con lo dicho, se aclara
también cuándo y cómo murió JUAN RODOLFO LISPERGUER, pariente de nuestra
conocida La Quintrala, la más popular y siniestra de su chilena familia.
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