jueves, 3 de septiembre de 2020

(Día 1204) Los enemigos se tantearon varios días en Jaquijaguana. El temor de Gonzalo Pizarro a las deserciones iba en aumento. Pedro de la Gasca quería lograr una paz para evitar muertes, pero era evidente que aplazar el combate sería desastroso.

 

     (794) Empiezan los preparativos de la histórica batalla, aunque poco sangrienta, al menos durante su desarrollo: "Asentó Gonzalo Pizarro  su ejército en un rincón del valle de Jaquijaguana, entre un pequeño río y una sierra, de tal manera que ni por una lado, ni por el otro, ni por las espaldas le podían acometer. El presidente La Gasca, que iba a paso muy corto, llegó tres días después, y otros tres gastaron en algunas escaramuzas que no tuvieron importancia. Estuvieron luego dos días observándose y  sin acometerse, aunque Gonzalo Pizarro y sus capitanes estuvieron muy atentos para que ninguno de sus hombres se pasase al otro bando. Esa desconfianza, aunque tarde, se apoderó de Pizarro, lo cual no ayudaba a salir con determinación a luchar contra el enemigo. Contaba con más de mil soldados, pero cuatrocientos arcabuceros eran de los que fueron derrotados junto a Diego Centeno, y así, en la batalla, iba a tener mucho cuidado de que no huyesen, y alancearía a los que se marcharan".

     En ese sentido, el panorama de Pedro de la Gasca era una bendición: "Tenía gran confianza en que se le unirían hombres de Gonzalo Pizarro, especialmente el licenciado Cepeda, el cual le había enviado, por medio del dominico fray Antonio de Castro, promesa de que, si Gonzalo Pizarro no aceptase ningún convenio, se pasaría al servicio del Emperador cuando estuviese a punto de ser derrotado". No queda más remedio que hacer un comentario: Después de haber visto la absoluta implicación que Cepeda tuvo con la rebeldía de Gonzalo Pizarro, hasta el punto de convertirse en un colaborador suyo tan próximo como lo fue Francisco de Carvajal, y estando, pues, pringado hasta el cuello de responsabilidades como traidor, resulta casi incomprensible que, como veremos, La Gasca aceptó su cambio de bando sin castigo alguno. Es cierto que prometió un perdón general para todos los que abandonaran a Gonzalo, pero cuesta creer que, por ejemplo, se lo hubiese concedido a Francisco de Carvajal, tan manchado de sangre. Una cosa es perdonar a la mayoría, y otra muy distinta hacerlo con el crápula de Cepeda, quien después se vio envuelto en múltiples acusaciones particulares, por las que se le apresó, muriendo en su encierro, y, según se decía, envenenado por sus propios parientes.

     Confiando Pedro de la Gasca en esas numerosas deserciones, hizo un cálculo humanitario: "Les preguntó a sus capitanes si sería bueno dar lo batalla, o evitarla para impedir las muertes que podrían resultar en ambos bandos. Aunque todos querían que no hubiese batalla, les pareció por otra parte que no convenía aplazarla, puesto que ya tenían mucha necesidad de provisiones de leña e incluso de agua, ya que la traían de muy lejos, de todo lo cual estaban los enemigos muy abundantes, lo que hacía temer a Pedro de la Gasca y a sus capitanes que, forzados por el  hambre, se pasaran los suyos al bando contrario. Pensando en ello, acordaron dar la batalla al día siguiente". También Gonzalo Pizarro estaba temeroso ante el combate, y va a hacer en el último momento una  propuesta de paz, pero con una exigencia inaceptable. No podía exigir demasiado después de haber hecho tanto daño, pues lo ocurrido anteriormente no se podía borrar.

    

     (Imagen) La fecha de la decisiva batalla de Jaquijaguana fue el 9 de abril de 1548. Sigamos escuchando lo que Pedro de la Gasca narraba en su informe: "El día 7 de abril partimos de lo alto de la sierra y fuimos a hacer noche a  cuatro leguas de los enemigos. Llegó  luego un anacona (no era un esclavo, sino un criado indio) que venía huyendo en busca de su amo, que un día antes se había pasado a nosotros, y nos avisó de que se acercaban para hacernos dos celadas los capitanes Acosta, el licenciado Cepeda, Diego Guillén y Juan de la Torre, y fueron el capitán Mejía y Pedro de Valdivia en ayuda de los que estaban en peligro. El día 8, antes de la puesta del sol, los enemigos mostraron intención de acometernos por dos partes. Nos pareció que se les debía hacer frente con algunos hombres. Y así se envió hacia ellos a los capitanes Alonso de Mendoza, Mercadilo, Meneses y Mejía, mandándoles que no bajasen al llano, donde estaban los enemigos en formación, sino que echasen de la cuesta a los que estaban subiendo por ella, y así lo hicieron. El día 9 (el de la batalla), muy de mañana, varios capitanes bajaron para ver dónde nos podíamos asentar en el llano, y vieron que en lo alto había espías de Gonzalo Pizarro para saber cuánta gente había en nuestro ejército, pero no se les permitió acercarse lo suficiente para comprobarlo". Después Gonzalo Pizarro utilizó una rebuscada estratagema, con la misma intención de conseguir datos sobre las fuerzas de Pedro de la Gasca: "Para ello, había enviado a dos clérigos (el uno, que se ocupaba de su hijo y de otro de su hermano Francisco Pizarro, y el otro, que era capellán de Cepeda), con la excusa de requerirme que deshiciera  el ejército y no le hiciese guerra hasta que Su Majestad fuese informado de las cosas que les había encargado comunicarle a Lorenzo de Aldana y a Gómez de Solís. Estos clérigos venían apartados del camino para entrar imprevistamente en el campamento, y dijeron que llegaron así porque se habían perdido. Con el fin de que no pudieran informar sobre la gente que teníamos,  logré que el obispo del Cuzco los detuviese, y así, no pudieron volver para contarlo". El colmo del absurdo era que Gonzalo, sabiendo que Aldana y Solís se habían pasado al bando de La Gasca, pretendiera todavía que fueran a hablar con el Rey.




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