(794) Empiezan los preparativos de la histórica
batalla, aunque poco sangrienta, al menos durante su desarrollo: "Asentó
Gonzalo Pizarro su ejército en un rincón
del valle de Jaquijaguana, entre un pequeño río y una sierra, de tal manera que
ni por una lado, ni por el otro, ni por las espaldas le podían acometer. El
presidente La Gasca, que iba a paso muy corto, llegó tres días después, y otros
tres gastaron en algunas escaramuzas que no tuvieron importancia. Estuvieron
luego dos días observándose y sin acometerse,
aunque Gonzalo Pizarro y sus capitanes estuvieron muy atentos para que ninguno
de sus hombres se pasase al otro bando. Esa desconfianza, aunque tarde, se
apoderó de Pizarro, lo cual no ayudaba a salir con determinación a luchar
contra el enemigo. Contaba con más de mil soldados, pero cuatrocientos
arcabuceros eran de los que fueron derrotados junto a Diego Centeno, y así, en
la batalla, iba a tener mucho cuidado de que no huyesen, y alancearía a los que
se marcharan".
En ese sentido, el panorama de Pedro de la
Gasca era una bendición: "Tenía gran confianza en que se le unirían
hombres de Gonzalo Pizarro, especialmente el licenciado Cepeda, el cual le
había enviado, por medio del dominico fray Antonio de Castro, promesa de que,
si Gonzalo Pizarro no aceptase ningún convenio, se pasaría al servicio del
Emperador cuando estuviese a punto de ser derrotado". No queda más remedio
que hacer un comentario: Después de haber visto la absoluta implicación que
Cepeda tuvo con la rebeldía de Gonzalo Pizarro, hasta el punto de convertirse
en un colaborador suyo tan próximo como lo fue Francisco de Carvajal, y
estando, pues, pringado hasta el cuello de responsabilidades como traidor,
resulta casi incomprensible que, como veremos, La Gasca aceptó su cambio de bando
sin castigo alguno. Es cierto que prometió un perdón general para todos los que
abandonaran a Gonzalo, pero cuesta creer que, por ejemplo, se lo hubiese
concedido a Francisco de Carvajal, tan manchado de sangre. Una cosa es perdonar
a la mayoría, y otra muy distinta hacerlo con el crápula de Cepeda, quien
después se vio envuelto en múltiples acusaciones particulares, por las que se
le apresó, muriendo en su encierro, y, según se decía, envenenado por sus propios
parientes.
Confiando Pedro de la Gasca en esas
numerosas deserciones, hizo un cálculo humanitario: "Les preguntó a sus
capitanes si sería bueno dar lo batalla, o evitarla para impedir las muertes
que podrían resultar en ambos bandos. Aunque todos querían que no hubiese
batalla, les pareció por otra parte que no convenía aplazarla, puesto que ya
tenían mucha necesidad de provisiones de leña e incluso de agua, ya que la
traían de muy lejos, de todo lo cual estaban los enemigos muy abundantes, lo
que hacía temer a Pedro de la Gasca y a sus capitanes que, forzados por el hambre, se pasaran los suyos al bando
contrario. Pensando en ello, acordaron dar la batalla al día siguiente".
También Gonzalo Pizarro estaba temeroso ante el combate, y va a hacer en el
último momento una propuesta de paz,
pero con una exigencia inaceptable. No podía exigir demasiado después de haber
hecho tanto daño, pues lo ocurrido anteriormente no se podía borrar.
(Imagen) La fecha de la decisiva batalla
de Jaquijaguana fue el 9 de abril de 1548. Sigamos escuchando lo que Pedro de
la Gasca narraba en su informe: "El día 7 de abril partimos de lo alto de
la sierra y fuimos a hacer noche a
cuatro leguas de los enemigos. Llegó
luego un anacona (no era un
esclavo, sino un criado indio) que venía huyendo en busca de su amo, que un
día antes se había pasado a nosotros, y nos avisó de que se acercaban para
hacernos dos celadas los capitanes Acosta, el licenciado Cepeda, Diego Guillén
y Juan de la Torre, y fueron el capitán Mejía y Pedro de Valdivia en ayuda de
los que estaban en peligro. El día 8, antes de la puesta del sol, los enemigos
mostraron intención de acometernos por dos partes. Nos pareció que se les debía
hacer frente con algunos hombres. Y así se envió hacia ellos a los capitanes
Alonso de Mendoza, Mercadilo, Meneses y Mejía, mandándoles que no bajasen al
llano, donde estaban los enemigos en formación, sino que echasen de la cuesta a
los que estaban subiendo por ella, y así lo hicieron. El día 9 (el de la batalla), muy de mañana, varios
capitanes bajaron para ver dónde nos podíamos asentar en el llano, y vieron que
en lo alto había espías de Gonzalo Pizarro para saber cuánta gente había en
nuestro ejército, pero no se les permitió acercarse lo suficiente para
comprobarlo". Después Gonzalo Pizarro utilizó una rebuscada estratagema,
con la misma intención de conseguir datos sobre las fuerzas de Pedro de la
Gasca: "Para ello, había enviado a dos clérigos (el uno, que se ocupaba de
su hijo y de otro de su hermano Francisco Pizarro, y el otro, que era capellán
de Cepeda), con la excusa de requerirme que deshiciera el ejército y no le hiciese guerra hasta que
Su Majestad fuese informado de las cosas que les había encargado comunicarle a
Lorenzo de Aldana y a Gómez de Solís. Estos clérigos venían apartados del
camino para entrar imprevistamente en el campamento, y dijeron que llegaron así
porque se habían perdido. Con el fin de que no pudieran informar sobre la gente
que teníamos, logré que el obispo del
Cuzco los detuviese, y así, no pudieron volver para contarlo". El colmo
del absurdo era que Gonzalo, sabiendo que Aldana y Solís se habían pasado al
bando de La Gasca, pretendiera todavía que fueran a hablar con el Rey.
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