(797) Resulta sorprendente que todos los
meticulosos preparativos y las grandes dificultades que hubo que superar hasta
verse cara a cara los dos ejércitos en Jaquijaguana, desembocaran en una
batalla de enorme importancia histórica, pero de una simpleza ridícula. Fue
como el parto de los montes. Hubo muchos desertores en el ejército de Gonzalo
Pizarro, y muy pocos muertos en total. Quizá porque fuera así, el cronista Inca
Garcilaso de la Vega se distrae contando alguna anécdota: "Se fueron
pasando otros muchos soldados al bando de Pedro de la Gasca, siendo uno de
ellos Martín (Hurtado) de Arbieto (le dediqué recientemente una imagen).
Iba en un buen caballo, y junto a él un soldado llamado Pedro de Arenas,
natural de Colmenar de Arenas, hombre de bien, muy pulido, de pequeña estatura
y buen soldado (al que después yo conocí). Iba en una yegua muy galana, pequeña
de cuerpo, como su amo. Martín de Arbieto refrenaba a su caballo para no
desamparar a Pedro de Arenas. Pedro Martín de Don Benito, que había alanceado a
unos cinco peones, viendo que se iban los dos de a caballo, salió tras ellos.
Martín de Arbieto, que iba delante de su compañero, pasó una ciénaga
fácilmente, pero la yegua de Pedro de Arenas se entrampó en ella, y dio con su
amo en el lodo. Al verlo Arbieto, dio la vuelta, y, para que no matase a su
amigo, se puso frente a Pedro Martín de Don Benito, el cual paró su caballo.
Arbieto le dijo entonces: 'Sigue adelante, ruin villano, y veremos quién mamó
la mejor leche'. Pedro Martín no aceptó el desafío y se volvió adonde los
suyos. En otra salida semejante, una pelota desmandada le pegó en la mano
derecha a Pedro Martín, y se le cayó la lanza. Fue sin ella adonde Gonzalo
Pizarro, y le dijo que ya no podía servir a su señoría, y luego fue a ponerse
junto a los últimos de a caballo".
Los negros pronósticos de Francisco de
Carvajal se iban cumpliendo, pero nunca le abandonó su humor sarcástico,
incluso cuando él era la víctima: "No cesaban de pasarse al ejército del
Rey todos los soldados que podían. Francisco de Carvajal, viendo que, por no
haberle hecho caso Gonzalo Pizarro, se iban perdiendo a toda prisa, empezó a
cantar (como hizo otras veces):
'Estos mis cabellicos, madre, de dos en dos me los lleva el aire'. Y así hacía
burla de los que no habían admitido sus consejos, hasta que no quedó ningún
soldado de los que tenía bajo su mando. Salieron más de treinta arcabuceros
dando a entender que iban a enfrentarse con los contrarios, pero, en cuanto se
alejaron un poco, fueron a toda furia a unirse a las tropas de La Gasca, al
cual le dijeron que no saliesen a pelear, porque muy pronto se pasarían todos
los de Pizarro, y lo dejarían solo; y así fue hecho. Hasta el punto de que
Gonzalo Pizarro envió a treinta de a caballo para que detuviesen a los huidos,
pero lo hicieron con tanto empeño, que se unieron a ellos para entregarse al
presidente La Gasca. De otro grupo de arcabuceros, huyeron otros cuarenta y
ninguno de los de Pizarro se atrevió a perseguirles, porque los arcabuceros
iban mirando hacia atrás con ánimo de defenderse. Además, Alonso de Mendoza y
Diego Centeno, con sesenta de a caballo, se habían situado cerca para socorrer
a los que por aquella parte fuesen huyendo hacia ellos".
(Imagen) El goteo de deserciones en la
tropa de Gonzalo Pizarro iba en aumento. En cuanto los de Pedro de la Gasca se
instalaron en la llanura, se pasaron a su bando algunos 'peces gordos', como
nos ha contado Inca Garcilaso fielmente. La Gasca lo confirma en su informe: "Entonces
huyó hacia nosotros Garcilaso de la Vega (padre
del cronista) y después un primo suyo (probablemente,
Gómez Suárez de Figueroa) con otros, lo que fue para Gonzalo Pizarro un
gran golpe. Asimismo, huyó luego el licenciado Cepeda, tras el cual salió en su
persecución Pedro Martín, le alanceó el caballo, y, si los nuestros no lo
socorrieran, también le habría alanceado a él; lo salvaron e, incluso, mataron
luego allí a Pedro Martín". Podría parecer que acabaron con él de seguido,
pero, por datos muy fiables que da Inca Garcilaso, ha de interpretarse que lo
hicieron otros después, durante la batalla. Pedro de la Gasca hace referencia a
que tuvo que perdonar a muchos desertores de Pizarro con pasado muy negro.
Entre ellos estaba el Bachiller Díez "gran secuaz de Gonzalo Pizarro y
harto metido en las cosas que habían pasado". Y, asimismo, a "Diego
Guillén, no menos metido en ellas". En el siguiente párrafo, explica muy
bien el porqué de estos perdones, tratando, de paso, con excesiva generosidad
al padre del cronista: "Exceptuados Garcilaso de la Vega, su primo y los
que con él vinieron, y algunos soldados que lucharon (y fueron derrotados por Gonzalo) junto a Diego Centeno en la
batalla de Huarina, parece que todos los demás vinieron más por el temor de
verse perdidos al conocer la pujanza y buen orden de nuestro ejército, que por
acudir a la llamada de su Rey, pues tuvieron otras muchas ocasiones (¿y Garcilaso de la Vega, no?) de haber
huido. Pero, en fin: se ha disimulado con ellos sus culpas para no castigarlos
en justicia". Luego se refiere al fin de la batalla: "Fueron
desbaratados los enemigos, y, como hombres perdidos contra los que Dios
peleaba, se pusieron en huida. Entre ellos estaba Francisco de Carvajal, pero
cayó de su caballo en una ciénaga, y lo apresó Martín de Almendras. Gonzalo
Pizarro y otros capitanes no quisieron pelear, ni huir, y así, fueron apresados
por Villavicencio".
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