(795) Llegó, pues, la hora de la verdad
aquel histórico día nueve de abril de
mil quinientos cuarenta y ocho. Inca Garcilaso se recrea en describirnos
la distribución de las tropas: "Luego que amaneció, se pusieron en
escuadrón los del ejércitos del Rey. Colocaron toda la infantería con sus
capitanes, ya nombrados, quedando dos filas de arcabuceros a sus lados. A la
parte izquierda, pusieron doscientos de a caballo con los capitanes Diego de
Mora, Juan de Saavedra, Rodrigo de Salazar (el
Corcovado) y Francisco Hernández Girón (el
futuro rebelde). A la parte derecha iban los capitanes Gómez de Alvarado,
Don Pedro de Cabrera y Alonso Mercadillo con doscientos de a caballo, para
proteger el Estandarte Real, llevado por el licenciado Suárez de Carvajal, alférez
general. A su mano derecha, estaban los capitanes Alonso de Mendoza y Diego de
Centeno; tenían sesenta caballeros que, en su mayoría, eran de los que pudieron
huir de la batalla de Huarina, los cuales, como compañeros en las adversidades
pasadas, no querían otro capitán, sino a Alonso de Mendoza. Estos se pusieron
cerca del río para socorrer a los que viniesen huyendo, pues sabían que habría
mucha gente que se pasase al ejército del Rey, y que por aquella banda
correrían más peligro los que huyeran. El capitán Gabriel de Rojas trabajaba en
bajar la artillería al llano, con mucha dificultad por la aspereza de la
sierra". Nos hace ver también donde se colocaron Pedro de la Gasca y sus
acompañantes: "A las espaldas de todos estaba el presidente La Gasca, con
los obispos de Lima, del Cuzco y de Quito, más los supriores de los dominicos y
los mercedarios, así como un gran número de clérigos y frailes que iban con el
ejército. Para protegerlos a todos ellos, estaban cincuenta de a caballo".
Resulta llamativo que, en el otro bando,
un dolido Francisco de Carvajal había quedado voluntariamente al margen del
mando: "De la otra parte, Gonzalo Pizarro ordenó, cuando clareció el día,
formar su escuadrón en el llano que está entre la barranca del río y la sierra.
Le mandó al licenciado Cepeda que organizase la batalla, porque Francisco de
Carvajal, como hombre menospreciado por no haber seguido Gonzalo Pizarro su
consejo, daba ya por perdida la batalla, y no quiso aquel día ejercer como
maestre de campo, y había ido a ponerse en el escuadrón con su compañía como
capitán de infantería, y por eso los historiadores no hacen mención de él en lo que se refiere a
la organización de la gente". Hay que recordar que, en la reciente batalla
de Huarina, al mando de los arcabuceros, y utilizando una genial estrategia,
fue el verdadero artífice de aquella milagrosa victoria.
Bueno, pues por fin (ya era hora) Inca
Garcilaso deja claro que su padre no se limitaba a estar de mirón en las
batallas junto a Gonzalo Pizarro. Ahora lo vemos en plena acción militar, pero,
curiosamente, justo cuando se pasó al bando del Rey: "Andando todos los de
Pizarro muy diligentes para ponerse en su puesto, Garcilaso de la Vega, mi
señor, se salió de entre ellos, y, fingiendo que el indio que tenía que
entregarle la lanza no se la había llevado, bajó hacia el río dando voces al
indio, y, cuando le ocultaba la barranca del río, fue hacia el escuadrón del
Rey. Luego subió más adelante la barranca, quedando al descubierto entre ambos
ejércitos, para presentarse ante el presidente La Gasca, el cual lo recibió y
abrazó con mucha alegría".
(Imagen) SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA
(el padre del cronista), a quien nadie le puede negar su gran valía como
capitán, cobró fama (bastante discutible) de oportunista en sus fidelidades,
hasta el punto de que era conocido como "el leal por tres horas".
Tuvo durante diez años como pareja a la nativa Isabel Chimpu Ocllo, de la más
alta nobleza inca, y de cuya relación nació, en 1539, el cronista Inca
Garcilaso, pero, medio obligado por el entorno del rey Carlos V, tuvo que
abandonarla, le buscó como marido a Juan del Pedroche, y se casó con la
española Luisa Martel de los Ríos. El cronista siguió viviendo con su padre,
por quien siempre tuvo una incondicional admiración, siendo constante el afecto
mutuo. Los titubeos de Sebastián Garcilaso surgieron después de un acto
heroico: vivía en el Cuzco y se negó a reconocer a Gonzalo Pizarro como
Gobernador de Perú. Huyó hacia Lima para unirse al virrey, y se encontró con
que lo habían apresado. No le cortó la cabeza a Garcilaso el terrible Francisco
de Carvajal porque se lo impidió Gonzalo Pizarro, exigiéndole a cambio que se
pusiera a su servicio. Y así estuvo durante un tiempo, pero no como nos cuenta
el cronista (sin participar en las batallas). No hay duda de que luchó en la de
Iñaquito, donde murió el virrey, y en Huarina, durante la derrota de Diego
Centeno. Ahora le hemos visto pasarse, de forma poco airosa, al bando de Pedro
de la Gasca, el mismo día y escasas horas antes de la batalla de Jaquijaguana, sin duda intuyendo
la derrota trágica de Gonzalo Pizarro. Pedro de la Gasca le premió después
generosamente sus servicios. Más tarde luchó contra el último rebelde,
Francisco Hernández Girón, cuya magnífica encomienda de indios, una vez muerto,
pasó, como premio, a sus manos. No solo se enriqueció, sino que también
demostró ser muy generoso, con sus aportaciones para el bien público y ayudando
especialmente a antiguos compañeros suyos en estado de necesidad. En la imagen
vemos que, el año 1553, el fiscal les reclamaba a él y a Diego de Maldonado una
cantidad por haber sido fiadores del fallecido y cruel Hernando Bachicao.
SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA murió en 1559, y, un año después, partió para
España su hijo, Inca Garcilaso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario