(802) Llegó después el trágico final de
los presos más importantes: "El día siguiente, se hizo justicia de Gonzalo
Pizarro, del maestre de campo (Carvajal) y de los capitanes Juan de
Acosta, Francisco de Maldonado (el que
fue enviado por Gonzalo Pizarro a Alemania para negociar con Carlos V),
Juan Vélez de Guevara, Dionisio de Bobadilla y Gonzalo de los Nidos, de quien
dicen que le sacaron la lengua por el colodrillo, y fue por las grandes
blasfemias que dijo contra Su Majestad (a
cada uno de ellos les dediqué una imagen). Ahorcaron a todos estos y a
muchos otros, aunque eran hidalgos, sin respetarles su preeminencia, porque
fueron traidores al Rey. Después les cortaron las cabezas para llevarlas a
distintitas ciudades del reino. Las de Juan de Acosta y Francisco Maldonado las
pusieron en la plaza del Cuzco. Yo las vi, aunque el cronista Palentino diga
que llevaron la de Acosta a Lima. La de Dionisio de Bobadilla la llevaron a
Arequipa, donde se cumplió el pronóstico que la buena Juana Leyton le echó al
mismo Bobadilla cuando llevó allí la cabeza de Lope de Mendoza. Se dieron prisa
en ejecutar a Gonzalo Pizarro y a sus ministros porque pensaban, como dicen los
autores, que, mientras él viviera, no estarían seguras aquellas tierras".
Inca Garcilaso utilizaba textos de otros cronistas (cosa normal), pero esta
última frase deja claro que no conocía las cartas de Pedro de la Gasca, pues
esa era la fuente en la que se basaron los demás para explicar la rapidez con
que fueron ejecutados.
Las macabras ejecuciones habían comenzado
con Gonzalo Pizarro: "Le condenaron a cortarle la cabeza, por traidor, a
que derribasen las casas que tenía en el Cuzco (qué absurdo desperdicio), se echase sal en el solar y pusiesen un
pilar de piedra con un letrero que dijese: 'Estas son las casas del traidor
Gonzalo Pizarro'. Todo lo cual lo vi yo cumplido. El día que lo apresaron (víspera de su ejecución), estuvo en la
tienda del capitán Diego Centeno, donde lo trataron con el mismo respeto que
tuvo en el tiempo de su mayor prosperidad. No quiso comer, y gastó todo el
tiempo en pasear a solas, muy imaginativo. Le preguntó a Diego Centeno si lo
matarían durante la noche. Diego Centeno le dijo (respetándole el tratamiento de gobernador): 'Vuestra señoría puede
dormir tranquilo, que no hay que imaginar eso'. Pasada la media noche, se
recostó un poco en la cama, y durmió como una hora. Luego volvió a pasear, y
con la luz del día, pidió confesor, y estuvo con él hasta el mediodía (era cosa común tomarse muy en serio la
última confesión)".
Acto seguido, Inca Garcilaso se revuelve
contra lo que contó El Palentino sobre los últimos momentos de la vida de
Francisco de Carvajal. Y la defensa que hace del temible anciano parece
razonable, sobre todo teniendo en cuenta las razones que da: "Carvajal no
estuvo tan desatinado aquel día (a punto
de morir) como uno de los cronistas dice, sino todo lo contrario. Yo
contaré lo que ocurrió, aunque Carvajal quiso matar a mi padre en la batalla de
Huarina, por sus sospechas (de que
traicionaba a Gonzalo Pizarro). Conforme a ello, antes debería yo hablar
mal de él, que defender su honra. Pero la obligación del que escribe sobre los
sucesos de su tiempo me fuerza a que diga la verdad".
(Imagen) Es evidente que PEDRO PIZARRO fue
un capitán de no mucho relieve, pues apenas se le menciona en las crónicas,
pero pudo resarcirse cuando escribió la suya (de gran importancia). Dedica muy
poco espacio a la decisiva batalla de Jaquijaguana, aunque aporta datos
interesantes. Nos confirma que fue mucho el peligro que corrieron las tropas de
Pedro de la Gasca al atravesar el gran río Apurímac, a gran altura, por un
largo y rústico puente que ellos mismos acababan de preparar: "Pedro de la
Gasca, cuando supo que Diego Centeno había sido derrotado en Huarina, recogió
gente de todas partes, y fuimos unos ochocientos hombres al Cuzco en busca de
Gonzalo Pizarro, pasando muchos trabajos, y estuvimos a punto de ser
desbaratados al pasar el puente del Apurímac, pues, si Gonzalo Pizarro hubiese
enviado a Francisco de Carvajal, que quería ir a derrotar al 'capellán' (así
llamaba a La Gasca), en lugar de Juan de Acosta, nos habría derrotado. Sin embargo, Acosta, que tenía doscientos
cincuenta soldados, avanzó con demasiado calma, y perdió la ocasión de apresar
o matar a los cien hombres que ya habíamos atravesado el puente. Como algunos
de los suyos se pasaron a nuestro bando, pensó que nos habían avisado de su
intención de atacar, y se volvió al Cuzco. Al saberlo Carvajal, dijo que Acosta
había hecho una 'acostada', y le pidió a Pizarro, inútilmente, que le dejara
cien hombres para ir a vérselas con el 'capellán' La Gasca. Cuando llegamos a
Jaquijaguana, los de Gonzalo Pizarro pensaron que les íbamos a acometer, y que
sería fácil vencernos con su artillería. Pero La Gasca mandó que estuviésemos
todos quietos hasta que ellos vinieran a por nosotros. Viendo Carvajal que
habíamos entendido su ardid, desmayaron él y su gente, y empezaron a pasarse
algunos al campo de Su Majestad, y otros, a huir. Viendo esto, atacamos, y
prendimos a Gonzalo Pizarro y a todos sus capitanes. Gonzalo Pizarro tuvo
algunas buenas oportunidades de ponerse al servicio de Su Majestad, pero, con
poca inteligencia, no lo hizo, a pesar de que Carvajal le aconsejó que lo
hiciese". La imagen muestra el único ejemplar original de la crónica de
Pedro Pizarro (depositado en una biblioteca de California).
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