(813) Inca Garcilaso va a poner a Martín
de Robles como ejemplo extremo (con su habitual chulería) de la agradable
sorpresa que se llevaron los que traicionaron a Gonzalo Pizarro al comprobar que
Pedro de la Gasca cumplía sus promesas de perdones y premios: "Martín de
Robles, cuando se enteró de los repartimientos que les habían correspondido a
él y a otros, admirado de tanta demasía de mercedes, dijo con gran desdén a los
circundantes: 'Ea, ea, que tanto bien no es bien'. Con ello, quería decir que
no era un bien hacer tantas mercedes a quienes no las merecían ni las
esperaban, sino que, lo que merecían, era mucho castigo. Pocos meses después,
le notificaron una sentencia de la Audiencia Real, en la que le condenaron al
pago de mil pesos, por haber participado en el apresamiento del virrey, cuyo
cuñado, Diego Álvarez Cueto, había presentado la demanda. Al oír la sentencia
Martín de Robles, dijo: 'Si no me condenan a más, échenme otros diez virreyes
por ese precio'. Y así, quedaron tan ufanos y presuntuosos de sus hazañas los
que sirvieron a Gonzalo Pizarro, que se preciaban de ellas, y se atrevían a
decir cosas semejantes, incluso en presencia del presidente La Gasca".
No es de extrañar que, los que siempre
fueron fieles a la Corona, vivieran con irritación ese derroche de premios
destinados a los que habían sido unos rebeldes empedernidos: "De estos
repartos tan abundantes de oro y plata, se quejaron malamente quienes salieron
perjudicados, tanto por no haberles tocado parte alguna, como porque se hubiese
premiado con gran exceso a quienes no habían hecho servicio alguno a su
Majestad, sino al tirano Gonzalo Pizarro (matando incluso al virrey), para
luego traicionarlo y entregárselo. El que se mostró más quejoso públicamente, y
con menos razón, fue Francisco Hernández Girón. No había servido antes en el
Perú, sino en Pasto (actual Colombia),
donde solo tenía una encomienda que producía muy poco. Pedro de la Gasca le
adjudicó en el Cuzco un rico repartimiento que había sido de Gonzalo Pizarro, y
que le rentaba unos diez mil pesos al año, pero él se quejaba descaradamente de
que no le hubiese aventajado sobre todos, porque le parecía merecerlo más que
ninguno. Con esta pasión, protestaba al descubierto con palabras tan
escandalosas, que olían a rebelión. Le pidió permiso al arzobispo Loaysa para
ir a quejarse adonde Pedro de la Gasca. Aunque el arzobispo le reprendió y le
negó el permiso, tomó el camino hacia la ciudad de Lima diciendo que lo haría,
le pesase a quien le pesase. El licenciado Cianca, que estaba en funciones de
gobernador, junto al arzobispo, en el Cuzco, le envió una carta aconsejándole
que se volviese, y no aumentase el alboroto tan grande que ya había por parte
de personas que se quejaban con tanta o más razón que él, pues con ello perdería
los méritos que ya tenía conseguidos. Tras leer el mensaje, Francisco Hernández
Girón le respondió con otra carta diciéndole que se iba de la ciudad porque
temía que hubiese un motín del que quisiesen los soldados hacerle caudillo y
cabeza de ellos, y que quería avisar a Pedro de la Gasca de ciertas cosas que
convenían al servicio de su Majestad". Se va viendo cómo nacía un caldo de
cultivo lleno de violencia, que no presagiaba nada bueno.
(Imagen) INFORME DE LA GASCA. 1.- Va a ser
necesario dedicar varias imágenes más resumiendo el informe de La Gasca que
estamos viendo, porque expone lo que ocurrió en el Cuzco con el conflictivo
reparto de las encomiendas a los vencedores. Parece muy convincente, aunque,
sin duda, era parte interesada: "Lo que más he temido en esta misión que
se me confió al venir al Perú, ha sido que, ejecutado Gonzalo Pizarro, no
pudiendo quedar bien con todos los que lucharon bajo mis órdenes, habrían de
resultar graves inconvenientes, especialmente para mí, debido a que, por la
familiar conversación que conmigo han tenido, esperaban mucho premio, lo cual
no le habría ocurrido a otro, al cual le tendrían el respeto que la
conversación quita". Intentando aliviar el riesgo de motines, procuró
retrasar los repartos de encomiendas, para que, hartos de la espera, se
marcharan algunos de la ciudad. Cuando ya no pudo prolongar la demora, se fue a
un lugar próximo, acompañado del obispo de Lima, Jerónimo de Loaysa,
"hombre de gran entereza, entendimiento y experiencia de las cosas y personas
de esta tierra". Llevaba asimismo al escribano público Pedro López
(pariente del cronista Cieza), "y, aunque quise que fueran también los
otros dos obispos, no pude, por hallarse enfermos". Está claro que se lo
tomó más en serio que lo que sugiere el cronista Inca Garcilaso. Les esperaba
un ingente trabajo: "Fue necesario ver los registros de todas las
concesiones pasadas, para repartir las tierras conforme a lo que cada uno había
merecido". Incidentalmente, comenta que fue el día 16 de julio de 1548
cuando llegó la bula papal que nombraba a Loaysa primer arzobispo de Lima, pero
no estaba para muchas alegrías, porque dos días después, lo envió La Gasca al
Cuzco para comunicar los repartos a los interesados, "no con poca congoja,
por los inconvenientes y pesadumbres que creía que había de recibir, pero, como
en todo desea servir a Su Majestad, se animó a ir". El total de las rentas
anuales a repartir suponía un millón ciento treinta mil pesos, confiando el
trabajo al arzobispo, al provincial de los dominicos, al general Hinojosa, al
mariscal Alvarado y a Diego Centeno, "porque conocían mejor a las personas
y sus méritos sirviendo al Rey", lo cual también contradice la
'incompetencia' de que habla Inca Garcilaso.
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