(801) La batalla había sido tan
tempranera, que, para las diez de la mañana de ese nueve de abril de 1548, ya
estaba todo en paz: "Por la tarde, fueron muchos capitanes y soldados a
visitar a los presos, por parentesco, por amistad o por ser del mismo lugar.
Unos iban a confortarles y otros por interés, por si les podían dejar algo en
herencia". Dice Inca Garcilaso que a Francisco de Carvajal solo lo
visitaban para reírse de él o por curiosidad morbosa, pero que siempre los
ganaba en ingenio, y pasa a contar, según dice, más anécdotas suyas y mejor
contadas que las que recogen otros cronistas. El sentido del humor de aquellos
tiempos, muy acentuado en Carvajal, nos resulta ahora trasnochado, pero lo
cierto es que él tenía respuestas para todo y para todos, y eso estando en el
umbral de la muerte. Algunos prestamistas le reclamaban deudas que habían
contraído sus soldados, alegando que él debía hacerse responsable de ellas por
ser su capitán. Se lo tomaba a broma, y lo único que tenía, la espada, se la dio
a uno de los pedigüeños. Explica el cronista por qué estaba en la ruina:
"Lo más rico que tenía ya se lo habían quitado (confiscado), porque siempre llevaba toda su hacienda consigo, y era
en oro, no en plata, para que hiciese menos bulto (a idéntico valor)". Inca Garcilaso habla de tres caballeros
que llegaron a visitarle por separado, pero todos ellos en plan Tartufo, con la
intención de darle lecciones vida ejemplar. Sus respuestas los frenó en seco,
e, incluso, se hicieron populares, hasta el punto de que después los
chasqueados fueron el hazmerreír del vecindario. No las recojo porque ahora
resultan un poco simples. El cronista añade: "De esta manera triunfaba de
los que querían triunfar de él, pues nunca en su mayor poder mostró tanta autoridad,
gravedad y señorío, como aquel día de su prisión. Yo conocí a aquellos tres
caballeros, y me acuerdo de sus nombres, pero no hay razón para que los diga
aquí, salvo cuando hayan hecho grandes hazañas".
Para variar, hubo alguien que visitó a
Carvajal con el fin de mostrarle su gran afecto: "Fue a verle un soldado
llamado Diego de Tapia, a quien yo conocí, el cual había sido soldado en la
propia compañía de Carvajal, y muy querido suyo, porque era buen soldado y muy
ágil para cualquier cosa, pero se le
había huido antes de la batalla de Huarina. Puesto delante de él, lloró a
lágrima viva, con mucha ternura, y le dijo: '¡Oh, padre mío, cuánto me duele
verlo así; yo daría mi vida por la suya! Si vuestra merced hubiera huido cuando
yo lo hice, no se vería como ahora se ve'. Carvajal le contestó que sabía que
su dolor era sincero. Y, en cuanto a lo de la huida, le dijo (con bastante ironía): 'Hermano Diego
Tapia, pues, si éramos tan grandes amigos, ¿por qué cuando huisteis no me lo
dijisteis, para que fuéramos juntos?'. Dio bien que reír su respuesta a quienes
le conocían, y les causó admiración ver cuán en sí estaba para responder a
todo. Esto y mucho más pasó con Francisco de Carvajal el día de la batalla.
Gonzalo Pizarro estuvo solo, y nadie le vio, porque él lo mandó así, salvo
Diego Centeno y unos siete soldados escogidos que estaban con él
guardándole".
(Imagen) Parece ser que la principal causa
de que los indios quedaran diezmados se debió a epidemias contagiadas por los
españoles, contra las que ellos carecían de defensas. PEDRO DE LA GASCA añade,
además, los trabajos excesivos a los que fueron sometidos en los primeros años
posteriores a la llegada de Colón. De ahí que el Rey dictara normas para
protegerlos, aunque, sin duda, no debidamente cumplidas. Pero no se puede
olvidar que Carlos V no cedió ante los rebeldes, a pesar de las guerras
civiles. Esa es la preocupación que le muestra La Gasca al monarca en el
escrito de la imagen, fechado el año 1551, cuando ya era obispo de Palencia. Lo
resumo: "Yo deseo grandemente el buen tratamiento de los naturales del
Nuevo Mundo, porque conozco que importa para el servicio de Dios que aquella
gente sea humanamente tratada para que pueda conservarse, ya que, por no ser de
tan robusta complexión (como los españoles),
y por ser de menos ánimo, está predispuesta a perecer con el mal tratamiento,
y, con el bueno, no solo se conserva, sino que se le convida a convertirse a nuestra
santa fe católica, como se ha experimentado después de la derrota de Gonzalo
Pizarro, pues, viendo que yo los trataba con justicia, y no con la crueldad
anterior, se han convertido muy gran número de los indios más principales, y
dicen que no lo hacían, por parecerles que la religión de hombres tan malos no
podía ser buena, hasta que han visto que
su maldad se debía a los altercados en que andaban los españoles. La
conservación de aquellas gentes es importante para el servicio de Vuestra
Alteza, porque el provecho de la mucha riqueza que de aquella tierra le viene
consiste en que no falten los naturales, porque, si faltaran, le sería de poco
provecho a Su Majestad, y aun a los españoles que allá hay, los cuales,
sabiéndolo, tienen tanta codicia, que, si no se les controlara, les darían tan
excesivos trabajos, que en poco tiempo se acabarían, como ocurrió en la Isla
Española (Isla de Santo Domingo)".
Luego le dice al Rey que estuvo a punto de pedirle al virrey de México que le
enviara tropas para acabar con el enorme desorden que había en Perú. Pero
pronto cambió de idea porque se dio cuenta de que era capaz de derrotar a
Gonzalo Pizarro. Y aquel a quien llamaban los pizarristas despectivamente
"el capellán", lo consiguió.
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