(793) Inca Garcilaso cambia de escenario:
"Volviendo a Pedro de la Gasca, pues nos conviene ir y venir de una parte
a otra, como los tejedores, para que con ambas se vaya haciendo la tela, diré
que, con la retirada de Juan de Acosta, quedó el campo libre para que el
ejército del Rey pudiese caminar sin miedo a los enemigos". Pero perdieron
tres días hasta poder juntar en lo alto de la cuesta, con los que arriba
estaban, la artillería, los carruajes y la intendencia que llevaban: "El
presidente La Gasca mandó luego que caminasen todos con mucho orden, pero no
pudieron caminar tan rápidamente como querían, por todo el estorbo que
llevaban, de forma que solo alcanzaban a andar, como máximo, dos leguas cada
día. Por su parte, Gonzalo Pizarro daba prisa a sus hombres, los cuales, mozos
y valientes, también esperaban impacientes el final de aquella aventura, con la
que imaginaban ser ya los señores del Perú. Sin embargo, a Francisco de
Carvajal y a los que pensaban como él, que era la gente más sensata y la más
ajustada a lo que exige la guerra, se les hacía muy duro salir a recibir al
enemigo, principalmente por llevar compañeros en cuyas manos no se podía poner
la vida, como Gonzalo Pizarro lo hacía, pues, de los que llevaba consigo, más
de trescientos habían sido del ejército de Diego Centeno, gente derrotada tan
recientemente, que muchos de ellos traían aún parches en las heridas". Una
y otra vez se ve cómo los derrotados se pasaban en masa, casi siempre
forzadamente, al bando del vencedor, salvo algunos que, por negarse, eran con
frecuencia ejecutados. Da la impresión de que este rigor era mucho más
implacable por parte de los de Gonzalo Pizarro, y ya no digamos si quien estaba
circunstancialmente al mando era Francisco de Carvajal, encantado de matarlos entre
chistes. No parece que se acostumbrase hacer prisioneros. Por eso resulta
extraño el empeño de Inca Garcilaso en mostrarnos a su padre como una especie
de prisionero de lujo de Gonzalo Pizarro (al cual le faltan pocos días para
pasarse al bando victorioso de Pedro de la Gasca).
Aunque Francisco de Carvajal le volvió a
insistir a Gonzalo Pizarro en que era una insensatez ir a atacar a los
enemigos, no cedió, y se mostró tan firme en su propósito, que muchos pensaron
que algún maleficio le cegaba. Fue también surgiendo una oleada de desánimo
entre los suyos: "Aunque Gonzalo Pizarro decidió salir a luchar contra la
voluntad de la mayoría de sus amigos, no osaron contradecíselo, y así, casi
todos se aferraron a su propósito de mirar cada uno lo que le conviniese, que
era abandonar a Gonzalo Pizarro, porque veían que él iba a entregarse a la
muerte, que le estaba llamando en lo mejor y más feliz de su vida, pues andaba
en los cuarenta y dos años de edad, habiendo vencido cuantas batallas tuvo que
librar contra indios y españoles. Y últimamente, unos seis meses antes, había
alcanzado la victoria de Huarina, con la cual estaba encumbrado sobre todos los
famosos del Nuevo Mundo (aunque exagere,
debió de ser muy meritoria). Estas prosperidades, y las que podía esperar,
y su vida con ellas, las llevó a enterrar al valle de Jaquijaguana".
(Imagen) Pedro de la Gasca, infatigable
redactor, fue recogiendo datos detallados (muchos vividos directamente por él)
de todo lo que pasaba, para informar después al Consejo de Indias. El cronista
Inca Garcilaso nos acaba de mostrar cómo Juan de Acosta fracasó al intentar
detener el avance del ejército de La Gasca tras haber pasado el puente sobre el
río Apurimac. Veamos lo que cuenta Pedro de la Gasca: "El día 4 de abril (la batalla definitiva será el día nueve),
tras aderezar el puente, lo pasaron muchos, yendo con ellos el arzobispo de
Lima (Jerónimo de Loaysa) y yo. Fuimos cuesta arriba y llegamos
al fuerte de la cima". Pronto tuvieron algunas escaramuzas con los hombres
de Juan de Acosta, capitán de Gonzalo Pizarro: "El día cinco, el capitán
Diego Centeno envió cien hombres de tanteo por los campos; y fueron tantos
porque Juan Núñez de Prado, que acababa de pasarse a nosotros, decía que muchos
de los de Pizarro deseaban venirse a nosotros, pero no se atreverían a hacerlo
si no fueran defendidos por muchos de los nuestros". Luego dice que los
soldados de la avanzadilla vieron a Juan de Acosta, y les pareció que iba en
cabeza de todo el ejército de Gozalo Pizarro, porque confundieron con soldados
al gran número de indios que llevaban en medio (curiosamente, Inca Garcilaso
acaba de decir que también Acosta tuvo el mismo despiste con los de La Gasca,
pero, en este caso, fue un engaño preparado). Pero luego se dieron cuenta de
que no eran más de trescientos, y continuaron los amagos de ataque entre unos y
otros. Aunque pronto habrá una desbandada general de los hombres de Gonzalo
Pizarro, todavía el día seis de abril (tres antes de la batalla final)
fanfarroneaban de serles fiel a muerte: "Todos estos días, los de las
avanzadillas de Gonzalo Pizarro se desmandaban diciendo palabras de desacato,
llegando a responder a los nuestros (que les decían que se viniesen a servir al
Rey, y que, si no lo hacían, se perderían, porque venía un poderoso ejército al
servicio de su Majestad) que ellos tenían buen rey en el gobernador Gonzalo
Pizarro, que tomasen a cuestas al Rey y al sacristán que enviaba (La Gasca), y otras palabras más sucias y
deshonestas, y que, si tanta pujanza traía el Rey, para qué querían ellos que
se pasasen a su bando".
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