(798) Todo se derrumbaba, y el Demonio de
los Andes seguía con su siniestro estribillo: "Carvajal no dejaba su
canto, y, cada vez que huía otra cuadrilla, volvía a entonarlo. Los piqueros
del escuadrón, viendo que los arcabuceros habían huido, y que ellos no podían
fingir que iban a escaramucear con los contrarios, soltaron las picas todos a
una, y echaron a correr por diversas partes, y de esta manera se acabó de
deshacer el escuadrón de Gonzalo Pizarro. Así fue la batalla de Jaquijaguana
(si se le puede llamar batalla), en la que no hubo golpe de espada, ni
encuentro de lanza, ni tiro de arcabuz. De la parte de Gonzalo Pizarro murieron
unos doce, y los mataron Pedro Martín de Don Benito y otros semejantes
persiguiendo a los huidos. Los de Pedro de la Gasca no mataron a ninguno de los
enemigos, y, de los suyos, solamente murió uno, por descuido de un compañero
que le dio un pelotazo". Inca Garcilaso no le da por muerto en la batalla
a Pedro Martín de Don Benito, pero Pedro de la Gasca, como vimos, dejó bien
claro que lo mataron sus hombres después de haber impedido que acabara con la
vida del licenciado Cepeda durante su huida del campo de Pizarro.
La escapada de los piqueros produjo ya una
desmoralización general entre los mandos del ejército: "Gonzalo Pizarro y
sus capitanes quedaron como pasmados porque no imaginaron tal cosa. Volviendo
el rostro hacia Juan de Acosta, que estaba cerca de él, le dijo: '¿Qué haremos,
hermano Juan?' Acosta, presumiendo de valiente, respondió: 'Arremetamos y
muramos como los antiguos romanos'. Gonzalo Pizarro dijo: 'Mejor es morir como
cristianos'. Con ánimo esforzado, quiso morir antes que huir, pues nunca los
enemigos le vieron las espaldas. Luego caminó hacia el escuadrón del Rey con
los capitanes que quisieron seguirle, que fueron Juan de Acosta, Francisco de
Maldonado y Juan Vélez de Guevara, habiéndose ya pasado al bando de La Gasca
Diego Guillén. Yendo así, se encontró con el sargento mayor Pedro de
Villavicencio, el cual, viendo que iba bien acompañado, le preguntó quién era,
y le dijo: 'Yo soy Gonzalo Pizarro, y me rindo al Emperador'. Le entregó el
estoque que llevaba en la mano, porque la lanza la había quebrado en su misma
gente, porque huían. Villavicencio se alegró mucho por la buena suerte que
había tenido. Mostrándose agradecido porque se le había entregado, no quiso
pedirle la espada y la daga que llevaba ceñidas, que eran de mucho valor,
porque toda la guarnición era de oro".
Quien le otorgó un tratamiento muy
caballeresco fue Diego Centeno: "Llegó donde Gonzalo Pizarro y le dijo:
'Mucho me pesa de ver a vuestra señoría en este trance'. Gonzalo Pizarro sonrió
levemente y le dijo: 'No hay que hablar de eso, señor capitán Diego Centeno,
pues yo he acabado hoy, y mañana me llorarán vuestras mercedes'. Sin hablar más
palabras, se fueron adonde estaba el presidente Pedro de la Gasca".
Inca Garcilaso recoge después la versión
que dieron tres cronistas, Zátare, Gómara y el Palentino, sobre el encuentro de
Gonzalo Pizarro con Pedro de la Gasca. La más extensa es la del Palentino,
pero, incluso esta, le parece insuficiente, y nos va a narrar la suya.
(Imagen) Aunque la batalla de Jaquijaguana
resultó ridícula, y la victoria de las tropas del Rey sumamente fácil, hay que
subrayar que fue el resultado de un valioso y tremendo proceso de trabajos,
inquietudes y peligros que podía haber acabado en el mayor desastre para los de
Pedro de La Gasca tan solo unos días antes de la batalla, cuando atravesaron
sus hombres el río Apurimac. Y es más: si Gonzalo Pizarro hubiese seguido los
consejos de Francisco de Carvajal, manteniéndole también en el mando de la
tropa, el veterano militar habría destrozado al ejército enemigo en ese paso.
Pizarro había obtenido recientemente la casi milagrosa victoria de Huarina, que
fue una dolorosa sorpresa para Pedro de la Gasca, y para su gran capitán, Diego
Centeno, quien tuvo que esconderse en una cueva durante meses. Aquella victoria
se debió al genio estratégico de Francisco de Carvajal, y no se entiende que en
Jaquijaguana prescindiera Pizarro de él despectivamente, quizá harto de sus
crueldades, pero olvidando que era el hombre más eficaz que tenía para el
enfrentamiento. Pedro de la Gasca era muy consciente de lo que arriesgaban al
pasar con el ejército el río por un puente de lianas improvisado, largo y a
gran altura, y no cesaba de meter prisa a sus hombres para que lo hicieran lo
antes posible. Un golpe de fortuna hizo que Juan de Acosta, el sustituto de
Carvajal, se confiara en su salida, y llegara tarde al río Apurimac, cuando ya,
fatalmente para los de Pizarro, los de Pedro de la Gasca lo habían atravesado y
se dirigían hacia el campo de batalla. También es verdad que, aunque Pizarro
destrozara a La Gasca, probablemente solo conseguiría retrasar su trágico
final, porque, como le decía el astuto Francisco de Carvajal, "si matamos
a este, luego vendrá otro". Era impensable que Carlos V tirara la toalla.
Ningún rebelde había triunfado en la Indias. La única excepción fue la de
Hernán Cortés. Se rebeló contra el gobernador de Cuba, Diego Velázquez de
Cuéllar, llegando a derrotar a sus tropas (enviadas najo el mando de Pánfilo de
Narváez), y lo hizo consciente de que podía conquistar un gran imperio, pero no
para él, como pretendía Gonzalo Pizarro, sino 'para entregárselo a Carlos V'.
El resultado fue que su extraordinario éxito lo colmó de honores.
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