(803) Siguiendo su compromiso con la
verdad, Inca Garcilaso asegura que bastantes de las macabras ironías que se le
atribuyeron a Francisco de Carvajal fueron inventadas como consecuencia de su
siniestra fama (bien merecida), y luego recogidas sin contrastar por algunos
cronistas. Él se limitará a contar lo que oyó a testigos serios: "Yo diré
lo que oí a los que se hallaron con él, entre los cuales me crie desde los
nueve años que cumplí cuando sucedió (9
de abril de 1548, batalla de Jaquijaguana), hasta los veinte años, en que
salí hacia España (recién muerto su padre).
El día en que lo ejecutaron (día 10),
muy de mañana, llamó a Pedro López de Cazalla (pariente próximo del cronista Cieza de León), secretario de La
Gasca, con el cual habló despacio y a solas, y le mostró tres esmeraldas (eran muy valiosas), rogándole que dos de
ellas se las devolviera a sus dueños. Cogió luego la tercera y le dijo: 'Esta,
que es la menor, es mía, me costó dos mil pesos (casi equivalente a 6 kilos de oro), y suplico a vuestra merced que
se venda, para que el dinero obtenido se dedique a misas por mi ánima, para que
Nuestro Señor se duela de ella y me perdone. Luego le dijo: 'Señor, yo no
empecé esta guerra, ni fui su causa, mas, al contrario, iba camino de España,
hui muchas leguas, pero no pude escaparme, y luego asumí la parte que me cupo,
como lo habría hecho cualquier buen soldado, y como lo hice en servicio del
Emperador cuando fui sargento mayor del licenciado Vaca de Castro, gobernador
de Su Majestad. Yo no robé a nadie. Tomaba lo que me daban voluntariamente. Y,
al final, me quitaron a mí eso y lo que tenía antes de la guerra'. Con esto,
acabaron la plática". Si el valor de las esmeraldas era tan desorbitado, resulta
llamativo que llegaran a alcanzarlo, sobre todo sabiendo que los españoles
tardaron en darse cuenta de que iban a ser muy apreciadas. En cuanto a lo que
cuenta Inca Garcilaso sobre Carvajal, podemos dar por ciertos los hechos, pero
debería haber hecho algún comentario sobre el engaño o autoengaño de Carvajal a
la hora de justificarse. Él mató a mucha gente arbitrariamente y sin darles
opción a confesarse, y, aunque fue cierto que se vio forzado a participar en
las guerras, la elección que hizo al seguir a Pizarro fue completamente libre.
Luego describe la deshonrosa muerte que le
aplicaron a Carvajal. Por petición suya, le enviaron un confesor después del
mediodía, con el que estuvo toda la tarde, a pesar de las prisas que había en
ejecutarle. Su deseo era salir de noche, pero no se lo consintieron: "El
oidor Cianca y el maestre de campo, Alonso de Alvarado, que eran los jueces,
mandaron que saliera. Lo metieron en una petaca en vez de un serón, la
cosieron, y no le quedó fuera más que la cabeza. La ataron a dos acémilas para
que lo llevasen arrastrando (se hacía en
las ejecuciones humillantes). En los primeros pasos de las acémilas, dio
Carvajal con el rostro en el suelo, y, alzando la cabeza, dijo como pudo:
'Miren vuestras mercedes que soy cristiano'. De inmediato, treinta soldados de
los de Diego Centeno lo levantaron del suelo, y a uno de ellos le oí decir que
lo llevaron hasta el pie de la horca, y que por el camino iba rezando en latín.
De esta manera llegaron al lugar donde le ahorcaron, y él recibió la muerte son
toda humildad, sin hablar palabra. Así acabó el bravo Francisco de
Carvajal".
(Imagen) El cronista Pedro Pizarro anota
al final de su texto una reducida reseña sobre FRANCISCO DE CARVAJAL, personaje
para él inolvidable, porque faltó poco para que el cruel anciano lo matara.
Pero era un hombre multifacético, de gran personalidad, irónico y muy amigo de
sus amigos, aunque ponía por encima de todo el objetivo de la victoria:
"Francisco de Carvajal era muy lenguaraz, hablaba con inteligencia y a
gusto de los que le oían; era hombre sabio, sagaz, cruel y muy experto en la
guerra". Habla después de su fallido viaje: "Enterado de que Gonzalo
Pizarro se rebelaba, fue a Lima para embarcarse hacia España, pero el virrey
había ordenado que nadie saliese hasta que él llegara. Supo que había un barco
en Arequipa, vino a mi casa, me dio dinero con el fin de que se lo entregase al
maestre de la nave para que lo llevase a Panamá, pero no quiso, porque era del
bando de Gonzalo Pizarro. Cuando se lo conté, dijo: 'Pues ya que el maestre no
quiere llevarme, juro que haré de Gonzalo tan buen Gonzalo, que los nacidos se
espantarán'. Y me dijo que me preparara, porque Gonzalo vendría a por mí y a
por todos los vecinos de Arequipa. Y así fue. Este hospedaje que le di a
Carvajal me dio la vida, pues después me tuvo preso dos veces para matarme, y,
a la segunda, me dijo: 'Señor, ya van dos. Os juro que, si otra vez os tengo en
mis manos, que sea Dios quien os dé la vida'. Aun así, me salvó otra vez
pidiéndole a Gonzalo que no me matara cuando supo que iba a servir al Rey,
aunque me quitó los indios y me desterró". Habla también de las
barbaridades hechas por Carvajal que ya conocemos, y, con más datos, de una
ejecución especialmente grave en aquellos tiempos: "Tras vencer en
Huarina, ahorcó a un fraile en una losa que estaba hincada sobre una sepultura
de los indios. Colgado el fraile, le dijo a Gonzalo Pizarro: 'Le voy a mostrar
a su señoría a un fraile que está guardando una sepultura'. Al verlo, le dijo:
'Que el diablo os lleve. ¿Por qué habéis hecho esto?'. Y le contestó: 'Este
fraile corría mucho, traía cartas del capellán La Gasca a Centeno verde (siempre irónico), y convenía que descansara un poco'. Yo no quise ver a Carvajal
cuando murió, pues le di palabra de no hacerlo".
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