(849) También rechaza Inca Garcilaso otro
comentario del Palentino, según el cual Francisco Hernández Girón y sus
acompañantes consiguieron armas y salieron a la plaza convocando a los vecinos,
poniendo, además, vigilancia para que nadie escapara de la ciudad, por lo que
se les juntaron algunos más: "Yo afirmo que aquella noche no hubo más que
lo que he dicho, pues, como muchacho, anduve toda la noche con ellos, y ni para
defenderse ellos tenían gente suficiente, y menos todavía para vigilar las
salidas de una ciudad que entonces tenía más de una legua de contorno". No
deja de extrañar que 'el mozo' permaneciera toda la noche con una compañía tan
peligrosa e imprevisible como la de los rebelados. Lo normal era que estuviese
metido en su propia casa.
Al día siguiente Girón y los suyos fueron
a la casa del corregidor, y se apoderaron de su escritorio. Después, con el fin
de ganarse para su rebelión a los soldados y a los vecinos, se inventaron que en él habían
encontrado documentos dictados por los oidores de la Audiencia, en los que se
daban las órdenes que más les podían molestar: prohibición de usar a los indios
como sirvientes, o en trabajos mineros, así como de hospedar o mantener a
soldados en las casas: "El tercer día después de su motín, fue Francisco
Hernández a visitar las casas de los vecinos más principales, y, entre otras,
la de mi padre, estando yo presente.
Habló con mi madrastra y le dijo que él había obrado así porque era en
beneficio de todos los soldados y vecinos de aquel imperio, pero que pensaba
darle el cargo principal a quien tuviese más derecho y lo mereciese mejor, por
lo que le rogó que pidiese a mi padre que saliese a la plaza y no estuviese
retirado en su casa, porque había mucha necesidad de él. Cuando mi madrastra le
aseguró que, desde la noche de la boda de Loaysa, no le había visto ni había entrado en la
casa, se admiró Francisco Hernández, y ella se lo volvió a afirmar varias
veces, incluso con juramento. Entonces lo creyó, y lo sintió mucho. Luego fue a
hacer las demás visitas, y se encontró lo mismo. La verdad es que los que
faltaban no se fueron todos aquella noche, sino a lo largo de cinco noches,
pues, no habiendo quien vigilara toda la ciudad, tuvieron ocasión de irse en el
momento oportuno".
Pero no fue tan fácil para todos:
"Pasados ocho días de la rebelión de Francisco Hernández, le avisó uno de
los suyos, que se llamaba Bernardino de Robles,
hombre bullicioso y escandaloso, de que Don Baltasar de Castilla y el
contador Juan de Cáceres trataban de huir, llevando consigo alguna gente.
Francisco Hernández llamó al licenciado Diego de Alvarado, y le confió una
investigación para castigar a los culpables. El licenciado no tuvo necesidad de
muchas averiguaciones, porque había reñido dos meses antes con Don Baltasar en
la plaza de la ciudad, saliendo ambos heridos de la pendencia. Sin culpa de los
pobres acusados, como fue general opinión, el licenciado aquella noche mandó
darles garrote, y se lo dio el verdugo Juan Enríquez, el mismo que degolló a
Gonzalo Pizarro y ahorcó e hizo cuartos a sus capitanes y al maestre de campo, Francisco
de Carvajal".
(Imagen) Es difícil entender por qué el cacereño FRANCISCO HERNÁNDEZ GIRÓN decidió
encabezar una nueva rebelión, que, además, estaba condenada al fracaso, como
todas las que él había visto. Ya comenté que pesó el ansia de poder y de
riqueza, pero tuvo que haber más razones, quizá por cuestiones personales, a lo
que se añadiría su carácter duro y cruel. Casi todos los rebeldes habían sido
víctimas de un injusto reparto en los premios que Pedro de la Gasca concedió
tras la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro, pero Francisco Hernández Girón fue
generosamente recompensado. El mismo Pedro de la Gasca lo comenta en uno de sus
informes, en setiembre de 1548, vencido ya Pizarro: "Francisco Hernández
Girón sirvió bien en la batalla de Jaquijaguana, y, por ello, aunque ya
disfrutaba en Popayán de 400 pesos de renta anual, se le dio todo lo que
Gonzalo Pizarro tenía en el Cuzco, obteniendo de la coca once mil pesos
anuales, más el trigo y el maíz que los indios le dan de tributo". Aunque
sabía que era un hombre difícil, La Gasca quedó muy satisfecho de sus
actuaciones en la lucha contra Gonzalo Pizarro, quien, como vimos, le había
perdonado la vida a Francisco después de condenarlo a muerte, tras ser apresado
cuando luchaba al servicio del virrey Blasco Núñez. Incluso poco antes de la
batalla de Huarina, Gonzalo Pizarro, consciente de la valía de Girón, quiso inútilmente
ganárselo para su causa. Le decía en una carta: "Tengo por cierto que el
licenciado La Gasca, con las mismas mañas que ha engañado a los de Panamá (se
refiere a la traición de Hinojosa), querrá engañarle a vuestra merced pintando las cosas de
colores fingidos". Pero hubo otro desencadenante de la rebelión. La norma
de prohibir el servicio personal de los indios como porteadores de carga había
quedado aparcada, incluso con la conformidad del virrey Don Antonio de Mendoza,
por considerarlo un asunto que podía aumentar peligrosamente las iras de los
encomenderos. Muerto el virrey, los oidores de las Audiencia decidieron hacer
efectiva la prohibición. Quizá viera en ello Francisco la oportunidad de
saborear la revancha de sus frustraciones y el liderazgo de una revolución.
Como sabemos, ya tres años antes era objeto de sospecha: la imagen muestra un
informe (fechado el día 16 de julio de 1550) sobre sus dudosas intenciones en
el Cuzco.
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