(867) Sigue contando Inca Garcilaso que,
cuando llegó el esclavo negro al campamento de Francisco Hernández Girón y dijo
lo que había hecho, todos los negros que estaban en aquel ejército se jactaron
de su proeza. Y nos habla del triste final de Diego de Almendras: "Un
mestizo mozuelo, criado suyo, viendo a su amo caído en el suelo y que el negro
lo maltrataba, le cogió por las espaldas, con deseo de librar a su señor. El
cual, viéndose herido de muerte, le dijo que huyese antes de que el negro le
matase. Así lo hizo, y los gritos que fue dando causaron la alarma entre los
soldados. Los cuales llevaron al capitán Diego de Almendras a Parihuanacocha,
pero solo sirvió para apresurarle la muerte, pues, en llegando, falleció el
pobre caballero. Y esta desgracia la tomaron como de mal agüero los indios y
los españoles".
Después de lo ocurrido, Alonso de Alvarado
puso su ejército en marcha tras haber mandado a sus soldados que fueran ligeros
de equipaje, con poca comida y con las armas necesarias. Más tarde supo que
Francisco Hernández Girón, que había llegado tres días antes, ya estaba en
Chuquinga preparando la batalla, a solo cuatro leguas de distancia. Para ambas
tropas había resultado muy duro el camino. Entonces le llegaron refuerzos a
Alvarado: "Vinieron el comendador Romero y el capitán García de Merlo con
mil indios de guerra, cargados de comida, y se tuvo larga información sobre
Francisco Hernández y de que había dado garrote a Diego de Orihuela, natural de
Salamanca, por querer venir al campo del mariscal para servir a su
Majestad".
Fue entonces cuando Alonso de Alvarado, al
parecer, cometió algunos errores por su impaciencia. Ya vimos que su mujer, Ana
de Velasco, en un informe de los méritos de su marido, echará después toda la culpa del próximo desastre a la falta de
obediencia de sus capitanes: "El mariscal, sabiendo que los enemigos
estaban tan cerca, tenía tanto deseo de enfrentarse con ellos, que determinó
enviar a dos capitanes con ciento cincuenta arcabuceros escogidos, para que, a
la madrugada siguiente recogieran a los
que quisiesen pasarse al servicio del Rey. Lo capitanes y los vecinos de
la zona, que sabían cuán fuerte era el sitio que ocupaba Francisco Hernández
Girón, le llevaban la contraria al mariscal, dándole razones muy suficientes de
que no debía acometer al enemigo en aquel fuerte, porque era tan seguro, que, quien
lo acometiese al descubierto, iría perdido. Añadían que no estaba bien
aventurar a los 150 mejores arcabuceros, pues, perdidos ellos, lo estaría todo
el ejército". El mariscal no cedió, y trató de tranquilizarles diciendo
que todo el ejército iría detrás de los arcabuceros para que no fueran
atacados: "Mandó que el maestre de campo y el capitán Juan Remón fuesen
con ellos y llegasen lo más cerca posible del enemigo. Los capitanes y los 150
arcabuceros partieron a las doce de la noche, y el mariscal salió con todo el
ejército tres horas después, yendo en busca de Francisco Hernández. El cual,
sabiendo que tenía tan cerca un enemigo tan poderoso, estaba con cuidado de que
no los tomasen desapercibidos, vigilando los pasos por los que podían entrarle,
que no eran más de dos, pues todo lo demás, tal y como era el fuerte, estaba
asegurado".
(Imagen) La opinión de los cronistas y de la gente de aquel tiempo fue unánime, en
general, al considerar que Francisco Hernández Girón ganó la batalla de
Chuquinga (21 de mayo de 1554) por un error estratégico del mariscal Alonso de
Alvarado. Lo que vemos en la imagen es una copia anónima de una carta enviada a Santo Domingo (no se sabe a quién) por
alguien desde el cabo de la Vela (Colombia) a finales de octubre de 1554. Las
noticias se extendían despacio, pero llegaban a los rincones más lejanos. La
resumo (y empieza contundente): "Lo que hay que hacer saber a vuestra merced
es que Francisco Hernández Girón está muy pujante por una ruin maña que se dio
Alvarado contra él, y es que Francisco Hernández estaba a unas ocho leguas de
Lima e íbase retirando con cuatrocientos hombres, porque los de Alvarado eran mil
doscientos, y la mayoría a caballo, con otros muchos caballos. Cuando Francisco
Hernández supo que sus contrarios venían cerca, llamando a toda su gente, les dijo
que se pusiesen de cuarenta en cuarenta, a trechos y en embocadas, y las
hicieron muy cerca las unas de las otras. Les indicó que, cuando los contrarios
fuesen entrando, los primeros de la emboscada soltasen sus arcabuces
empleándolos todos, y que, cuando acabasen de descargarlos, se colocasen
delante de los delanteros de la otra emboscada, y, como los contrarios les
seguirían, que los de la siguiente emboscada soltasen sus arcabuces, y así por
este orden. De manera que siempre les iban provocando con estas emboscadas,
hasta que ya el Alvarado se vio herido, perdido y con poca gente, por lo que determinó
volverse a Lima, con muy poca gente de la que llevó, porque murieron muchos, y
todos los demás se volvieron contra él, le quitaron millón y medio de moneda de
Su Majestad y le tomaron casi dos mil caballos y muchas armas". Dice
también que Alvarado (que ya era un hombre psicológicamente destrozado) se está
preparando para una nueva guerra contra Girón, pero que será difícil
derrotarlo, porque tiene muchos seguidores, ya que "los oidores de la
Audiencia y los frailes han dado a los indios muchas libertades que han dejado
a los españoles en la pobreza". Pero no menciona el primer error de
Alvarado: contra el criterio de sus capitanes, se precipitó al atacar a un
Girón que había instalado sabiamente su
tropa en lo que era como una fortaleza.
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