viernes, 6 de noviembre de 2020

(Día 1260) El verdugo Juan Enríquez se puso entusiasmado al servicio del rebelde Francisco Hernández Girón, quien ya tenía 150 seguidores y simuló estar enfadado por la ejecución de Don Baltasar de Castilla y de Juan de Cáceres.

 

     (850) El siniestro verdugo Juan Enríquez se convirtió en una leyenda, y fue protagonista, como ya vimos, de muchas anécdotas. Para él, las guerras civiles eran una bendición porque le gustaba el oficio. Así que, en cuanto empezó Francisco Hernández Girón la suya, se puso rápidamente a su servicio: "En cuanto Francisco Hernández se rebeló, salió Juan Enríquez al día siguiente, presumiendo de su buen oficio, cargado de cordeles y  garrotes para ahogar y dar tormento a los que los tiranos quisiesen matar y atormentar. También sacó un alfanje para cortar las cabezas que le mandasen; pero él lo pagó después, como más adelante diremos. El cual ahogó rápidamente a aquellos pobres caballeros (Baltasar de Castilla y Juan de Cáceres), y, por sacar algún beneficio, los desnudó, a Don Baltasar hasta dejarlo como nació, y, a Juan de Cáceres, le dejó solo la camisa, porque no era tan galana como la de su compañero. Y así los llevaron a la plaza, y los pusieron al pie del rollo, donde yo los vi hacia las nueve de la noche. Según se dijo, al día siguiente Francisco Hernández reprendió a su letrado por haber matado a aquellos caballeros sin comunicárselo a él. Pero esto fue más por quedar bien con la gente que por pesarle a él, pues más bien se alegró de ver el temor que causó aquel hecho. De manera que, por  aquel suceso tan cruel, se le rindieron todos los vecinos de la ciudad, mientras los matadores se sentían más ufanos y soberbios que antes".

     Después de haber dado con éxito el primer paso de su rebeldía, Francisco Hernández Girón se sintió con ánimos suficientes para seguir adelante. Dado que, además, contaba ya con unos ciento cincuenta seguidores dispuestos a luchar a su lado, designó los mandos de su recién nacida tropa. Nombró maestre de campo al licenciado Diego de Alvarado, a quien, según dice el cronista, se le daba mejor el oficio militar, por su carácter bravucón, que el de letrado, pues lo era malo. Como capitanes de caballería designó a Tomás Vázquez (uno de los hombres más valiosos que tuvo Girón en sus batallas, hasta que le traicionó), así como a Francisco Núñez y Rodrigo de Pereda, de quienes dice Inca Garcilaso que aceptaron más por miedo que por convencimiento. Escogió como capitanes de infantería a Juan de Piedrahita, Nuño de Mendiola y Diego Gavilán; a Albertos de Orduña le dio el puesto de alférez general, y, a Antonio Carrillo, el de sargento mayor.

     El eco del alzamiento de Girón en el Cuzco llegó a otras ciudades en versiones adulteradas. En algunos sitios se creyó que la rebeldía había sido general, y enviaron emisarios a la ciudad para simpatizar con los rebeldes, pues les hacía ilusión la idea de que, con este movimiento, mejorara de nuevo la situación de los encomenderos dejándose sin efecto las leyes de protección a los indios. En otras ciudades, como Huamanga y Arequipa, ya sabían que la rebelión del Cuzco había sido cosa de unos pocos, y que la mayoría de los vecinos habían huido de la ciudad: "Y conociendo quiénes y cuántos eran los escapados, de común acuerdo los de una ciudad y de la otra se fueron, todos los que pudieron, a servir a Su Majestad".

 

     (Imagen) No fue rectilínea la deriva del sevillano DON BALTASAR DE CASTILLA (de quien ya hablamos) en el proceso de las guerras civiles. Al final, fue la lealtad al Rey lo que le costó la vida. En un principio, no debía de tener muchas simpatías por los Pizarro, ya que, tras ser asesinado Francisco, luchó a favor de Diego de Almagro el Mozo contra el representante del Rey, el licenciado Vaca de Castro, en la batalla de Chupas. Tras ser derrotados, al Mozo lo ejecutaron. Poco después Baltasar se unió a la rebelión de Gonzalo Pizarro contra el virrey Núñez Vela. El 13 de agosto de 1545, Baltasar le escribió una carta a Gonzalo Pizarro, desde una de las naves que, bajo el mando de Pedro de Hinojosa, iban a tranquilizar la zona de Panamá, bastante alterada por la actuación que allí había tenido Bachicao. Y le dice: "Nos ha escrito Lorenzo de Aldana con noticias tan buenas como Dios quiera que oigamos siempre quienes servimos a vuestra señoría, y nos comunica que, aunque les da pena la ausencia de vuestra señoría, todos están pacíficos en aquellas tierras". Pero será decisiva para Baltasar la llegada de Pedro de la Gasca. Ocurrió que Pedro de Hinojosa, en noviembre de 1546, le entregó a La Gasca toda la armada de Pizarro, y tanto Aldana como Baltasar de Castilla, entre otros muchos, lo traicionaron también. Después aparece Baltasar colaborando con Pedro de la Gasca, que lo nombró capitán, en la batalla de Jaquijaguana. Derrotado y muerto Gonzalo Pizarro, no quiso Baltasar coquetear con rebeldías, ni siquiera con la de  su hermano Don Sebastián de Castilla, quien, como sabemos, fue asesinado por los  hombres de Vasco Godínez. Acabamos de ver lo que vino luego. Francisco Hernández Girón dio otro golpe de rebeldía, y lo hizo entrando brutalmente en el banquete de boda de Alonso de Loaysa, donde se encontraba Baltasar porque la novia, María de Castilla, era su hermana. Mataron a algunos, pero Girón no le tocó a Baltasar, a pesar de que se negó a seguirle. Y lo respetó porque eran amigos, pero algo en el interior de Francisco Hernández Girón quebró esa amistad. Solo así se explica que, enseguida, se lavara las manos como Pilatos cuando, por sospechas infundadas de conspiración, el rencoroso licenciado Diego de Alvarado se encargó de juzgar y condenar a muerte a DON BALTASAR DE CASTILLA, siendo ejecutado por el verdugo Juan Enríquez.




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