(850) El siniestro verdugo Juan Enríquez
se convirtió en una leyenda, y fue protagonista, como ya vimos, de muchas
anécdotas. Para él, las guerras civiles eran una bendición porque le gustaba el
oficio. Así que, en cuanto empezó Francisco Hernández Girón la suya, se puso
rápidamente a su servicio: "En cuanto Francisco Hernández se rebeló, salió
Juan Enríquez al día siguiente, presumiendo de su buen oficio, cargado de
cordeles y garrotes para ahogar y dar
tormento a los que los tiranos quisiesen matar y atormentar. También sacó un
alfanje para cortar las cabezas que le mandasen; pero él lo pagó después, como
más adelante diremos. El cual ahogó rápidamente a aquellos pobres caballeros (Baltasar
de Castilla y Juan de Cáceres), y, por sacar algún beneficio, los desnudó,
a Don Baltasar hasta dejarlo como nació, y, a Juan de Cáceres, le dejó solo la
camisa, porque no era tan galana como la de su compañero. Y así los llevaron a
la plaza, y los pusieron al pie del rollo, donde yo los vi hacia las nueve de
la noche. Según se dijo, al día siguiente Francisco Hernández reprendió a su
letrado por haber matado a aquellos caballeros sin comunicárselo a él. Pero
esto fue más por quedar bien con la gente que por pesarle a él, pues más bien se
alegró de ver el temor que causó aquel hecho. De manera que, por aquel suceso tan cruel, se le rindieron todos
los vecinos de la ciudad, mientras los matadores se sentían más ufanos y
soberbios que antes".
Después de haber dado con éxito el primer
paso de su rebeldía, Francisco Hernández Girón se sintió con ánimos suficientes
para seguir adelante. Dado que, además, contaba ya con unos ciento cincuenta
seguidores dispuestos a luchar a su lado, designó los mandos de su recién
nacida tropa. Nombró maestre de campo al licenciado Diego de Alvarado, a quien,
según dice el cronista, se le daba mejor el oficio militar, por su carácter
bravucón, que el de letrado, pues lo era malo. Como capitanes de caballería
designó a Tomás Vázquez (uno de los hombres más valiosos que tuvo Girón en sus
batallas, hasta que le traicionó), así como a Francisco Núñez y Rodrigo de
Pereda, de quienes dice Inca Garcilaso que aceptaron más por miedo que por
convencimiento. Escogió como capitanes de infantería a Juan de Piedrahita, Nuño
de Mendiola y Diego Gavilán; a Albertos de Orduña le dio el puesto de alférez
general, y, a Antonio Carrillo, el de sargento mayor.
El
eco del alzamiento de Girón en el Cuzco llegó a otras ciudades en versiones
adulteradas. En algunos sitios se creyó que la rebeldía había sido general, y
enviaron emisarios a la ciudad para simpatizar con los rebeldes, pues les hacía
ilusión la idea de que, con este movimiento, mejorara de nuevo la situación de
los encomenderos dejándose sin efecto las leyes de protección a los indios. En
otras ciudades, como Huamanga y Arequipa, ya sabían que la rebelión del Cuzco
había sido cosa de unos pocos, y que la mayoría de los vecinos habían huido de
la ciudad: "Y conociendo quiénes y cuántos eran los escapados, de común
acuerdo los de una ciudad y de la otra se fueron, todos los que pudieron, a
servir a Su Majestad".
(Imagen) No fue rectilínea la deriva del sevillano DON BALTASAR DE CASTILLA (de
quien ya hablamos) en el proceso de las guerras civiles. Al final, fue la
lealtad al Rey lo que le costó la vida. En un principio, no debía de tener
muchas simpatías por los Pizarro, ya que, tras ser asesinado Francisco, luchó a
favor de Diego de Almagro el Mozo contra el representante del Rey, el
licenciado Vaca de Castro, en la batalla de Chupas. Tras ser derrotados, al
Mozo lo ejecutaron. Poco después Baltasar se unió a la rebelión de Gonzalo
Pizarro contra el virrey Núñez Vela. El 13 de agosto de 1545, Baltasar le
escribió una carta a Gonzalo Pizarro, desde una de las naves que, bajo el mando
de Pedro de Hinojosa, iban a tranquilizar la zona de Panamá, bastante alterada
por la actuación que allí había tenido Bachicao. Y le dice: "Nos ha
escrito Lorenzo de Aldana con noticias tan buenas como Dios quiera que oigamos
siempre quienes servimos a vuestra señoría, y nos comunica que, aunque les da
pena la ausencia de vuestra señoría, todos están pacíficos en aquellas
tierras". Pero será decisiva para Baltasar la llegada de Pedro de la
Gasca. Ocurrió que Pedro de Hinojosa, en noviembre de 1546, le entregó a La
Gasca toda la armada de Pizarro, y tanto Aldana como Baltasar de Castilla,
entre otros muchos, lo traicionaron también. Después aparece Baltasar
colaborando con Pedro de la Gasca, que lo nombró capitán, en la batalla de
Jaquijaguana. Derrotado y muerto Gonzalo Pizarro, no quiso Baltasar coquetear
con rebeldías, ni siquiera con la de su
hermano Don Sebastián de Castilla, quien, como sabemos, fue asesinado por
los hombres de Vasco Godínez. Acabamos
de ver lo que vino luego. Francisco Hernández Girón dio otro golpe de rebeldía,
y lo hizo entrando brutalmente en el banquete de boda de Alonso de Loaysa,
donde se encontraba Baltasar porque la novia, María de Castilla, era su
hermana. Mataron a algunos, pero Girón no le tocó a Baltasar, a pesar de que se
negó a seguirle. Y lo respetó porque eran amigos, pero algo en el interior de
Francisco Hernández Girón quebró esa amistad. Solo así se explica que, enseguida,
se lavara las manos como Pilatos cuando, por sospechas infundadas de
conspiración, el rencoroso licenciado Diego de Alvarado se encargó de juzgar y
condenar a muerte a DON BALTASAR DE CASTILLA, siendo ejecutado por el verdugo
Juan Enríquez.
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