(869) Venida la noche, Pedro de Piedrahita
salió con tres docenas de arcabuceros a hostigar a los del mariscal, pero
volvió al amanecer de vacío. Incluso
Rodrigo de Pineda, capitán de Caballería
de Girón, con la excusa de que iba a echarle una mano a los de Piedrahita, se había
pasado al bando contrario, y habló con el mariscal Alonso de Alvarado: "Le
dijo que la mayor parte de los de Girón, si no fuese por la mucha vigilancia
que tenía, le abandonarían, que aquella misma noche huiría, y que era muy fácil
vadear el río. Tras oírlo, el mariscal, habló con los capitanes y vecinos
exponiéndoles lo que Rodrigo de Pineda había dicho, y les dijo que estaba
decidido a acometer al enemigo. Muchos de los consultados, se opusieron a la
idea, dando razones suficientes de que no convenía de ninguna manera atacarle a Girón en su fuerte".
Alonso de Alvarado estaba aferrado a su
idea de atacar. Por petición suya, les
contó también Rodrigo de Pineda a los capitanes su convencimiento de que lo
mejor era atacar, porque, si no lo hacían, esa misma noche huiría del fuerte, ya
que no le quedaba comida y su gente estaba atemorizada. Además, si lograba
escapar, sufrirían mucho daño los que le siguiesen, porque los caminos eran muy
malos. Los capitanes le respondieron, como ya dijeron al principio, que lo
mejor sería dejarle huir, porque así su tropa se iría deshaciendo sin necesidad
de arriesgar un solo soldado: "Sin embargo, el mariscal dijo que no era
cosa acertada, pues no cumplía con la obligación que él tenía, ni convenía a la
honra de tantos caballeros y buenos soldados como allí estaban, que Francisco
Hernández anduviese desasosegando y robando aquellas tierras con su gente, y
que, aunque hubiera algún inconveniente, él estaba determinado a darle batalla.
Con lo cual se fueron descontentos de la
tienda del mariscal muchos de los principales capitanes. Y, al salir, dijo
Gómez de Alvarado, muy desabrido: 'Vamos, pues, ya, que bien sé que he de
morir'. Luego volvieron adonde el mariscal más de treinta vecinos del Cuzco y
de las Charcas, entre los que estaban Lorenzo de Aldana, Juan de Saavedra,
Diego de Maldonado, Pedro Hernández Paniagua, el licenciado Polo, Juan Ortiz de
Zárate, Alonso de Loaysa, el factor Juan de Salas,
Martín de Meneses, García de Melo, Juan de Berrio, Antón Ruiz de Guevara,
Gonzalo de Soto y Diego de Trujillo, todos ellos ganadores del Perú".
Veían
tan claro que aquello iba a ser un desastre, que le pusieron a Alonso de
Alvarado ante los ojos nuevamente sus razones. Le recordaron que el mismo
Rodrigo de Pineda había dicho que los enemigos se encontraban ya a falta de
alimentos. Le dijeron que Girón tendría que huir y sería fácil seguirle,
contando, además, con que los indios le podían cortar los caminos: "Le
aseguraron que acometer al enemigo en sitio tan fuerte era enviar a sus
capitanes y soldados al matadero, y que mirase bien las ventajas que tenía
sobre su contrario, pues le sobraba lo que a él le faltaba de alimentos, de
ayuda de los indios y de todo los necesario para quedarse quietos, por lo que
debía procurar alcanzar la victoria sin daño de los suyos, sobre todo porque
tenía al enemigo tan sujeto y rendido como estaba".
(Imagen) Sigamos con el informe de Pedro de la Gasca. Nos
revela otro problema: "Los caciques ejercitan gran tiranía en sus indios,
tanto por los excesivos castigos que les suelen dar, como en los tributos que les
imponen". Dice que la llegada de los españoles lo agravó, porque les
consentían a los caciques cosas que antes se les prohibía. Y afirma: "Por
eso yo dejé ordenado que se tasase lo que los indios han de dar a sus caciques.
Creo que también dejé bien establecido, de acuerdo con los mineros, lo relativo
a las labores en las minas, prohibiendo que se se les obligara a los indios a
trabajar en ellas". Después hace una sagaz descripción de un serio
problema: "Todos los males de aquella tierra vienen del exceso de gente
que en ella hay, pues, con la fama del oro y la plata que en ella existe, toda
la gente perdida de España, y de fuera de ella, procura ir allá con mil
engaños, evitando las prohibiciones". Uno de los trucos era irse a otros
destinos de las Indias, para luego pasarse al Perú. Nos hace ver que las tierras peruanas tenían el atractivo de
la quimera del oro: "Y así, cada día llegan al Perú más ladrones, y los
que acá no lo son, allá pronto se hacen, por necesidad o por envidia que tienen
de ver a otros ricos y a ellos pobres, y cuanto más son de buenas familias en
España, antes se pervierten, pues no pueden soportar que los que en España
serían menos que ellos, allí lo sean más. Esta gente excesiva, con sus
pretensiones y codicias, desea que haya desasosiegos y revueltas, para vivir de
ello, y es la que inquieta y procura robar a los indios. Por ello, lo que más
importa para el bien de aquellas tierras es que no llegue más gente, y que se
vacíe el exceso que de ella hay". Nos aclara también algo que ya vimos.
Cuando iba a enfrentarse a Gonzalo Pizarro, pidió ayuda de soldados a distintos
gobernadores, y luego anuló su petición. Lo hizo porque ya se encontraba
suficientemente fuerte. Pero nos descubre otra razón: "Comprendí que,
aunque me ayudaran a castigar a Gonzalo Pizarro, me quedaría después, sin duda,
otra contienda con los recién llegados, y di orden de que se apresara a quien
quisiera entrar en Quito o en Perú". Después estableció controles en todos
los puertos, de manera que nadie pudiese desembarcar sin que, previamente, el
corregidor de la zona examinase cada caso y diera su permiso. La imagen muestra
una petición del Rey al Vaticano para que La Gasca, tras su victoria, fuera
autorizado a presidir la Audiencia de Lima con atribuciones civiles y
criminales.(Continuará).
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