(868) Antes del amanecer, llegaron los
enviados por el mariscal frente al lugar en que estaban los enemigos, y
procuraron acercárseles lo más posible: "Estando así quietos, los
descubrió un indio de los de Francisco Hernández Girón, que dio aviso a su amo.
Cuando lo supo, ordenó su gente, y, de una parte y de la otra, se lanzaron
arcabuzazos sin daño alguno, porque estaban lejos". Lo que dice después el
cronista parece más bien una anécdota imaginada por comentarios populares: "Los
soldados de Francisco Hernández se pusieron desparramados y cubiertos por los
árboles. Los del mariscal bajaron muy ufanos por una cuesta para trabar
escaramuza, y, llegados a tiro de arcabuz, para señalarse más dijeron cómo se
llamaban. El alférez de Juan Remón, que se llamaba Gonzalo de Mata, poniéndose
cerca de los enemigos, gritó: 'Yo soy Mata'. Uno de los contrarios, que estaba
encubierto, dijo: 'Yo te mato'. Y le dio un arcabuzazo en los pechos, de lo que
cayó muerto en tierra". También murieron varios más, sin ver siquiera
quiénes les disparaban. Entonces el mariscal Alonso de Alvarado envió más
capitanes con gente parta reforzar la escaramuza: "La cual duró hasta las
tres de la tarde, sin obtener ninguna ventaja en la pelea, pues, entre sus
muertos y heridos, hubo más de cuarenta personas. Uno de los muertos era un
caballero, mozo de 18 años, que se llamaba Don Felipe Enríquez, lo que causó
mucha lástima. En el otro bando salió herido el capitán Larrínaga. Con tanto
daño como recibieron los del Rey, perdieron parte de su valentía. Durante la
pelea, Sancho de Bayona y otro soldado se pasaron al bando del mariscal, y, al
de Girón, un soldado apellidado Bilbao".
Una vez más, el mariscal se va a mostrar
dubitativo con respecto a los consejos de sus mandos, importantes veteranos que
ya nos resultan como de la familia: "Platicó luego, sobre lo que se debía
hacer, con Lorenzo de Aldana, Gómez de Alvarado, Diego de Maldonado, Gómez
Solís y otras personas principales de su campo. Mostraba tener gran voluntad de
acometer al tirano, porque el soldado Sancho de Bayona le había dicho que, sin
duda, Girón huiría. Lorenzo de Aldana y Diego de Maldonado lo tomaron aparte, y
le aconsejaron que no diese la batalla,
sino que tuviese paciencia, porque él le
aventajaba mucho a Girón en gente, y contaba con muchos indios, mientras que los
enemigos solo tenían el fuerte, de manera que, acosándolos con los indios, los
pondría en situación de hambre y necesidad, de forma que se verían obligados a
salir huyendo del fuerte, en cuyo caso sería fácil desbaratarlos, o que todos o
la mayor parte de la gente se le pasase a su bando, sin que él perdiera un solo
hombre". Era una estrategia llena de sentido común, que les pareció muy
sensata a muchos de los principales capitanes, pero otros asesores no estaban
de acuerdo. Martín de Robles y algunos más pedían que se diese ya la batalla.
Lorenzo de Aldana volvió a insistirle a Alvarado en que no lo hiciera, y, de
momento, estuvo de acuerdo en limitarse a disparar al enemigo desde una altura
para cansarlos, con el fin de forzarle a Girón a rendirse o a salir del fuerte
para darles la batalla en campo abierto". Le hizo esa promesa a Lorenzo de
Aldana, pero, aunque la mayoría de sus soldados preferían esperar, el mariscal
Alonso de Alvarado se dejará llevar por el ansia compulsiva de atacar.
(Imagen) Hay un documento sumamente interesante de Pedro de la Gasca, y muy amplio
(ocho extensos folios), que merece la pena que resuma, ya que pone el dedo en
la llaga, con clarividencia, sobre los especiales problemas que originaron las
guerras civiles, dando consejos para que no volvieran a ocurrir. Lo escribió el
17 de octubre de 1554 desde Villamuriel, ya como obispo de Palencia, y no se
sabe a quién iba dirigido. Empieza diciendo: "Por la carta que recibí de
vuestra señoría, tengo por cierto que ya ha terminado la alteración de
Francisco Hernández Girón, y que ha sido castigado". Luego añade que Girón
no tenía carisma suficiente para encabezar su alzamiento, y da algunos consejos
de organización administrativa, sobre todo relativos a evitar malos tratos a
los indios. Es partidario de que los indios se puedan gobernar por sí mismos en
asuntos menores y según sus antiguas costumbres, "porque entienden mejor
sus cosas". Explica muy bien el problema del 'servicio personal de los
indios', cuya prohibición (de la que él siempre fue partidario) provocó muchas
alteraciones de los españoles, que los utilizaban como porteadores de cargas y
como peones de la construcción de sus casas. Él lo prohibió tajantemente:
"No quise imponer el servicio personal a los indios, porque las cargas fatigan y disminuyen a los
indios, y hasta parece que es una servidumbre de esclavos. Ya lo practicaban
los incas, pero de manera más moderada comparado con los usos de los españoles,
pues les obligan a grandes trabajos haciendo casas y otras cosas, por lo que
gran número de ellos han muerto, pues a veces ni les daban de comer. Yo no me
atreví a quitar todo el servicio personal, porque sabía que no me obedecerían,
pero lo limité lo más que pude, permitiendo solamente que los indios sirvieran
dentro de las casas, y para traer hierba
y leña". También prohibió que se obligase a los indios del llano a
trabajar en la sierra, y viceversa, porque la falta de aclimatación hacía
estragos. Sin embargo, aún no había
llegado el tiempo de tener esa preocupación con los esclavos: "Manifesté a
los españoles que, en breve tiempo, se proveyeran de negros, porque el servicio
personal de los indios lo iba a quitar del todo. Y así lo hice, porque esta ha
sido la mayor pestilencia para los indios del Perú. Ya que ahora hay allí
bestias de carga, no hay razón alguna para que estos desventurados sirvan en
oficios viles, con tanta fatiga y mortandad". (Continuará).
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