(853) Va contando Inca Garcilaso que
Francisco Hernández Girón se vio muy crecido con el terror que había impuesto,
especialmente cuando mataron a Don Baltasar de Castilla, aunque él fingiera
haberlo sentido. Como todos los revolucionarios, se convirtió en un dictador,
y, gracias al miedo que le tenían,
consiguió que unos cuantos elegidos por él formaran cabildo y le dieran
los cargos de máxima autoridad: Procurador General de todo el Perú, para que
consiguiese de Su Majestad, en nombre de todos, lo que más les conviniese, así
como Capitán General y Justicia Mayor de aquella ciudad, y de todo el reino,
para gobernarlo y mantener la paz. No tuvo ninguna dificultad. "Todo se lo
concedieron atemorizados, porque tenía delante de la puerta del cabildo un
escuadrón de más de ciento cincuenta arcabuceros con los capitanes Diego
Gavilán y Nuño Mendiola. Mientras ocurrían estas cosas en el Cuzco, llegó la
noticia de ellas a Lima. Los oidores (qué gran vacío el de La Gasca…) al
principio la tuvieron por falsa, porque el que la llevó, Hernando Chacón, era
gran amigo de Francisco Hernández, y hasta decían que hermano de leche, por lo
que creyeron que se trataba de un ardid para saber quiénes estaban a favor o en
contra de la rebelión, y lo apresaron, mas pronto lo soltaron, pues llegó desde
otras partes la confirmación de que era cierta. Por lo cual los oidores
nombraron capitanes para la guerra que se veía venir. También se enteraron del levantamiento de
Francisco Hernández en Potosí, donde estaba el mariscal Alonso de Alvarado
ejecutando el castigo de los delincuentes que mataron al general Pedro de
Hinojosa y de los secuaces de Don Sebastián de Castilla. Aunque quedaban muchos
culpables que merecían también la muerte, paró las ejecuciones, pues, con el
nuevo levantamiento, convenía perdonarlos, y aplacar a los leales, ya que los
unos y los otros estaban escandalizados por tanto rigor y por tantas muertes
como se habían dado". Remata Inca Garcilaso el párrafo con una anécdota
típica de la cínica ironía que tanto se valoraba en aquellos tiempos:
"Entre los condenados, había un tal Bilbao, al cual visitó un amigo suyo
para felicitarle por salvar la vida. Y le dijo que diese muchas gracias a Dios
por ello. El soldado le respondió: 'Doy las gracias a Dios, a San Pedro, a San
Pablo y a San Francisco Hernández Girón, gracias al cual se me ha hecho esta
merced'; y dijo que iría a servirle dondequiera que lo viese; y así lo hizo,
como veremos". Parece demasiado atrevimiento como para que Alvarado no lo
liquidara.
Luego ocurrió algo curioso. Quedaron
libres unos cuarenta presos, todos ellos candidatos a la pena de muerte o a la
condena a galeras. Alonso de Alvarado quiso dejar libres a los vecinos y a los
soldados que no merecían tanto castigo, pero no aceptaron el método:
"Sospecharon que los querían dejar libres sin sentencia, para luego
castigarlos. Visto esto, el mariscal Alvarado comenzó a despachar a los presos
condenándolos a penas ligeras, según las posibilidades de cada uno y no de
acuerdo con lo que merecían. Y así trató, entre otros, a Gómez Solís, a Martín
de Almendras y a Martín de Robles". Lo que quiere decir que, aunque
no tuvieron una implicación importante
en la muerte de Pedro de Hinojosa, mostraron en algún momento cierta simpatía
con el alzamiento de Don Sebastián de Castilla.
(Imagen) No tardará mucho en morir el gran ALONSO DE ALVARADO. El año 1557, su
mujer, Doña Ana de Velasco, y sus hijos le pidieron al Rey una compensación por
los grandes servicios que había prestado a la Corona. La viuda, en el texto de
la imagen, expone un recorrido de sus méritos. Aporta datos generales de sus
grandes servicios en el Perú, de las dos ciudades que fundó, de su lucha contra
los indios cuando cercaron Lima, y de su participación en la batalla de Chupas
contra Diego de Almagro el Mozo, después de que asesinaran a Francisco Pizarro.
Añade que luego vino a España, y retornó más tarde, enviado con Pedro de la
Gasca por su Majestad para luchar contra Gonzalo Pizarro (después de que matara
al virrey); fue el único conflicto en el que, por su ausencia en España, no
estuvo, "y a Vuestra majestad es notorio que su valor y su prestigio
influyeron para que la armada, con su gente, fuese puesta en Panamá al servicio
de Vuestra Majestad, y lo mucho que trabajó en Perú hasta desbaratar a Gonzalo
Pizarro". Tras marchar la Gasca a España, le encargaron los oidores de la
Audiencia a Alonso que fuera al Cuzco, donde se iniciaba otra revuelta de unos
800 soldados, y consiguió reducirlos, castigando a los más culpables. También
fue encargado de castigar a los que después iniciaron otro motín con Don
Sebastián de Castilla. Habla luego Doña Ana de lo que estamos viendo ahora, el
alzamiento de Francisco Hernández Girón, siendo nombrado su difunto marido jefe
de las tropas que se le enfrentaron. Y menciona el episodio más dramático de su
vida, hasta entonces tan victoriosa (con una versión que contradice a los
cronistas): "Pero perdió la batalla de Chuquinga por no querer dar sus
capitanes la orden que él mandó, ni querer después pelear, por la ruin
intención que tenían muchos, y salió herido". Aporta un dato que se
desconocía: también estuvo en la batalla de Pucará, en la que fue derrotado, y
luego ejecutado, Francisco Hernández Girón. Pero sí reconoce lo mucho que le
afectó mentalmente la derrota de Chuquinga: "Fue tanto lo que sintió
perderla, que llegó a perder el sentido, y murió de ello, lo cual fue harta
pena para mí y para mis hijos". Quizá los cronistas dieran por hecho que,
después del trauma de Chuquinga (de cuya derrota hacen responsable al propio
Alvarado), su mente trastornada le impidió seguir batallando.
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