miércoles, 11 de noviembre de 2020

(Día 1263) Los asustados miembros del cabildo del Cuzco le dieron a Francisco Hernández Girón todos los poderes que exigió. Los oidores de Lima se prepararon para la guerra, y Alonso de Alvarado paralizó los castigos que aplicaba a los culpables de la anterior rebeldía.

 

   (853) Va contando Inca Garcilaso que Francisco Hernández Girón se vio muy crecido con el terror que había impuesto, especialmente cuando mataron a Don Baltasar de Castilla, aunque él fingiera haberlo sentido. Como todos los revolucionarios, se convirtió en un dictador, y, gracias al miedo que le tenían,  consiguió que unos cuantos elegidos por él formaran cabildo y le dieran los cargos de máxima autoridad: Procurador General de todo el Perú, para que consiguiese de Su Majestad, en nombre de todos, lo que más les conviniese, así como Capitán General y Justicia Mayor de aquella ciudad, y de todo el reino, para gobernarlo y mantener la paz. No tuvo ninguna dificultad. "Todo se lo concedieron atemorizados, porque tenía delante de la puerta del cabildo un escuadrón de más de ciento cincuenta arcabuceros con los capitanes Diego Gavilán y Nuño Mendiola. Mientras ocurrían estas cosas en el Cuzco, llegó la noticia de ellas a Lima. Los oidores (qué gran vacío el de La Gasca…) al principio la tuvieron por falsa, porque el que la llevó, Hernando Chacón, era gran amigo de Francisco Hernández, y hasta decían que hermano de leche, por lo que creyeron que se trataba de un ardid para saber quiénes estaban a favor o en contra de la rebelión, y lo apresaron, mas pronto lo soltaron, pues llegó desde otras partes la confirmación de que era cierta. Por lo cual los oidores nombraron capitanes para la guerra que se veía venir.  También se enteraron del levantamiento de Francisco Hernández en Potosí, donde estaba el mariscal Alonso de Alvarado ejecutando el castigo de los delincuentes que mataron al general Pedro de Hinojosa y de los secuaces de Don Sebastián de Castilla. Aunque quedaban muchos culpables que merecían también la muerte, paró las ejecuciones, pues, con el nuevo levantamiento, convenía perdonarlos, y aplacar a los leales, ya que los unos y los otros estaban escandalizados por tanto rigor y por tantas muertes como se habían dado". Remata Inca Garcilaso el párrafo con una anécdota típica de la cínica ironía que tanto se valoraba en aquellos tiempos: "Entre los condenados, había un tal Bilbao, al cual visitó un amigo suyo para felicitarle por salvar la vida. Y le dijo que diese muchas gracias a Dios por ello. El soldado le respondió: 'Doy las gracias a Dios, a San Pedro, a San Pablo y a San Francisco Hernández Girón, gracias al cual se me ha hecho esta merced'; y dijo que iría a servirle dondequiera que lo viese; y así lo hizo, como veremos". Parece demasiado atrevimiento como para que Alvarado no lo liquidara.

     Luego ocurrió algo curioso. Quedaron libres unos cuarenta presos, todos ellos candidatos a la pena de muerte o a la condena a galeras. Alonso de Alvarado quiso dejar libres a los vecinos y a los soldados que no merecían tanto castigo, pero no aceptaron el método: "Sospecharon que los querían dejar libres sin sentencia, para luego castigarlos. Visto esto, el mariscal Alvarado comenzó a despachar a los presos condenándolos a penas ligeras, según las posibilidades de cada uno y no de acuerdo con lo que merecían. Y así trató, entre otros, a Gómez Solís, a Martín de Almendras y a Martín de Robles". Lo que quiere decir que, aunque no  tuvieron una implicación importante en la muerte de Pedro de Hinojosa, mostraron en algún momento cierta simpatía con el alzamiento de Don Sebastián de Castilla.

 

     (Imagen) No tardará mucho en morir el gran ALONSO DE ALVARADO. El año 1557, su mujer, Doña Ana de Velasco, y sus hijos le pidieron al Rey una compensación por los grandes servicios que había prestado a la Corona. La viuda, en el texto de la imagen, expone un recorrido de sus méritos. Aporta datos generales de sus grandes servicios en el Perú, de las dos ciudades que fundó, de su lucha contra los indios cuando cercaron Lima, y de su participación en la batalla de Chupas contra Diego de Almagro el Mozo, después de que asesinaran a Francisco Pizarro. Añade que luego vino a España, y retornó más tarde, enviado con Pedro de la Gasca por su Majestad para luchar contra Gonzalo Pizarro (después de que matara al virrey); fue el único conflicto en el que, por su ausencia en España, no estuvo, "y a Vuestra majestad es notorio que su valor y su prestigio influyeron para que la armada, con su gente, fuese puesta en Panamá al servicio de Vuestra Majestad, y lo mucho que trabajó en Perú hasta desbaratar a Gonzalo Pizarro". Tras marchar la Gasca a España, le encargaron los oidores de la Audiencia a Alonso que fuera al Cuzco, donde se iniciaba otra revuelta de unos 800 soldados, y consiguió reducirlos, castigando a los más culpables. También fue encargado de castigar a los que después iniciaron otro motín con Don Sebastián de Castilla. Habla luego Doña Ana de lo que estamos viendo ahora, el alzamiento de Francisco Hernández Girón, siendo nombrado su difunto marido jefe de las tropas que se le enfrentaron. Y menciona el episodio más dramático de su vida, hasta entonces tan victoriosa (con una versión que contradice a los cronistas): "Pero perdió la batalla de Chuquinga por no querer dar sus capitanes la orden que él mandó, ni querer después pelear, por la ruin intención que tenían muchos, y salió herido". Aporta un dato que se desconocía: también estuvo en la batalla de Pucará, en la que fue derrotado, y luego ejecutado, Francisco Hernández Girón. Pero sí reconoce lo mucho que le afectó mentalmente la derrota de Chuquinga: "Fue tanto lo que sintió perderla, que llegó a perder el sentido, y murió de ello, lo cual fue harta pena para mí y para mis hijos". Quizá los cronistas dieran por hecho que, después del trauma de Chuquinga (de cuya derrota hacen responsable al propio Alvarado), su mente trastornada le impidió seguir batallando.




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