lunes, 16 de noviembre de 2020

(Día 1267) Unos y otros andaban inquietos. Alonso de Alvarado estaba perdiendo la confianza de sus hombres, porque su carácter había cambiado. Por otro lado, su enemigo Girón iba perdiendo gente.

 

     (857) El caso es que las ensoñaciones del juvenil Juan de Vera produjeron cierto efecto inesperado en el Cuzco: "Cuando amaneció, los vecinos vieron que al frente de los alborotadores estaba el capitán (imaginado capitán) Juan de Vera de Mendoza, que llevaba aún alzada su bandera (de trapo), se juntaron con él, y decidieron irse adonde estaba el mariscal Alonso de Alvarado, que había reunido un buen ejército". Pero se buscaron otro jefe: "Eligieron como capitán a Juan de Saavedra, y Juan de Vera decidió quedarse con los que le habían acompañado, para no servir a otra bandera, sino a la suya, pero, aunque llegó donde estaba el mariscal, no le reconocieron el título de capitán, y quedaron en nada sus deseos pueriles". El caso es que tampoco daba la talla el  grupo de los vecinos del Cuzco: "Eran menos de cuarenta, entre vecinos encomenderos, mercaderes y soldados que, por valer poco, los habían desechado los rebeldes. Enterado el mariscal de que se le acercaban, les mandó recado de que no saliesen de su jurisdicción, pues iría él a su encuentro".

     Da la sensación de que el enorme prestigio que había tenido el mariscal Alonso de Alvarado se iba a pique, y hasta de que su carácter de hombre sumamente sensato se estaba deteriorando, dando incluso muestras de crueldad en los castigos que había aplicado a los rebeldes. Estaba claro que sus soldados le querían cada vez menos. Todo ello tendrá mucho que ver con su triste final como militar, víctima de errores y hundido en la depresión, que le llevará a la derrota y a la muerte. Para entonces, ya antes de que Pedro de la Gasca partiera hacia España, se había quebrado definitivamente el gran aprecio mutuo que se tenían los dos: "Sancho de Ugarte, que entonces era corregidor en la ciudad de la Paz, reunió gente para servir a su Majestad, y fue con ella hacia Cuzco con más de doscientos hombres, pero, sabiendo que Francisco Hernández Girón iba camino de Lima, marchó en su persecución, pues, como nadie quería ser mandado, sino mandar, evitaba encontrarse con el mariscal, El cual, al enterarse, le mandó recado de que volviese a su jurisdicción y le esperase en ella, porque no  convenía al servicio de su Majestad tener ejércitos minúsculos, y Sancho de Ugarte obedeció su orden".

     En su recorrido, Francisco Hernández Girón se iba disgustando, porque le llegaban noticias de que en todas las ciudades que le habían mostrado simpatía, la gente se estaba  desengañando, de manera que partían hacia Lima para unirse a las tropas de los oidores. Sus capitanes no conseguían reclutar soldados nuevos. En Arequipa, se encontró Tomás Vázquez con que habían huido los vecinos que, en un principio, parecían entusiasmados con Girón, y dio la vuelta con las manos vacías, pero con un trágico percance: "Mató en el camino a Martín de Lezcano, aunque era gran compañero suyo, porque tuvo la sospecha de que pensaba matarle y alzar bandera por Su Majestad, y ahorcó a otro soldado llamado Alonso de Mur, y se juntó luego con Francisco Hernández Girón en Huamanga, el cual salió a recibirle con mucha gente, pero sin orden, para que entrando luego todos juntos en ella no se viera que Vázquez traía muy poca gente".

 

     (Imagen) A falta de otro de quien hablar en este momento, hagámoslo del verdugo JUAN ENRÍQUEZ. Su historia está muy bien contada, con sabor literario y fina ironía, por  Ricardo Palma,  y es fácil verla en Google.  Casi todo lo que dice el escritor encaja con lo que cuentan los cronistas, pero hay datos dudosos. Empezando por el primero. No parece creíble que el sevillano Antonio de Robles, que fue ejecutado por ser fiel a Gonzalo Pizarro, se llamara Carlos en realidad, y huyera a las Indias por haber abusado de la hermana de su gran amigo Rafael, y que este, a su vez, lo persiguiera cambiando su nombre por el de Juan Enríquez. Lo que sí es cierto es que un Juan Enríquez ejecutó, por orden de Diego Centeno a Antonio de Robles. Al parecer, Enríquez estaba en el Cuzco cuando Diego Centeno derrotó a Robles y lo condenó a muerte, aprovechando la circunstancia el supuesto implacable vengador para que lo nombrara verdugo oficial. De esa manera, no solo pudo ejecutar a Robles, sino que le cogió gusto al oficio, y siguió ejerciéndolo a las órdenes de Pedro de la Gasca. Pasó luego a la Historia como el que se encargó de quitarles la vida a Gonzalo Pizarro y al sanguinario  Francisco de Carvajal. Ejecutó a otros muchos, pero, terminada la guerra civil, se quedó prácticamente en el paro. Vio el cielo abierto de nuevo cuando Francisco Hernández Girón inició otra rebeldía aterradora y le encargó a Juan Enríquez la eliminación física de muchos enemigos. Aunque era el verdugo oficial del Cuzco, su situación jurídica  cambió. Hasta entonces, como verdugo del Rey, tenía licencia para matar, como James Bond, pero se convirtió en verdugo traidor, al serlo del rebelde Francisco Hernández Girón, quizá porque iba a sentir emociones siniestras más numerosas, y eso lo llenó de culpas, aunque también es posible que no le quedara otra opción. Apostó fuerte y salió perdedor. En un  recorrido trepidante de dos años, Girón fue eliminando sin parar enemigos o simplemente sospechosos, a los que sentenciaba el miserable maestre de campo Diego de Alvarado, quien le encargaba las ejecuciones al verdugo Juan Enríquez, siempre a su lado con los arreos de matarife. Pero, tras la batalla de Jaquijaguana, los tres perdieron la vida a manos de otro verdugo, tan inhumano como Enríquez, pero, eso sí: legítimo.




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