(846) Lo que narra después Inca Garcilaso
tiene especial valor porque fue testigo,
con solo 14 años, de hechos impresionantes: "Hecha la conjuración,
Girón y los suyos aguardaron a ejecutarla el día de una boda solemne, que se
celebraba el 13 de noviembre de 1553.
Eran los prometidos Alonso de Loaysa, sobrino del arzobispo de Lima y uno de
los vecinos más importantes y ricos de aquella ciudad, y Doña María de
Castilla, sobrina de Don Baltasar de Castilla (es extraño que no aclare que
también lo era del rebelde Don Sebastián de Castilla), hija de su hermana
Doña Leonor de Bobadilla y de Nuño Tovar, caballero de Badajoz, de los cuales
hice larga mención en mi Historia de Florida. Llegado el día de la boda,
salieron a ella todos los vecinos y sus mujeres, porque en las ocasiones de
contento y placer, o de pesar y tristeza, acudían todos, honrándose unos a
otros como si fuesen hermanos. Después de la comida, hubo juegos en la calle.
Yo miré la fiesta encima de una pared de cantería que está enfrente de las
casas de Alonso de Loaysa. Le vi a Francisco Hernández en la sala que sale a la
calle, sentado en una silla. Debía de estar imaginando lo que iba a hacer
aquella noche. Llegada la hora de la cena,
se pusieron más de sesenta a la mesa en una sala larga, y las damas
cenaban más adentro, en otra sala grande. Don Baltasar de Castilla, el tío de
la novia, y de suyo muy galán, hacía de maestresala. Yo fui a la boda casi al
fin de la cena, para volverme con mi padre y con mi madrastra (Luisa Martel
de los Ríos), que estaban en ella. Entrando por la sala, fui hasta la
cabecera de la mesa, donde estaba el corregidor sentado. El cual, por ser
caballero tan principal y tan cortesano
(aunque yo era muchacho, pues andaba en los catorce años), me llamó para que me
acercase a él, y me dijo: 'Puesto que no hay silla para sentaros, arrimaos a
esta en la que estoy y coged de esta fruta, que es buena para muchachos'. En
ese momento llamaron a la puerta de la sala diciendo que era Francisco
Hernández Girón el que venía. Don Baltasar de Castilla mandó abrir la puerta, y Francisco Hernández Girón
entró con su espada desnuda en una mano, y la rodela en la otra, y con dos
compañeros suyos a sus lados, con partesanas en las manos".
Fue una entrada como para morirse, sin
más, del susto: "Los que cenaban, al ver cosa tan no imaginada, se
alborotaron todos y se levantaron de sus asientos. Francisco Hernández Girón
dijo entonces: 'Estense vuesas mercedes quedos, pues esto por todos se hace'. El
corregidor, sin oír más, entró por una puerta que estaba al lado izquierdo, y
se fue adonde estaban las mujeres. Al otro rincón de la sala había otra puerta,
por donde se entraba a todo el interior de la casa. Por esas dos puertas
pasaron todos los que estaban cerca de ellas. Los que estaban al otro lado,
corrieron mucho peligro, porque no tuvieron por dónde irse. Juan Alonso
Palomino estaba sentado de espaldas a la puerta de la sala, y, al verlo el licenciado Diego de Alvarado y los que con
él iban, le dieron cinco heridas, porque todos iban con intención de matarlo, y
lo habrían hecho asimismo con su cuñado Jerónimo Costilla, por el alboroto que
habían causado en el otro motín que Francisco Hernández Girón había hecho
anteriormente. Juan Alonso Palomino murió de la heridas al día siguiente en la
casa de Alonso de Loaysa, pues no pudo ir a la suya a curarse".
(Imagen) Ha comentado Inca Garcilaso que, cuando se presentó Francisco Hernández
Girón con varios confabulados en la cena de la boda de Alonso de Loaysa, para iniciar
allí salvajemente su rebelión, se encontraba él presente con "su padre y
su madrastra". No menciona su nombre, aunque se sabe que se tenían mutuo
afecto. Se llamaba LUISA MARTEL DE LOS RÍOS, y fue una mujer muy valiosa. Nacida
en Panamá, era hija de Gonzalo Martel de la Puente (a quien ya dediqué una
imagen). Al Capitán Sebastián Garcilaso de la Vega le presionaron para que
dejara de vivir amancebado con la madre del cronista, la indígena de alto
linaje Isabel Chimpu Ocllo, y se casó con Luisa cuando ella solo tenía unos dieciséis
años, poco más que Inca Garcilaso, por lo que, más que madrastra, sería su amiga.
El marido y padre era ya un cincuentón, y murió cinco años después de
casarse. Con veintiún años, Luisa quedó
completamente sola y embarazada, pues había perdido la única hija que tuvieron,
enviudó, y el cronista partió para España. Pero luego se casó con Jerónimo Luis
de Cabrera, un notable conquistador (del que hablaremos en la próxima imagen),
quien, para variar, era solo de unos 32 años, y con el cual tuvo tres hijos y
dos hijas. También él había sufrido una tragedia: venían de España su madre y
dos hermanos pequeños, y murieron ahogados en la travesía. Al lado de su nuevo
marido, Luisa Martel de los Ríos estará inmersa en una vida llena de
sobresaltos, pero también de éxitos y acontecimientos históricos, que, en
parte, fueron mérito de ella. Jerónimo, siempre leal a la Corona, fue uno de los
primeros que se enfrentaron al rebelde Francisco Hernández Girón, y después, se
llenó de ilustres cargos, pero también de duras campañas en las que él, su
mujer, y los hijos que iban naciendo vivían prácticamente a la intemperie,
añorando las comodidades y el lujo que habían tenido en su casa del Cuzco. Como
se ve en la imagen, Luisa, en 1562, poco después de casarse con Jerónimo,
pleiteó con Antonio Vaca de Castro, hijo del licenciado Vaca de Castro (el que
acabó con la rebelión de Diego de Almagro el Mozo), por haberse apropiado de
una encomienda de indios que pertenecía a su primer marido, el capitán
Sebastián Garcilaso de la Vega. Indica de paso que, de Sebastián, tuvo dos
hijas (una póstuma) que murieron pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario