(866) La entrada de Alonso de Alvarado con
su numerosa tropa en el Cuzco fue una fiesta para todos. Ya hablamos de lo
extraño que resultaba ver a grandes dignidades de la Iglesia peleando en las
batallas, algo que no gustaba demasiado a los soldados. Es de suponer que
también el clero estuviera confuso: "El obispo del Cuzco, Don fray Juan de
Solano, con todos sus clérigos, salió a recibir al mariscal y su ejército, y
les echó la bendición; pero, escarmentado de las jornadas que anduvo con Diego
Centeno, no quiso seguir la guerra, sino
quedarse en su iglesia rogando a Dios por todos". Se ve que los puentes de
aquellos ríos caudalosos y montañosos eran de quita y pon, ya que hacía falta
reconstruirlos para atravesar el Apurimac y el Abancay. Dio la orden Alvarado con
el fin de perseguir a Girón, pues no sabía con certeza dónde estaba. Pero
entonces le llegó desde la audiencia de Lima la
noticia de la derrota de Pablo de Meneses en Villacurí, y decidió dar la
vuelta con intención de cortarle el paso hacia Arequipa, y puso su ejército en
marcha forzada para alcanzarle cuanto antes.
Entonces ocurrió un incidente cruel que en
tiempos pasados habría sido impropio de Alvarado: "Según avanzaban, cuatro
de sus soldados huyeron para unirse a Francisco Hernández Girón, habiendo
hurtado dos buenas mulas, una de Gabriel de Pernía, y otra de Pedro Franco, dos
soldados famosos. El mariscal, tras saber de quiénes eran las mulas, mandó dar
garrote a los dueños, sospechando que ellos se las habían dado, lo cual alteró
al ejército, y los soldados maldecían al mariscal por su brutalidad". Los
huidos le hicieron saber en secreto a Girón que el mariscal se dirigía hacia Parihuanacocha,
y el poderío del ejército que llevaba. Él lo ocultó, animó a sus soldados para
que confiaran en la próxima victoria que les esperaba, y les ordenó prepararlo
todo para llegar antes que el mariscal a aquellas tierras, hacia donde
partieron el día ocho de mayo.
Fue el mariscal el primero que se presentó
en aquel lugar (aunque no era el destino final), de una dureza climática
extrema, hasta el punto de que se le murieron más de sesenta caballos. Veremos
más tarde que volvió a ocurrir algo revelador del cambio de carácter del
mariscal: "En Parihuanacocha tuvieron que dejar enfermo de flujo de
vientre al capitán Sancho de Ugarte, donde falleció en pocos días. Los
corredores prendieron a un corredor de Girón, se lo llevaron al mariscal y,
para que no lo mandase matar, le dijeron que se había juntado con ellos para
servir a Su Majestad. Por este soldado supo el mariscal que Francisco Hernández
Girón estaba a menos de veinte leguas. El capitán Diego de Almendras solía
apartarse para matar a animales bravos. Se topó en unas peñas con un negro del
sargento mayor Villavicencio, que andaba huido. Almendras quiso atarle las
manos para llevárselo a su amo. El negro, cuando lo vio cerca, se tiró al
suelo, le asió de ambas piernas, le empujó con la cabeza, le hizo caer de espaldas
y, con sus propias daga y espada, le dio tantas heridas, que le dejó casi
muerto. Después huyó para juntarse con los parientes suyos que andaban con
Francisco Hernández".
(Imagen) Puse a mi blog dos nombres, 'El Drama de las Indias' y 'Españoles en las Indias'. Y acerté, por casualidad. Hubo allí biografías gloriosas, a cuyos protagonistas todo el mundo conoce. Pero también miles de héroes a los que vemos pasar fugazmente y desaparecer en las sombras del tiempo. Todos ellos merecen reposar, bajo un arco de triunfo, en una tumba dedicada al soldado desconocido (como hicieron en París), en la que habría que honrar también a los indígenas, que tanto padecieron. Así fue el caso de PEDRO FRANCO y GABRIEL DE PERNÍA, quienes, aunque Inca Garcilaso los califica de famosos soldados, no han dejado ningún rastro en los archivos. Solo son conocidos porque los cronistas hablan de la injusta muerte que les dio el mariscal Alonso de Alvarado, un gran hombre que terminó fracasado y con arrebatos de crueldad. De Pernía, nada más queda. Y, de PEDRO FRANCO, un solo documento, pero interesante. Se trata de una carta que le escribió a Gonzalo Pizarro el 31 de enero de 1547. Entonces estaba luchando a sus órdenes, envuelto en aquella rebeldía que acabó en desastre. Es casi seguro que más tarde Pedro Franco se pasara al bando de Pedro de la Gasca, puesto que no fue castigado, y hemos visto que le llegó la muerte cuando servía al Rey. Resumo su bien escrita carta, en la que le dice a Gonzalo: "Ruego a vuestra señoría que me ponga en el número de los demás servidores suyos, y se acuerde de los servicios que le he hecho, como fue el de ayudar a sacar a vuestra señoría del cubo (casi seguro que se refiere a cuando lo tenía preso Diego de Almagro en el Cuzco, unos nueve años antes), y no me llevó vuestra señoría consigo porque no había caballo. Yo siempre me he hallado tan dispuesto como cualquier otro en todas las ocasiones de servir a vuestra señoría y a sus hermanos, así como a los capitanes Alonso de Toro y Alonso de Mendoza, y al maestre de campo Francisco de Carvajal, haciéndolo todo en servicio de vuestra señoría, y ahora le estoy sirviendo en la tierras de los aullagas y los carangas (indios de la zona de las Charcas). Hace unos trece años que estoy en esta tierra, y espero que vuestra señoría tendrá tanto interés en hacerme mercedes como yo en serviros".
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