(862) Pero aquel era un mundo de indecisos
y traidores: "El soldado Cuevas hizo el viaje, y envió el maíz con los
indios, diciéndoles que, cuando acabara su caballo de comer, él iría en pos de
ellos. Pero, cuando se vio solo, en vez de ir adonde Meneses, fue adonde Girón,
y le dio cuenta de cuántos eran los enemigos, y de que tenían intención de
atacarle la próxima noche, pidiéndole al mismo tiempo perdón por habérsele
huido. Le contestó que lo había consentido Dios para que informase sobre los
enemigos y no le pillasen desprevenido. Pablo de Meneses, Lope Martín y todos
los suyos, viendo que Francisco de Cuevas no volvía, sospecharon lo ocurrido, y
pensado que los enemigos, sabiendo cuán pocos eran, vendrían a buscarlos, acordaron
retirarse a un pueblo llamado Villacurí, y que treinta de a caballo quedasen en
la retaguardia, para avisar de lo que fuese menester. A esto se ofreció Lope
Martín con otros tres compañeros. Los cuales subieron luego a un cerro alto
para ver mejor a los enemigos, pero les perjudicó, porque todo aquel valle
tiene mucha arboleda que no deja ver lo que hay debajo de ella. Estando allí
vigilando, un indio de los de Francisco Hernández Girón acertó a verlos, y dio
aviso de ello a los suyos, los cuales se acercaron por las espaldas adonde
estaban los de Lopez Martín, que no vieron a los que tenían detrás" (Inca
Garcilaso pudo comprobar después las características nefastas del emplazamiento).
Y se produjo otra tragedia en aquellas
guerras brutales: "Viéndose atajados, huyeron por una parte y por otra del
camino, hubo tres que no pudieron escaparse, y, entre ellos, Lope Martín. No le
reconocieron sus enemigos, pero llegó un moro berberisco, que había sido
esclavo del difunto Alonso de Toro,
cuñado de Tomás Vázquez, y le dijo a Alonso González que uno de los presos era
Lope Martín. Se regocijaron con la noticia, y lo llevaron ante Francisco
Hernández Girón, pero no lo quiso ver, sino que mandó que lo matasen
rápidamente, junto a otro soldado apresado, que había huido de la tropa de
Girón, y así se cumplió". No faltó después un detalle muy macabro: "A
Lope Martín le cortaron la cabeza y la pusieron en la punta de una lanza,
llevándola como trofeo en la batalla de Villacurí. Lope Martín fue de los
primeros conquistadores del Perú, pues se halló presente en el apresamiento de Atahualpa".
Sin saber todavía Pablo de Meneses lo que
había pasado, conservaba el optimismo mientras perseguía a las tropas de Girón:
"Escribió a los dos generales del ejército, el oidor Santillán y el
arzobispo de Lima (Loaysa) diciéndoles que él iba con poca gente, y el
enemigo con mucha, por lo que les pedía que le enviasen ayuda de soldados con
toda brevedad, pues pensaba destruir a los contrarios. Cumpliendo su demanda,
les mandaron más de cien hombres. Por su parte, Francisco Hernández Girón se
había enterado, a través de Lope Martín y de sus compañeros, de dónde y cómo
estaba Pablo de Meneses, por lo cual preparó a su gente para ir a toda prisa en
pos de él. Y la buena ventura le iba a ayudar a conseguir la victoria, pues un
soldado de los de Lope Martín, que había logrado escapar, teniendo miedo a que
lo apresaran y lo mataran, se escondió en un algarrobal, y no pudo ir a dar
aviso a Pablo Meneses de lo que había ocurrido".
(Imagen) El licenciado HERNANDO SANTILLÁN DE FIGUEROA fue todo un carácter. Nació en
Sevilla hacia el año 1519 en una familia de la alta nobleza. Se casó con Ana
Dávila de Baamonde, también sevillana. Llegó a la Audiencia de Lima el año
1549, donde había gran antagonismo entre los oidores. Veremos pronto que él y
el obispo Loaysa, que actuaban como capitanes generales, fueron destituidos por
la derrota que sufrieron en Villacurí. Pero después Santillán tuvo de nuevo
mando en la victoriosa batalla de Pucará. Muerto en ella el rebelde Girón, dio
un cambio brusco su vida. Ocurrió que en 1554 fue nombrado gobernador de Chile (tras
fallecer Pedro de Valdivia) García Hurtado de Mendoza (hijo del virrey marqués
de Cañete), el cual se encontró con
problemas porque recibió críticas de los oidores y, además, aspiraba a su
puesto el oidor Melchor Bravo de Sarabia. El joven García eligió como asesor a
Hernando Santillán, a quien nombró justicia mayor y teniente general de Chile. Luego
le encargó que inspeccionara los malos tratos dados por los españoles a los
indios, y Santillán consideró que era necesario obligarles al trabajo personal para
obtener los impuestos que exigía la Hacienda Real. Sin embargo, redactó un
informe en el que sugería que los extenuantes servicios personales de los indios
fueran sustituidos por tributos. En 1559, Santillán fue castigado a dos años de
destierro por irregularidades en su administración, y volvió a Lima para
ejercer como oidor. En 1562 viajó a España para cumplir su destierro, y le
escribió a Felipe II un informe en el que admiraba las tradiciones de los incas
y criticaba a los españoles. En 1564 volvió a las Indias con el importante
cargo de Presidente de la Audiencia Real de Quito (ver imagen), donde tuvo
enfrentamientos con el gobernador por defender a los indios. También por
irregularidades, lo desterraron de nuevo, y regresó a España en 1570, donde se enteró de las duras
críticas que le hacía el cronista
Palentino en su 'Historia del Perú', recién publicada. Sorprendentemente,
fallecida su mujer, de la que solo tuvo una hija, se convirtió en clérigo, y
fue nombrado obispo de Charcas (Perú). De viaje hacia su diócesis, llegó hasta
Lima, sin poder seguir su camino porque murió en esa ciudad en febrero de 1574.
No hay duda de que los kilómetros que recorrió en su vida fueron un récord.
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