(860) Cuenta el cronista: "En la ciudad de San Miguel
vivía un soldado de buen nombre y buena
reputación, llamado Francisco de Silva. Como los oidores habían enviado aviso
del levantamiento de Francisco Hernández Girón, el corregidor de Piura,
Francisco Delgadillo, le encargó a Silva que fuera a Tumbes y recogiera los
soldados que encontrase por aquella costa. Hizo lo que se le mandó, y volvió
con unos veintisiete soldados. Habiendo estado los soldados en la ciudad doce o
trece días sin que les dieran posada ni comida, fueron adonde el corregidor con
Francisco de Silva, y le suplicaron que les diera licencia para ir a Lima a
servir a Su Majestad. El corregidor se la dio, aunque forzado por los ruegos de
toda la ciudad. El día siguiente, cuando iban a partir, el corregidor, sin motivo
ninguno, revocó su permiso. Francisco de Silva y los soldados, viendo que de
nada servían sus ruegos, acordaron entre
todos matarlo y saquear la ciudad, e irse a servir a Francisco Hernández Girón
(parece que, con mucha frecuencia, pesaba más el interés que la lealtad),
ya que no les dejaban ir a servir a Su Majestad".
Se diría que el clima creado por las
guerras civiles había arruinado los valores de aquella sociedad. Los
confabulados fueron a la casa del corregidor (que, asimismo, demostró tener una
estúpida prepotencia), y lo apresaron. Por si fuera poco, los también
trastornados autores del motín mataron a uno de los dos alcaldes habituales en
aquellas tiempos, y saquearon desenfrenadamente la ciudad, arrebatando hasta
los fondos públicos de la Caja Real. Para mayor desgracia, llegó entonces un
soldado al que habían desterrado los oidores en Lima, y se les ocurrió la
genialidad de convencerle al recién venido para que les dijera a los vecinos la
mentira de que Francisco Hernández Girón se acercaba triunfante a la ciudad de
Lima, por lo que hasta los oidores se habían unido a su causa. Les habló de que
él se disponía a ir a ponerse a su servicio, y la mayoría de los vecinos de San
Miguel, contagiados de entusiasmo, decidieron hacer lo mismo.
Aquello era una fiesta: "Llevaron
preso al corregidor, y a otros nueve vecinos importantes de la ciudad, y así
caminaron más de cincuenta leguas, con toda la desvergüenza posible, hasta que
llegaron a Cajamarca, donde dos españoles les contaron que Francisco Hernández
Girón iba huyendo y los oidores en pos de él, siendo muy posible que el tirano
hubiera ya muerto. Francisco de Silva y sus compañeros, totalmente aturdidos
por estas noticias, decidieron volver a la costa y buscar algún navío en el que
poder huir. Soltaron al corregidor y a los demás presos, y decidieron huir en grupos
pequeños. El corregidor, viéndose libre,
se juntó con otros en servicio del Rey, prendió a algunos de los fugitivos, y
los hizo cuartos. Los oidores, enterados de los atrevimientos y desvergüenzas
de aquellos hombres, enviaron un juez llamado Bernardino Romaní para
castigarlos; el cual prendió y ahorcó a casi todos, y a otros echó a galeras.
Francisco de Silva y otros compañeros se fueron a Trujillo, entraron en el
convento de San Francisco, tomaron su hábito, y después salieron de la ciudad.
Luego se embarcaron en un navío con el que pudieron escapar del Perú, y
salvaron sus vidas".
(Imagen) Acaba de decirnos el cronista que a 'un juez' llamado BERNARDINO ROMANÍ le
encargaron los oidores que capturara a varios rebeldes huidos de la ciudad de
San Miguel de Piura (la primera fundada por los españoles en Perú), y que lo
hizo de forma eficaz ahorcando a varios. En realidad, Romaní, no era un simple
mandado, sino todo un personaje. Tuvo larga experiencia en cargos de
funcionario de alto relieve junto a Carlos V por Flandes, Francia y Alemania.
Había nacido en Sevilla hacia el año 1500, y se embarcó para el Perú, con una
carta de recomendación del Rey para La Gasca, en 1549, ostentando los cargos de
factor y veedor de la ciudad de Lima. Iba con su mujer y sus hijos, y, en
concreto, solicitó a los oidores de Lima que le concedieran un medio de vida al
futuro esposo de una hija suya, de 17 años. Llegado a su destino, impulsó
pronto iniciativas para el mejor funcionamiento de la administración. Y así, en
1551 y por petición suya, el entonces Príncipe Felipe le indicó al virrey Don
Antonio de Mendoza que convenía tener dos funcionarios encargados de la
contabilidad de la Hacienda Pública, y que se creara una casa real en Lima donde se reuniesen los
oficiales y se guardasen los impuestos, como en Sevilla, Nombre de Dios y otras
ciudades. Con el tiempo, su autoridad fue en aumento. Ejerció como oidor en la Audiencia
de Lima, e, incluso, ostentaba el más alto cargo político, el de corregidor de
la ciudad. Sin morderse la lengua, se atrevió a exponer una crítica contra el
virrey Marqués de Cañete en un informe enviado al Consejo de Indias, porque
actuaba con ínfulas aristocráticas y gustos ostentosos, y afirmaba que
"sin serlo, quería parecer un rey". El comentario hizo efecto, y,
tiempo después, el Príncipe Felipe le pidió al nuevo virrey, el Conde de Nieva,
que no copiara el pomposo estilo que había establecido Cañete. Curiosamente, en
1549, recibió Pedro de la Gasca una carta de aquel obispo de Plasencia,
Gutierre Vargas de Carvajal, de quien ya vimos su apasionante biografía, y el
fracaso de la expedición que envió por el Estrecho de Magallanes. Le pedía a La
Gasca que hablara con el contador del Rey, BERNARDINO ROMANÍ (recién llegado a
Perú), para que le ayudara a recuperar un dinero que se le debía.
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