jueves, 19 de noviembre de 2020

(Día 1270) Hubo un caso de extrema anarquía por parte de un grupo de irresponsables. Muchos de ellos fueron duramente castigados, encargándose de hacerlo, entre otros, el juez Bernardino Romaní.

 

     (860) Cuenta el  cronista: "En la ciudad de San Miguel vivía un soldado de buen  nombre y buena reputación, llamado Francisco de Silva. Como los oidores habían enviado aviso del levantamiento de Francisco Hernández Girón, el corregidor de Piura, Francisco Delgadillo, le encargó a Silva que fuera a Tumbes y recogiera los soldados que encontrase por aquella costa. Hizo lo que se le mandó, y volvió con unos veintisiete soldados. Habiendo estado los soldados en la ciudad doce o trece días sin que les dieran posada ni comida, fueron adonde el corregidor con Francisco de Silva, y le suplicaron que les diera licencia para ir a Lima a servir a Su Majestad. El corregidor se la dio, aunque forzado por los ruegos de toda la ciudad. El día siguiente, cuando iban a partir, el corregidor, sin motivo ninguno, revocó su permiso. Francisco de Silva y los soldados, viendo que de nada servían sus  ruegos, acordaron entre todos matarlo y saquear la ciudad, e irse a servir a Francisco Hernández Girón (parece que, con mucha frecuencia, pesaba más el interés que la lealtad), ya que no les dejaban ir a servir a Su Majestad".

    Se diría que el clima creado por las guerras civiles había arruinado los valores de aquella sociedad. Los confabulados fueron a la casa del corregidor (que, asimismo, demostró tener una estúpida prepotencia), y lo apresaron. Por si fuera poco, los también trastornados autores del motín mataron a uno de los dos alcaldes habituales en aquellas tiempos, y saquearon desenfrenadamente la ciudad, arrebatando hasta los fondos públicos de la Caja Real. Para mayor desgracia, llegó entonces un soldado al que habían desterrado los oidores en Lima, y se les ocurrió la genialidad de convencerle al recién venido para que les dijera a los vecinos la mentira de que Francisco Hernández Girón se acercaba triunfante a la ciudad de Lima, por lo que hasta los oidores se habían unido a su causa. Les habló de que él se disponía a ir a ponerse a su servicio, y la mayoría de los vecinos de San Miguel, contagiados de entusiasmo, decidieron hacer lo mismo.

     Aquello era una fiesta: "Llevaron preso al corregidor, y a otros nueve vecinos importantes de la ciudad, y así caminaron más de cincuenta leguas, con toda la desvergüenza posible, hasta que llegaron a Cajamarca, donde dos españoles les contaron que Francisco Hernández Girón iba huyendo y los oidores en pos de él, siendo muy posible que el tirano hubiera ya muerto. Francisco de Silva y sus compañeros, totalmente aturdidos por estas noticias, decidieron volver a la costa y buscar algún navío en el que poder huir. Soltaron al corregidor y a los demás presos, y decidieron huir en grupos pequeños. El corregidor,  viéndose libre, se juntó con otros en servicio del Rey, prendió a algunos de los fugitivos, y los hizo cuartos. Los oidores, enterados de los atrevimientos y desvergüenzas de aquellos hombres, enviaron un juez llamado Bernardino Romaní para castigarlos; el cual prendió y ahorcó a casi todos, y a otros echó a galeras. Francisco de Silva y otros compañeros se fueron a Trujillo, entraron en el convento de San Francisco, tomaron su hábito, y después salieron de la ciudad. Luego se embarcaron en un navío con el que pudieron escapar del Perú, y salvaron sus vidas".

 

     (Imagen) Acaba de decirnos el cronista que a 'un juez' llamado BERNARDINO ROMANÍ le encargaron los oidores que capturara a varios rebeldes huidos de la ciudad de San Miguel de Piura (la primera fundada por los españoles en Perú), y que lo hizo de forma eficaz ahorcando a varios. En realidad, Romaní, no era un simple mandado, sino todo un personaje. Tuvo larga experiencia en cargos de funcionario de alto relieve junto a Carlos V por Flandes, Francia y Alemania. Había nacido en Sevilla hacia el año 1500, y se embarcó para el Perú, con una carta de recomendación del Rey para La Gasca, en 1549, ostentando los cargos de factor y veedor de la ciudad de Lima. Iba con su mujer y sus hijos, y, en concreto, solicitó a los oidores de Lima que le concedieran un medio de vida al futuro esposo de una hija suya, de 17 años. Llegado a su destino, impulsó pronto iniciativas para el mejor funcionamiento de la administración. Y así, en 1551 y por petición suya, el entonces Príncipe Felipe le indicó al virrey Don Antonio de Mendoza que convenía tener dos funcionarios encargados de la contabilidad de la Hacienda Pública, y que se creara una  casa real en Lima donde se reuniesen los oficiales y se guardasen los impuestos, como en Sevilla, Nombre de Dios y otras ciudades. Con el tiempo, su autoridad fue en aumento. Ejerció como oidor en la Audiencia de Lima, e, incluso, ostentaba el más alto cargo político, el de corregidor de la ciudad. Sin morderse la lengua, se atrevió a exponer una crítica contra el virrey Marqués de Cañete en un informe enviado al Consejo de Indias, porque actuaba con ínfulas aristocráticas y gustos ostentosos, y afirmaba que "sin serlo, quería parecer un rey". El comentario hizo efecto, y, tiempo después, el Príncipe Felipe le pidió al nuevo virrey, el Conde de Nieva, que no copiara el pomposo estilo que había establecido Cañete. Curiosamente, en 1549, recibió Pedro de la Gasca una carta de aquel obispo de Plasencia, Gutierre Vargas de Carvajal, de quien ya vimos su apasionante biografía, y el fracaso de la expedición que envió por el Estrecho de Magallanes. Le pedía a La Gasca que hablara con el contador del Rey, BERNARDINO ROMANÍ (recién llegado a Perú), para que le ayudara a recuperar un dinero que se le debía.




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