(855) El cronista sigue señalando los
nombramientos que hicieron los oidores. Los capitanes de infantería fueron
Rodrigo Niño, Luis de Ávalos, Diego López de Zúñiga, Lope Martín, portugués,
Antonio de Luján y Baltasar Velázquez. El alférez General fue Lope de Zuazo.
Pedro de Zárate y Alonso de Zárate sustituyeron a los que renunciaron a su
puesto en caballería. Francisco de Piña tomó el de sargento mayor, y a Nicolás
de Ribera el Mozo le hicieron los oidores capitán de su guardia del Sello Real.
Hubo mucha rivalidad entre tres candidatos para ocupar el cargo de capitán
general. Uno de ellos era el licenciado y oidor Santillán, muy bien visto por
los oidores de la Audiencia Real. Otro, el doctor, y también oidor, Sarabia, que se llevaba
bastante mal con su colega. Pero había un tercero realmente sorprendente, al
que el cargo le vendría, nunca mejor dicho, tan mal como a un santo dos
pistolas: "Lo pretendía también el arzobispo de Lima, Don Jerónimo de
Loaysa. No se supo por qué deseaba ser
capitán general de cristianos para hacer la guerra a otros cristianos. Los
soldados decían que mejor estaba en su iglesia orando por la paz de todos, y
por la conversión de los indios". Los oidores estuvieron algunos días
confusos, sin inclinarse por ninguna de las partes, y, finalmente, adoptaron
una decisión salomónica y de urgencia, porque el tiempo apremiaba. Descartaron
al doctor Sarabia, que parecía el menos empeñado en conseguir el mando, y, en
lugar de uno, nombraron dos capitanes
generales, el arzobispo y el otro oidor, el licenciado Santillán.
En aquellos momentos les llegaron a los oidores cartas
desde el Cuzco en las que les comunicaban que varios vecinos escapaban hacia
Lima para unirse a las fuerzas leales al Rey, pero, en lugar de alegrarse, se
preocuparon, por temor a que en el grupo hubiera algunos rebeldes camuflados.
Pensaron en impedirles la entrada en Lima, pero desecharon esa desconfianza, e
incluso temieron que, de hacerlo, todos aquellos prófugos se volvieran
irritados al Cuzco. Así que les enviaron un mensaje dándoles la bienvenida:
"Y los vecinos del Cuzco llegaron a Lima, donde fueron muy bien recibidos
y acariciados, como lo merecían". Con rapidez también, los oidores
hicieron un llamamiento general: "Avisaron a todas las ciudades del Perú
pidiendo que se preparasen para servir a Su Majestad contra Francisco Hernández
Girón. Les remitieron los nombramientos de los capitanes que debían serlo en
cada zona, mandando pregonar un perdón general para todos los que tenían culpas
por su participación en las pasadas guerras con Gonzalo Pizarro y Don Sebastián
de Castilla, con la condición de que se pusieran al servicio de Su Majestad,
pues sabían que muchos de ellos se habían escondido entre los indios, sin osar
vivir con los españoles. Entre otras provisiones, la primera fue vigilar el mar,
apoderándose de él, y, para ello, ordenaron a Lope Martín que, con cuarenta
hombres, se metiese en un galeón que había en el puerto. Y así lo hizo, pero
duró pocos días en el puesto, ya que su condición era más colérica que
flemática. Le sucedió en el cargo Jerónimo de Silva, el cual lo ejerció como
soldado de mar y tierra, de manera que Lope Martín volvió a su puesto de
infantería".
(Imagen) FRAY JERÓNIMO DE LOAYSA Y GONZÁLEZ nació en Trujillo (Cáceres) en 1498. Habiendo
ingresado en el convento de los dominicos de Córdoba el año 1521, y tras asumir
responsabilidades dentro de su orden, se trasladó a las Indias en 1529. Volvió
enfermo a España en 1531, y regresó en 1538 (tras ese largo tiempo sin duda
bien aprovechado) ya como obispo de Cartagena de Indias. Allí se confirmaron
sus dotes de organizador fundando el convento dominico e iniciando la
construcción de la catedral. También debieron de influir en su ascenso sus
relaciones familiares, ya que su tío,
fray García de Loaysa, figuraba como arzobispo de Sevilla (cuya catedral
era la más importante, tras de la Toledo), general de la orden de los dominicos
y (quizá lo más decisivo) presidente del Consejo de Indias, de manera que fray
Jerónimo alcanzó la cumbre, pues en 1541 fue nombrado obispo de Lima (y cuatro
años después, arzobispo). Era un hombre carismático, y jugó un papel muy
importate tratando de mediar en las guerras civiles, en las que siempre mantuvo
su lealtad a la Corona y una estrecha colaboración con Pedro de la Gasca. Cuando
este partió para España, surgieron otras guerras civiles, también peligrosas,
pero de menos importancia. Y ahora le acabamos de ver a Fray Jerónimo
sorprendentemente empeñado (y consiguiéndolo) en que los oidores de Lima lo
nombraran capitán general de las tropas que iban a luchar contra el rebelde
Francisco Hernández Girón. Eran tiempos contradictorios y difíciles de
entender, en los que el alto clero podía ostentar cargos políticos y militares.
Pero, en general, no tomaban las armas, y se dedicaban solamente a la
estrategia. Un caso típico fue el del mismo Pedro de la Gasca, que era clérigo
y jefe supremo de las tropas, pero se alejaba del derramamiento de sangre,
hasta el punto de que encargaba a otros los juicios que implicaban muerte o
duros castigos. Si bien vemos que los soldados consideraban improcedente que
Loaysa fuera capitán general, se debía a que se enfrentaban cristianos contra
cristianos, por lo que comentaban que debía dedicarse a rezar por la paz de
todos ellos. Tras una carrera llena de ambiciones y, también, de preocupaciones
pastorales y evangélicas, FRAN JERÓNIMO DE LOAYSA murió en Lima el año 1575, en
cuya catedral permanece enterrado.
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