(852) Inca Garcilaso afirma que no tenía
sentido la versión del Palentino, ya que, en lo que menos podía pensar Don
Pedro Luis de Cabrera (y Figueroa), era en aventuras de rebeldía militar:
"Fue el hombre más grueso que he conocido, particularmente del vientre. Como
prueba diré que, dos años después de la batalla de Jaquijaguana, un esclavo
negro de mi padre, que era buen sastre, le hacía un coleto (vestidura de
piel que cubría hasta la cintura), y, cuando estaba ya a punto, entramos cuatro
muchachos de unos diez años, y, viéndolo tan ancho, nos metimos todos en él,
como muchachos traviesos, y aun había sitio para otro muchacho. Además, no
podía andar a caballo en silla jineta por su mucho vientre, sino solo a la brida. Y, aunque en la guerra contra Gonzalo
Pizarro, fue capitán de caballos, se lo concedió Pedro de la Gasca por ser uno
de los que le habían entregado su armada, pues por lo mismo le premió después
con un aventajado repartimiento de indios. Era también el hombre más aficionado
a comer, y muy divertido con los cuentos graciosísimos que solía inventar.
Teníamos parentesco, porque su madre, Doña Elena de Figueroa, pertenecía al
linaje de los Feria, y él a mí siempre me llamaba sobrino. Por todo lo cual,
afirmo que estaba muy lejos de unirse a la rebeldía de Francisco Hernández
Girón, ni tenía razones para hacerlo, porque disfrutaba de todo el bienestar y
el descanso que podía desear. Los mensajeros que envió al Cuzco fueron a
enterarse de cómo había sido el levantamiento de Girón, y de todo lo que
después había sucedido. Y, para que no despertaran sospechas en el Cuzco, les
entregó cartas para Girón, pudiendo volver después con algunas respuestas
suyas.
Así que, sin problemas, pudieron seguir su
escapada: "Don Pedro tenía muy seguro el camino para ir a Lima, porque,
habiendo quemado ya los puentes del río Apurimac los encargados de hacerlo, no
podían atravesarlo los enemigos, de manera que él y los que le acompañaban, con
las noticias que deseaban saber, se fueron hacia allá haciendo burla de los
traidores". Por su parte, Francisco Hernández Girón decidió algo nada
frecuente en aquellas guerras dadas a la violencia ciega: "Le ordenó a
Juan de Piedrahita que, con una docena de arcabuceros, llevase al corregidor
Gil Ramírez Dávalos, no por el camino de Lima, sino por el de Arequipa, y le
dijo que, cuando estuviesen a cuarenta leguas del Cuzco, lo dejase libre para
que fuera donde quisiese. Este viaje de Piedrahita fue más de cuarenta días
después de lo que hemos contado de Don Pedro de Cabrera, y el enviar al
corregidor por Arequipa era para que no llegase demasiado pronto a Lima, ni
cómodamente acompañado por Don Pedro y los que iban con él. Por todo lo cual se
ve claro que la información que le dieron al Palentino fue la del vulgo, que,
en su mayor parte, habla cada uno lo que oye a otros que no lo vieron, y no lo
que pasa de verdad". Es posible que
también Inca Garcilaso haya 'patinado' en un detalle importante. Parece
bastante verosímil lo que, como vimos, contaba el corregidor Gil Ramírez
Dávalos, en su expediente de méritos y
servicios, respecto a cómo quedó libre en esta aventura. Según él, no lo soltó
Juan de Piedrahita como a pájaro volador, sino que, primeramente, mientras
estuvo preso en el Cuzco, hasta cuatro veces corrió peligro de que lo mataran,
y, cuando lo llevaban hacia Arequipa, también quisieron matarlo porque trató de
convencer a algunos de la tropa para que abandonaran su rebeldía, pero se salvó
escapando, y llegó a Lima.
(Imagen) Nos acaba de hablar el cronista del gordo y charlatán Pedro Luis de Cabrera.
Ya sabíamos que era hermano de Jerónimo Luis de Cabrera (al que también le
dediqué una imagen), pero he tropezado con unos datos que aclaran la complicada
situación familiar que tuvieron. Los dos partieron de España hacia el Perú el
año 1538, y en el registro (el de la imagen) figuran como vecinos de Sevilla e
hijos de Miguel Jerónimo de Cabrera, Caballero de la Orden de Santiago, y de
Doña Elena de Figueroa. Pero había una trastienda familiar muy complicada. Jerónimo
no era hijo de Doña Elena, sino de una amante de su marido, María de Toledo. El
asunto tiene un fondo triste, pero también muy romántico. María, mujer apasionada,
se había casado, sin duda enamorada, aunque contra la voluntad de sus linajudos
padres, con un calderero. Pero el flechazo fulminante fue el que tuvieron ella
y el también casado Miguel Jerónimo de Cabrera, entonces padre de un solo hijo,
Pedro Luis. Fue tal el escándalo, que sufrieron críticas, denuncias, el embargo
de los bienes de Miguel Jerónimo y su expulsión de la orden de Santiago, por lo
que decidieron huir a Portugal. Tuvieron varios hijos, siendo el primero
Jerónimo Luis, aunque en el registro de embarque conste como hijo de Elena.
Cuando esta y el calderero fallecieron, Miguel Jerónimo y María regularizaron
su situación, casándose y legitimando a los hijos que habían tenido, en gran
parte gracias a las súplicas que la propia María le dirigió al Rey. Pero
siguieron las ambigüedades. En 1546, poco antes de morir Miguel Jerónimo en Sevilla
(ya tenía 71 años), hizo testamento, y en él solo figura como esposa suya Doña
Elena de Figueroa, quizá por conveniencias legales y hereditarias de un mayorazgo
que provocó un larguísimo pleito. Doce
años después, en 1558, María de Toledo, partió para las Indias con un hijo y
una hija, figurando oficialmente como viuda de Miguel Jerónimo. Esto dice el
registro: "Doña María de Toledo, mujer del Comendador que fue Miguel
Jerónimo de Cabrera, viuda, vecina y natural de Sevilla, hija de Francisco de
Toledo y de doña Catalina, con doña Nicolasa y don Juan de Cabrera, sus hijos;
van al Perú". Recordemos que ya vimos lo que ocurrió: el barco naufragó
teniendo aún a la vista la costa española, y, entre otros muchos, se ahogaron
DOÑA MARÍA DE TOLEDO y sus hijos.
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