martes, 1 de diciembre de 2020

(Día 1280) Alvarado se enfadó con los que le aconsejaban esperar, y se preparó para el ataque, como si, medio desquiciado, quisiera tomar la revancha del reciente triunfo de Girón.

 

     (870) Nuevamente Alonso de Alvarado va a dar muestras de que estaba desquiciado, y muy susceptible a cualquier muestra de oposición, quizá ya vencido por el peso de sus 56 años, que en aquel tiempo eran ya muchos para tantas responsabilidades militares: "El mariscal, no acordándose de que había perdido otra batalla en aquel mismo río, respondió con cólera, diciendo que él lo tenía todo bien mirado, y que su oficio y la reputación le obligaba a él y a todos los soldados a no permitir que aquellos tiranillos anduviesen tan desvergonzados, haciendo escaramuzas todas las noches, por lo que estaba determinado a darles batalla aquel mismo día. Entonces les dijo que no le hablasen más de aquello y que se preparasen rápidamente para la batalla, y que se lo ordenaba como su capitán general, so pena de considerarlos traidores".

     No hay duda de que el merecido gran prestigio militar que había ganado Alonso de Alvarado desde los tiempos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro se había ido a pique entre sus soldados: "Los vecinos salieron de la reunión bien enfadados, y algunos dijeron que, como no eran sus hijos, parientes o amigos, no le importaba nada que el enemigo los matase, y que era una desgracia tener  un capitán general tan apasionado y melancólico (quizá tuviera ya síntomas depresivos, como más tarde se confirmó). Con esta desesperación, se prepararon para la batalla los vecinos, capitanes y soldados". Hubo algunos que confiaban en su superioridad numérica, pero el cronista dice que los de Girón, aunque fueran muchos menos, tenían gran número de excelentes arcabuceros "capaces de matar un pájaro con una pelota, y entrenados por un mestizo mexicano, apellidado Granado, que les enseñó a disparar en cualquier postura". También era una gran dificultad para el ataque de los de Alvarado las pésimas condiciones del terreno, que dejaban a la caballería con poca posibilidad de maniobra. Además, se sospechaba que Girón mezclaba veneno con la pólvora, lo que convertía en mortales las heridas de arcabuz, por pequeñas que fueran: "Con estas dificultades, salieron a la batalla, que a muchos de ellos les costó la vida".

     El mariscal Alonso de Alvarado preparó el plan de ataque. Ordenó que, pasado el río,  Martín de Robles, con los arcabuceros, se situara a la izquierda del enemigo, y los capitanes Martín de Olmos y Juan Remón, a la derecha, debiendo esperar el  sonido de la trompeta para atacar al mismo tiempo: "Ordenó luego que el resto de la infantería y todos los de caballería bajasen por una senda muy estrecha, pues no había otro camino, hasta llegar al río, y que, habiéndolo pasado, formasen escuadrón en un llano pequeño, cerca de los enemigos, para, desde allí, atacarlos a toda furia. Francisco Hernández Girón miraba desde su puesto el orden que seguían los contrarios, y le dijo a sus hombres que se preparasen, porque aquel era el día de vencer o morir. Un soldado de mucha experiencia, al que los suyos llamaban Coronel Villalba, pareciéndole que sus compañeros estaban tibios, les dijo que no tuviesen temor alguno, porque el mariscal no podría conservar el orden, y que, al pasar el río, iban a ser desbaratados, mientras que ellos estaban protegidos por un fuerte en el que podían esperar, atacar y defender, aunque fuesen diez mil hombres".

 

     (Imagen) Insistiendo en que había demasiada gente en Perú, Pedro de la Gasca dice que se ha enterado de que sobra aún más "porque, según me escriben, son muchos los que allá han ido desde que yo partí, hace tres años". Y añade: "A los que pecaron en las rebeliones de Don Sebastián y Francisco Hernández Girón, el menor castigo que se les debe dar es el de enviarlos a España. Y lo mismo a aquellos que han vuelto a Perú después de que yo los desterrara perpetuamente por su servicio a Gonzalo Pizarro; e igualmente a quienes no ayudaron a luchar contra los rebeldes, que serán muchos. Pienso que la única manera de dar de comer a quienes, habiendo servido al Rey, viven pobres, sería enviarlos a poblar nuevas tierras, pero sin perjudicar a los indios, y procurando atraerlos a nuestra religión cristiana. Yo no pienso que se debería tener remordimientos por el hecho de que los pobladores ocupasen tierras que los indios tienen en común, pues sobran tantas, que no se les causa perjuicio, o muy pequeño, pues también redundará en su beneficio espiritual, y es justo que den algo de lo temporal, como dice San Pablo". Aconseja asimismo que al nuevo virrey que vaya a Perú le dé el emperador poderes tan amplios como los que él llevó,  y se pone como ejemplo de haberlos empleado sensata y honradamente: "Solamente usé los que creí que convenían al buen gobierno y justicia de aquellas tierras, y todos los cargos que di, fueron concedidos por el tiempo que Su Majestad dispusiera. A pesar de que tenía largos poderes para dar gobernaciones, solamente asigné la de Chile (a Pedro de Valdivia), y con muchas más limitaciones que las habituales. Con respecto al poder de gastar de la hacienda de Su Majestad para las cosas de la guerra y logro de la paz, estuve tan recatado, que nunca quise que un solo maravedí pasase por mis manos, sino por las de los oficiales reales, con mi asistencia. Y, por todo esto, bendito sea Dios, no resultó ningún inconveniente de los largos poderes que me dieron. Perdone vuestra señoría tanta prolijidad, pues sale del largo deseo que tengo de cumplir lo que se me manda". Es de suponer que adornara sus servicios, pero fue tan meritoria y difícil la labor que hizo en Perú, que ha pasado a la Historia como PEDRO DE LA GASCA EL PACIFICADOR.




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