(878) Francisco Hernández Girón, que había
permanecido un mes donde se dio la batalla de Chuquinga, al parecer atendiendo
a los muchos heridos enemigos que allí quedaban, partió después, llevándolos
como pudo, hasta llegar al valle de Antahuayla. Estaba muy resentido con los
indios chancas, pues, durante la batalla, habían herido a muchos de los suyos
con tiros de honda, y se vengó: "Mandó a sus soldados, negros y blancos (recordemos
que llevaba un grupo de esclavos liberados), que saqueasen sus pueblos e
hiciesen todo el daño que pudiesen. Desde Antahuayla, envió a recoger a Doña
Mencía, su mujer, y a la de Tomás Vázquez, a las cuales hicieron los soldados
un solemne recibimiento, y, a la de Girón, la llamaban los soldados muy
impropiamente Reina de Perú. Caminaron después hacia el Cuzco, porque sabían
que el ejército del Rey los andaba buscando".
Por el camino, vieron lugares muy
apropiados para fortificarse y repetir la estrategia que les había dado la
victoria en Chuquinga, pero Girón tuvo que renunciar a detenerse en ellos para
preparar un ataque inmediato, porque necesitaba que Piedrahita volviera con su
tropa. Llevaba también, cosa habitual en las guerras civiles, el constante
temor a las deserciones: "Un día de
aquellos, según caminaba el ejército, seis soldados, que habían sido de los
principales del mariscal Alonso de Alvarado, se atrevieron a huir a la vista de
todos, llevando escogidas cabalgaduras y sus arcabuces. Lo consiguieron porque
Francisco Hernández Girón no quiso que fuesen perseguidos, pues temía que
huyesen todos". También en el bando contrario fallaba la autoridad:
"Aquellos seis soldados llegaron al campo de su Majestad, y dieron aviso
de que Francisco Hernández iba hacia el Cuzco. Al saberlo los oidores, mandaron
que el ejército caminase con rapidez y vigilante, y siguieron adelante, aunque,
por las diferencias y ambiciones de mando que entre ellos y sus capitanes
había, se cumplía mal y tarde lo que al servicio de Su Majestad convenía".
Girón atravesó con todo el ejército el río
Apurimac: "Dejó guardando el puente a Juan Gavilán, el cual, dos días
después, vio asomar a corredores de los enemigos, y, sin asegurarse de qué
gente y cuánta era, quemó el puente". El
cronista Palentino dice que, al
saberlo, se enfadó mucho Girón, pero Inca Garcilaso no le encuentra sentido a
su reacción: "No sé qué razón tuvo para ello, pues, si ya no iban a volver
atrás, había hecho bien Gavilán en quemarlo para que los contrarios se vieran
obligados a trabajar en reconstruirlo. El ejército de Girón caminó hasta llegar
a una legua del Cuzco, pero allí giró a mano izquierda para no entrar en
aquella ciudad, porque, tras oír a sus adivinos, hechiceros, astrólogos y
pronosticadores (que era muy dado a tratar con ellos), había quedado persuadido
de no entrar en ella, pues le decían que, al día siguiente de salir del Cuzco
para dar batalla, sería vencido. Para confirmarlo, el cronista Palentino cita a
cuatro españoles y a una morisca que eran tenidos por hechiceros, los cuales
decían que tenían un familiar que les descubría todo lo que pasaba en los dos
ejércitos. De manera que los soldados de Girón no osaban huir ni hacer nada en
perjuicio del tirano, por miedo a que el diablo se lo revelase".
(Imagen) No estará de más hablar de otro clérigo muy notable, mencionado en la
imagen anterior: FRAY MARTÍN DE ROBLEDA, nacido en Robleda (Salamanca) el año
1513. Empezó pronto su brillante recorrido como franciscano en un convento de
Ciudad Rodrigo. Fue ordenado sacerdote en Salamanca el año 1538, cursando en su
universidad estudios de Teología, de Derecho y de Humanidades, y llegó a dominar
las lenguas clásicas, además de hablar correctamente el italiano, lo que hace
suponer que pasó un tiempo en algún convento de aquella península. Quizá fuera
entonces cuando conoció a Vicencio de Monte (sobrino del papa Julio III), con
quien, como vimos en la imagen anterior, estableció una estrecha amistad,
mantenida sin fisuras cuando se encontraron en las Indias. Fray Martín de
Robleda era un hombre carismático y muy activo, lo que unido a su buena
preparación, le dio fama de gran predicador. Pasadas las peores guerras civiles
de Perú, en 1552 llegaron a Lima, para mayor eficacia de la evangelización, 37
franciscanos, entre los que se encontraba fray Martín de Robleda, pero,
atendiendo una petición del futuro Felipe II (derivada de un deseo de Pedro de
Valdivia), se trasladaron a Santiago de Chile cinco franciscanos, encabezados
por Robleda, el cual, de inmediato, consiguió que el alcalde del cabildo, Juan
Fernández de Alderete, les cediera una ermita y unos terrenos para fundar un
convento. A ello se opuso un clérigo secular, Rodrigo González Marmolejo (al
que dedicaré la próxima imagen), alegando que pertenecían a los sacerdotes de
parroquias. El expeditivo Robleda defendió sus nuevos derechos yendo (se supone
que por mar) hasta Lima (¡a 3.300 km!), y logró mantenerlos. En 1554, Robleda
estuvo en Italia, representando a los franciscanos de Chile. Al regresar,
volvió a España para llevar a las Indias más franciscanos, y figurando ya como
el primer obispo electo de Chile. Como vimos, faltaba que le confirmaran el
nombramiento, pero murió, reconocido como tal pero sin saberlo, el año 1561 en
Madrid, donde se hallaba para encauzar asuntos chilenos. Curiosamente, el
mencionado conquistador y alcalde Juan Fernández de Alderete profesó ese mismo
año como franciscano en el convento fundado por el eficaz correcaminos FRAY
MARTÍN DE ROBLEDA.
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