jueves, 10 de diciembre de 2020

(Día 1288) Iba a haber otra batalla, pero, a pesar de su reciente victoria, seguían desertando soldados de un Girón muy supersticioso. En el bando contrario, había envidias entre los que mandaban.

 

     (878) Francisco Hernández Girón, que había permanecido un mes donde se dio la batalla de Chuquinga, al parecer atendiendo a los muchos heridos enemigos que allí quedaban, partió después, llevándolos como pudo, hasta llegar al valle de Antahuayla. Estaba muy resentido con los indios chancas, pues, durante la batalla, habían herido a muchos de los suyos con tiros de honda, y se vengó: "Mandó a sus soldados, negros y blancos (recordemos que llevaba un grupo de esclavos liberados), que saqueasen sus pueblos e hiciesen todo el daño que pudiesen. Desde Antahuayla, envió a recoger a Doña Mencía, su mujer, y a la de Tomás Vázquez, a las cuales hicieron los soldados un solemne recibimiento, y, a la de Girón, la llamaban los soldados muy impropiamente Reina de Perú. Caminaron después hacia el Cuzco, porque sabían que el ejército del Rey los andaba buscando".

     Por el camino, vieron lugares muy apropiados para fortificarse y repetir la estrategia que les había dado la victoria en Chuquinga, pero Girón tuvo que renunciar a detenerse en ellos para preparar un ataque inmediato, porque necesitaba que Piedrahita volviera con su tropa. Llevaba también, cosa habitual en las guerras civiles, el constante temor a las deserciones: "Un  día de aquellos, según caminaba el ejército, seis soldados, que habían sido de los principales del mariscal Alonso de Alvarado, se atrevieron a huir a la vista de todos, llevando escogidas cabalgaduras y sus arcabuces. Lo consiguieron porque Francisco Hernández Girón no quiso que fuesen perseguidos, pues temía que huyesen todos". También en el bando contrario fallaba la autoridad: "Aquellos seis soldados llegaron al campo de su Majestad, y dieron aviso de que Francisco Hernández iba hacia el Cuzco. Al saberlo los oidores, mandaron que el ejército caminase con rapidez y vigilante, y siguieron adelante, aunque, por las diferencias y ambiciones de mando que entre ellos y sus capitanes había, se cumplía mal y tarde lo que al servicio de Su Majestad convenía".

     Girón atravesó con todo el ejército el río Apurimac: "Dejó guardando el puente a Juan Gavilán, el cual, dos días después, vio asomar a corredores de los enemigos, y, sin asegurarse de qué gente y cuánta era, quemó el puente". El  cronista Palentino dice  que, al saberlo, se enfadó mucho Girón, pero Inca Garcilaso no le encuentra sentido a su reacción: "No sé qué razón tuvo para ello, pues, si ya no iban a volver atrás, había hecho bien Gavilán en quemarlo para que los contrarios se vieran obligados a trabajar en reconstruirlo. El ejército de Girón caminó hasta llegar a una legua del Cuzco, pero allí giró a mano izquierda para no entrar en aquella ciudad, porque, tras oír a sus adivinos, hechiceros, astrólogos y pronosticadores (que era muy dado a tratar con ellos), había quedado persuadido de no entrar en ella, pues le decían que, al día siguiente de salir del Cuzco para dar batalla, sería vencido. Para confirmarlo, el cronista Palentino cita a cuatro españoles y a una morisca que eran tenidos por hechiceros, los cuales decían que tenían un familiar que les descubría todo lo que pasaba en los dos ejércitos. De manera que los soldados de Girón no osaban huir ni hacer nada en perjuicio del tirano, por miedo a que el diablo se lo revelase".

 

     (Imagen) No estará de más hablar de otro clérigo muy notable, mencionado en la imagen anterior: FRAY MARTÍN DE ROBLEDA, nacido en Robleda (Salamanca) el año 1513. Empezó pronto su brillante recorrido como franciscano en un convento de Ciudad Rodrigo. Fue ordenado sacerdote en Salamanca el año 1538, cursando en su universidad estudios de Teología, de Derecho y de Humanidades, y llegó a dominar las lenguas clásicas, además de hablar correctamente el italiano, lo que hace suponer que pasó un tiempo en algún convento de aquella península. Quizá fuera entonces cuando conoció a Vicencio de Monte (sobrino del papa Julio III), con quien, como vimos en la imagen anterior, estableció una estrecha amistad, mantenida sin fisuras cuando se encontraron en las Indias. Fray Martín de Robleda era un hombre carismático y muy activo, lo que unido a su buena preparación, le dio fama de gran predicador. Pasadas las peores guerras civiles de Perú, en 1552 llegaron a Lima, para mayor eficacia de la evangelización, 37 franciscanos, entre los que se encontraba fray Martín de Robleda, pero, atendiendo una petición del futuro Felipe II (derivada de un deseo de Pedro de Valdivia), se trasladaron a Santiago de Chile cinco franciscanos, encabezados por Robleda, el cual, de inmediato, consiguió que el alcalde del cabildo, Juan Fernández de Alderete, les cediera una ermita y unos terrenos para fundar un convento. A ello se opuso un clérigo secular, Rodrigo González Marmolejo (al que dedicaré la próxima imagen), alegando que pertenecían a los sacerdotes de parroquias. El expeditivo Robleda defendió sus nuevos derechos yendo (se supone que por mar) hasta Lima (¡a 3.300 km!), y logró mantenerlos. En 1554, Robleda estuvo en Italia, representando a los franciscanos de Chile. Al regresar, volvió a España para llevar a las Indias más franciscanos, y figurando ya como el primer obispo electo de Chile. Como vimos, faltaba que le confirmaran el nombramiento, pero murió, reconocido como tal pero sin saberlo, el año 1561 en Madrid, donde se hallaba para encauzar asuntos chilenos. Curiosamente, el mencionado conquistador y alcalde Juan Fernández de Alderete profesó ese mismo año como franciscano en el convento fundado por el eficaz correcaminos FRAY MARTÍN DE ROBLEDA.




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