lunes, 28 de diciembre de 2020

(Día 1303) Ya en tierras peruanas, el nuevo virrey, Andrés Hurtado de Mendoza (Marqués de Cañete), iba dando muestras de dureza, pero, al mismo tiempo, fingía generosidad.

 

     (893) El virrey partió de Panamá y llegó navegando, ya en Perú, a Paita, donde paró con el fin de enviar mensajes con disposiciones para distinto sitios, y escritos para los corregidores de todo el territorio: "Mandó a un caballero, pariente suyo, con documentos particulares para la Cancillería Real de Lima. El designado paró en la ciudad de San Miguel, y, como mozo, se detuvo en ella con otros caballeros de su edad, en ejercicios poco o nada honestos. Al saberlo el virrey, le mandó recado para que no pasase adelante, y, cuando él llegó donde estaba, ordenó que le prendiesen y lo enviasen a España preso, porque no quería que sus embajadores y criados se desviasen de lo ordenado. Asimismo envió a España a Don Pedro Luis de Cabrera y a otros casados que tenían a sus mujeres en ella. Aunque, en realidad, la culpa era más de las mujeres, porque algunos maridos habían enviado a buscarlas con mucho dinero para el camino, y, por no dejar Sevilla, que es una ciudad encantadora, procuraban ellas, por vía judicial, que se los enviasen a España. Y, por no ir a Perú, tres de ellas, a cuyos maridos conocí, perdieron las encomiendas de indios que con la muerte de ellos heredaban, que rentaban más de cien mil ducados al año".

     Por lo que va contando, y por lo que ya adelanté de algunas actuaciones del virrey, todo apunta a que resultará un hombre demasiado estricto. Pero, una de cal y otra de arena. Parece que trató de ganarse simpatías: "El virrey siguió adelante su camino con la mayor blandura y halago que pudo mostrar, haciendo mercedes y regalos de palabra a todos los que le hablaban y pedían gratificación de sus servicios, pero con la intención de que corriese el rumor y se aquietasen los ánimos de los que podían estar alterados por delitos pasados". Inca Garcilaso añade otro comentario en el que sale muy bien parado su padre. Dice que también se extendieron dichos infundados de que el virrey pensaba tener como consejeros a cuatro hombres notables y veteranos de aquellas tierras de Perú, gente que conociera bien la vida y milagros de todos los famosos conquistadores. Y da los nombres (ya familiares en estas historias): Francisco de Garay, vecino de Huánuco, Lorenzo de Aldana, vecino de Arequipa, y Garcilaso de la Vega y Antonio Quiñones, vecinos del Cuzco. Y era notorio que cualquiera de los cuatro podría gobernar todo el Perú, y más si hiciera falta (qué exagerado; pero era el estilo de la época). Con esta falsa noticia, se regocijaron todos los moradores de aquel imperio, tanto los indios como los españoles, seglares y eclesiásticos, y decían a voces que el virrey venía del cielo, pues con tales consejeros quería gobernar el reino".

     El cronista Palentino decía que, a pesar de eso, había muchos que vivían temiendo ser castigados por el virrey debido a sus pasadas andanzas rebeldes. Como se refería también a algunos vecinos del Cuzco, Inca Garcilaso, que vivía allí teniendo unos once años, rechaza esa versión: "Solo Tomás Vázquez y Juan de Piedrahita no residían en la ciudad, y estaban en sus pueblos de indios. Y era más por vergüenza de haber seguido al tirano Girón, que por miedo a la justicia. Durante los tres años que fue corregidor de aquella ciudad Garcilaso de la Vega, mi padre, solo una vez vi en ella a Piedrahita, que visitó de noche a mi padre, y le habló de su vida solitaria". Veremos enseguida lo que pasó con Vázquez y con Piedrahita a pesar de que, según decía Inca Garcilaso,  no tenían miedo de ser castigados.

 

      (Imagen) Aunque esta reseña va a oler también a incienso, no me queda más remedio que hablar de otro franciscano que anduvo por Perú. Además, lo biografió fray Luis Jerónimo de Oré (del que acabamos de hablar), porque fue digno de bendición, como el agua. Se trata de FRAY FRANCISCO DE SOLANO, una rara (y admirable) avis. Nacido en Montilla (Córdoba) en 1549, comenzó a estudiar con los jesuitas, pero pasó a la Orden de San Francisco, en Sevilla, cuando tenía 20 años, empujado por una clara sintonía con el espíritu franciscano. Volvió a Montilla para visitar a su enferma madre. Tuvo que seguir allí un tiempo por una epidemia de peste, y cogió fama de milagrero haciendo extrañas curaciones, hasta el extremo de que ha pasado a la Historia como el Taumaturgo del Nuevo Mundo. En 1589, lo mandaron a las Indias con ocho franciscanos. Naufragaron durante el viaje, y, desde la costa del Pacífico, recorrieron una enorme distancia, con travesía de los Andes incluida, llegando al Cuzco, luego a Potosí y finalmente a su destino, Tucumán, donde permanecieron hasta el año 1595. Aprendía con gran  facilidad el idioma de los indios. Después siguió evangelizando hacia el Sur, siempre a pie y, durante catorce años, llegó hasta zonas de Paraguay, Uruguay y Río de la Plata, ya en territorio argentino. Se presentaba sin miedo ante tribus muy peligrosas, pero conseguía que lo recibieran bien, e, incluso, los indios disfrutaban oyéndole cantar y tocar el rabel y la guitarra. Con eso y con su sincera empatía, lograba conversiones masivas. Se diría que irradiaba bondad frente a personas y animales, como San Francisco de Asís. En la ciudad de San Miguel, se desmandó un toro e iba corneando a la gente. Fray Francisco, con tranquilidad, se acercó a él, que lo miró mansamente y se dejó llevar de su mano al corral. En la imagen vemos un cuadro del gran Murillo (año 1645) que recoge la escena. Era sacrificado en sus penitencias, pero alegre y amable con los demás. Luego volvió a Lima, y siempre tuvo tiempo para predicar y atender a pobres y enfermos. Fue todo un ejemplo de caridad cristiana, por lo que se iniciaron pronto los lentos trámites de su canonización, hasta que, por fin (en 1726), fue canonizado. SAN FRANCISCO SOLANO murió en Lima el año 1610, dejando constancia de la maravilla de un cristianismo vivido consecuentemente.




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