(893) El virrey partió de Panamá y llegó
navegando, ya en Perú, a Paita, donde paró con el fin de enviar mensajes con
disposiciones para distinto sitios, y escritos para los corregidores de todo el
territorio: "Mandó a un caballero, pariente suyo, con documentos
particulares para la Cancillería Real de Lima. El designado paró en la ciudad
de San Miguel, y, como mozo, se detuvo en ella con otros caballeros de su edad,
en ejercicios poco o nada honestos. Al saberlo el virrey, le mandó recado para
que no pasase adelante, y, cuando él llegó donde estaba, ordenó que le
prendiesen y lo enviasen a España preso, porque no quería que sus embajadores y
criados se desviasen de lo ordenado. Asimismo envió a España a Don Pedro Luis
de Cabrera y a otros casados que tenían a sus mujeres en ella. Aunque, en
realidad, la culpa era más de las mujeres, porque algunos maridos habían
enviado a buscarlas con mucho dinero para el camino, y, por no dejar Sevilla,
que es una ciudad encantadora, procuraban ellas, por vía judicial, que se los
enviasen a España. Y, por no ir a Perú, tres de ellas, a cuyos maridos conocí,
perdieron las encomiendas de indios que con la muerte de ellos heredaban, que
rentaban más de cien mil ducados al año".
Por lo que va contando, y por lo que ya
adelanté de algunas actuaciones del virrey, todo apunta a que resultará un
hombre demasiado estricto. Pero, una de cal y otra de arena. Parece que trató
de ganarse simpatías: "El virrey siguió adelante su camino con la mayor
blandura y halago que pudo mostrar, haciendo mercedes y regalos de palabra a
todos los que le hablaban y pedían gratificación de sus servicios, pero con la
intención de que corriese el rumor y se aquietasen los ánimos de los que podían
estar alterados por delitos pasados". Inca Garcilaso añade otro comentario
en el que sale muy bien parado su padre. Dice que también se extendieron dichos
infundados de que el virrey pensaba tener como consejeros a cuatro hombres
notables y veteranos de aquellas tierras de Perú, gente que conociera bien la
vida y milagros de todos los famosos conquistadores. Y da los nombres (ya
familiares en estas historias): Francisco de Garay, vecino de Huánuco, Lorenzo
de Aldana, vecino de Arequipa, y Garcilaso de la Vega y Antonio Quiñones,
vecinos del Cuzco. Y era notorio que cualquiera de los cuatro podría gobernar
todo el Perú, y más si hiciera falta (qué exagerado; pero era el estilo de
la época). Con esta falsa noticia, se regocijaron todos los moradores de
aquel imperio, tanto los indios como los españoles, seglares y eclesiásticos, y
decían a voces que el virrey venía del cielo, pues con tales consejeros quería
gobernar el reino".
El cronista Palentino decía que, a pesar
de eso, había muchos que vivían temiendo ser castigados por el virrey debido a
sus pasadas andanzas rebeldes. Como se refería también a algunos vecinos del
Cuzco, Inca Garcilaso, que vivía allí teniendo unos once años, rechaza esa
versión: "Solo Tomás Vázquez y Juan de Piedrahita no residían en la
ciudad, y estaban en sus pueblos de indios. Y era más por vergüenza de haber
seguido al tirano Girón, que por miedo a la justicia. Durante los tres años que
fue corregidor de aquella ciudad Garcilaso de la Vega, mi padre, solo una vez
vi en ella a Piedrahita, que visitó de noche a mi padre, y le habló de su vida
solitaria". Veremos enseguida lo que pasó con Vázquez y con Piedrahita a
pesar de que, según decía Inca Garcilaso,
no tenían miedo de ser castigados.
(Imagen) Aunque esta reseña va a oler
también a incienso, no me queda más remedio que hablar de otro franciscano que
anduvo por Perú. Además, lo biografió fray Luis Jerónimo de Oré (del que
acabamos de hablar), porque fue digno de bendición, como el agua. Se trata de
FRAY FRANCISCO DE SOLANO, una rara (y admirable) avis. Nacido en Montilla
(Córdoba) en 1549, comenzó a estudiar con los jesuitas, pero pasó a la Orden de
San Francisco, en Sevilla, cuando tenía 20 años, empujado por una clara
sintonía con el espíritu franciscano. Volvió a Montilla para visitar a su enferma
madre. Tuvo que seguir allí un tiempo por una epidemia de peste, y cogió fama
de milagrero haciendo extrañas curaciones, hasta el extremo de que ha pasado a
la Historia como el Taumaturgo del Nuevo Mundo. En 1589, lo mandaron a las
Indias con ocho franciscanos. Naufragaron durante el viaje, y, desde la costa
del Pacífico, recorrieron una enorme distancia, con travesía de los Andes
incluida, llegando al Cuzco, luego a Potosí y finalmente a su destino, Tucumán,
donde permanecieron hasta el año 1595. Aprendía con gran facilidad el idioma de los indios. Después
siguió evangelizando hacia el Sur, siempre a pie y, durante catorce años, llegó
hasta zonas de Paraguay, Uruguay y Río de la Plata, ya en territorio argentino.
Se presentaba sin miedo ante tribus muy peligrosas, pero conseguía que lo
recibieran bien, e, incluso, los indios disfrutaban oyéndole cantar y tocar el
rabel y la guitarra. Con eso y con su sincera empatía, lograba conversiones
masivas. Se diría que irradiaba bondad frente a personas y animales, como San
Francisco de Asís. En la ciudad de San Miguel, se desmandó un toro e iba
corneando a la gente. Fray Francisco, con tranquilidad, se acercó a él, que lo
miró mansamente y se dejó llevar de su mano al corral. En la imagen vemos un
cuadro del gran Murillo (año 1645) que recoge la escena. Era sacrificado en sus
penitencias, pero alegre y amable con los demás. Luego volvió a Lima, y siempre
tuvo tiempo para predicar y atender a pobres y enfermos. Fue todo un ejemplo de
caridad cristiana, por lo que se iniciaron pronto los lentos trámites de su
canonización, hasta que, por fin (en 1726), fue canonizado. SAN FRANCISCO
SOLANO murió en Lima el año 1610, dejando constancia de la maravilla de un
cristianismo vivido consecuentemente.
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