(885) Luego habla Inca Garcilaso con mucha
precisión de tres capitanes del bando realista a los que ya mencioné en una
reseña: "Uno de los difuntos fue un caballero que se llamaba Suero de
Quiñones, hermano de Antonio de Quiñones, vecino del Cuzco, y Pedro de
Quiñones, primo suyo, fue uno de los heridos. El día siguiente a la batalla, no
se movió ninguna de las partes, pero a la noche se pusieron los del Rey en
escuadrón, porque tuvieron noticia de que el tirano iba a volver al ataque,
para enmendar el error que había cometido. Pero alguien se lo inventó, porque
el desdichado Francisco Hernández más pensaba en cómo huir, que en dar batalla.
El día tercero, y para no mostrar tanta flaqueza, mandó a sus capitanes que
saliesen al campo y provocasen a los enemigos, para que no los tuviesen por
rendidos. Y así se trabó una escaramuza pequeña, pero de gran importancia,
porque el capitán Tomás Vázquez y unos doce amigos suyos se pasaron a los de Su
Majestad, y dijeron que el maestre de campo, Juan de Piedrahita haría lo mismo
después llevando más gente consigo. Al saberlo, los oidores y todo su ejército tuvieron
grandísimo contento, pues veían perdido al tirano y acabada su desvergüenza, ya
que Tomás Vázquez era el principal pilar que lo sustentaba".
Ante este mazazo, aún sacó fuerzas de
flaqueza Francisco Hernández Girón para animar a sus hombres con unas breves
palabras. Les recordó los motivos de la rebelión, la cual se había visto obligado
a encabezar porque era justa, dada la rabia que había provocado en muchos que
se les quitara los derechos que tenían consolidados por sus grandes méritos.
Hacía también mención a los que después le habían abandonado: "Me dejaron,
y ahora lo ha hecho Tomás Vázquez. No tengan vuestras mercedes pena por su
ausencia, y miren que era un hombre, y nada más. Y no se fíen diciendo que les
han dado perdón, porque, con él al cuello, los ahorcarán después". Les
daba a entender a sus soldados que no tenían más salida que pelear y vencer,
porque, de huir o ser derrotados, en cuanto estuvieran presos, les quitarían la
vida o los condenarían a galeras. "Y terminó diciéndoles: 'Puesto que este
negocio tanto nos conviene, miremos bien lo que nos va en él, y lo que sería de
cada uno si yo faltase'. Estas y otras cosas les dijo, pero era grande la
tristeza que su gente sentía por la huida de Tomás Vázquez". Las palabras
de su pequeño discurso se las ha puesto en la boca el cronista Palentino, pero
hay un detalle absurdo. Girón no pudo adivinar con toda exactitud algo que ocurrió después, y que, además, fue una
rareza, ya que los perdones se respetaban. Cuando llegó el virrey Marqués de Cañete
a Perú hizo con los perdonados Vázquez y
Piedrahita algo inusual: los ahorcó poniéndoles al cuello el documento de su
perdón. Pero Inca Garcilaso, de forma sorprendente, da por buena la 'profecía'
de Girón: "Lo que Francisco Hernández Girón dijo de que, con el perdón al
cuello, los ahorcarían, se cumplió mejor que los pronósticos de sus hechiceros,
pues, aunque no ahorcaron a Vázquez y a Piedrahita, les dieron garrote vil en
la cárcel con los perdones de la Real Audiencia al cuello, y, como lo dijo Diego
Fernández el Palentino, así se cumplió".
(Imagen) MELCHOR BRAVO DE SARABIA, oidor de la
Audiencia de Lima (a quien vemos ahora sufriendo las revueltas que hubo en
Perú), nos puede servir de ejemplo para constatar que todos los letrados que
llegaban a las Indias con ese cargo destacaban por el prestigio adquirido en
España y por su valía personal. Otra cosa sería su honradez o la falta de ella.
Y así, cuando Melchor Bravo, destinado en 1547 a la Audiencia de Nueva Granada
(Colombia), llegó después con otros compañeros a la Audiencia de Lima (año 1549),
el Rey les dijo que esperaba de ellos que enderezaran la desastrosa actuación
que habían tenido (como ya vimos) los oidores Cepeda, Lisón y Álvarez. Melchor
nació el año 1512 en la provincia de Soria. Antes de ir a las Indias, se había
doctorado en leyes en el colegio italiano de San Clemente de Bolonia, e incluso
ejerció como oidor en Nápoles, volviendo de allí a España con deseo de ejercer
algún cargo político, y obtuvo el destacado puesto de corregidor de Ciudad
Rodrigo. Estando en Lima, le tocó, por ser el decano (al partir hacia España el
licenciado Cianca), ocupar la presidencia vacante de la Audiencia Real. Quien
tenía en Perú la máxima autoridad era el virrey Antonio de Mendoza, pero por
poco tiempo, pues falleció el año 1552, cuando hubo otro revoltijo de
rebeldías, surgiendo pronto la muy preocupante de Francisco Hernández Girón. En
esa época tuvo que tomar el poder jurídico, político y militar la Audiencia de
Lima, presidida entonces por MELCHOR BRAVO DE SARABIA, hasta el año 1556,
cuando llegó el nuevo virrey, el Marqués de Cañete. En ese espacio de tiempo,
hubo algunos conflictos acerca de quién debía tomar el mando del ejército
contra Girón, y fue providencial que Melchor lograra solucionarlos. Derrotado y
ejecutado Girón, y llegado el año 1565, fue enviado Melchor a Chile como presidente de la recién creada
Audiencia de Concepción, con funciones de gobernador (haciéndolo muy bien), y
encargado de dirigir la guerra contra los temibles araucanos, cometido en el
que fracasó, por lo cual fue destituido, y volvió a España muy decepcionado.
Pero en Chile lo recuerdan con afecto. Comentó el historiador Gay: "Bajo
su gobernación vio Chile verdad en la ley, equidad y orden. Resbaló en el arte
de las armas, pero ¡cuánto bien nos hizo en el de gobierno..!". MELCHOR
BRAVO DE SARABIA murió en Soria el año 1577.
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