(877) Dice el cronista que el sargento
mayor de Girón, Antonio Carrillo, no fue menos confiscador de bienes en la
ciudad de la Paz: "En muy pocos días, sacó de los caciques, de los
tributos que debían a sus amos, una suma increíble. Y así, con esto, más muchas
barras de plata del convento de San Francisco, y de otras partes, reunió, en
cinco días que allí estuvo unos quinientos mil castellanos de oro. Todo lo cual
se hizo por aviso de Francisco Boloña, que sabía bien dónde escondían tanta
riqueza, pero él mismo, por remordimientos de conciencia, y por persuasión de
Juan Vázquez, corregidor de Chucuito, lo restituyó todo a sus dueños después de
haber matado él y algunos amigos suyos al pobre Antonio Carrillo a estocadas
que le dieron en su aposento, y pusieron aquella ciudad al servicio de Su
Majestad, como antes estaba".
Lo tuvo más fácil Juan de Piedrahita,
capitán de Girón, en Arequipa, porque había en la ciudad un conflicto de
competencias. Los oidores de la Audiencia de Lima habían enviado allá como
general, para seguir la guerra contra Girón, al capitán Gómez Solís, el cual encargó a su alférez, Vicencio de Monte,
que se adelantara para llevar el comunicado. Al conocer la noticia el
corregidor del lugar, Gonzalo de Torres, le resultó insoportable, porque se
consideraba mejor militar que Solís. Hasta el punto de que se negó a que los
vecinos salieran a recibirle a las puertas de la ciudad: "Les dijo que los
oidores jamás acertaban en sus nombramientos, que Gómez no tenía capacidad para tal cargo, y que,
mientras él estuviera como corregidor de la ciudad, no se debía nombrar a otra persona que
viniera de fuera".
Mientras, se acercaba el representante de
Girón: "Estando en estas discusiones, tuvieron noticias de que iba a
llegar Juan de Piedrahita con más de ciento cincuenta hombres, entre ellos, más
de cien arcabuceros. Entonces se fueron todos a la iglesia mayor con sus
mujeres, hijos y los muebles de sus
casas, cerrándolas por todos los lados para que el enemigo no entrase. Situaron
algunos arcabuceros que tenían en la entrada de dos calles. Tuvo aviso
Piedrahita de estos preparativos, y, torciendo su camino, entró por otra
calle". Ya emplazado Piedrahita, les envió un fraile para llegar a un
acuerdo, diciéndoles a los de la ciudad que no quería guerra, sino que estaba
dispuesto a permitir que cada uno escogiera libremente unirse a él o no
hacerlo. El cronista no ha dicho nada, pero ya había llegado a Arequipa Gómez
Solís, y era contrario a esta proposición, porque Piedrahita también exigía que
les entregaran las armas. Además, varios soldados suyos se habían pasado al
otro bando, y los demás no querían pelear: "Gómez Solís y los vecinos que
con él estaban, viendo que no había quien pelease, huyeron como mejor pudieron,
y dejaron a Piedrahita todos los bienes que tenían, los cuales tomaron los
enemigos, y, viéndose ricos y poderosos, se volvieron en busca de Francisco
Hernández Girón. Aunque en el camino se le huyeron a Piedrahita más de veinte
soldados que habían sido del mariscal Alonso de Alvarado, no le importó nada,
por el buen botín que de oro, plata,
joyas, armas y caballos había obtenido". Total que, se acabaron las
discusiones entre el corregidor Gonzalo
de Torres y el capitán Gómez Solís.
(Imagen) Gómez Solís, capitán de las fuerzas realistas, envió un mensajero al Cuzco.
Era VICENCIO DE MONTE, otro de los sufridos conquistadores enterrados en el
olvido. Italiano (apellidado 'di Monti'), y nacido en Como, fue uno más de los muchos
paisanos suyos que pelearon en las Indias. Además de ejercer cargos
administrativos, tomó parte en la conquista de Perú, y estuvo al servicio, en
1545, de Francisco de Orellana en su segunda y fracasada expedición a tierras
amazónicas. Después se trasladó a Chile, y fue Pedro de Valdivia quien, desde
allí, lo llevó nuevamente a Perú, donde se incorporaron a las tropas de Pedro
de la Gasca. Los chilenos, nada amargados por el recuerdo de los españoles, le
han dedicado a Vicencio una magnífica calle en su capital, la ciudad de
Santiago. Tras la derrota y muerte del rebelde Girón, retornó a Chile en 1557
con el cargo de veedor de la Hacienda Real. Se había casado en el Cuzco con
Juana Copete, hermana de dos valientes
que ya conocemos, Gonzalo de los Nidos, ejecutado por rebeldía, y Mencía de los
Nidos, que fue desterrada a Chile, y resultó tan brava, que abroncó a los
españoles que querían abandonar la ciudad de Concepción (donde era corregidor
Vicencio) ante un próximo ataque de los terribles araucanos, anécdota recogida
en La Araucana, el gran poema de Ercilla. Nos queda otra particularidad notable
de Vicencio. Era sobrino del Papa Julio III, cuya fama de pedófilo fue muy
criticada, pero sin graves consecuencias en aquellos tiempos renacentistas en
los que, en general, el alto clero no era precisamente un dechado de virtudes.
Pero, al menos, fue un pontífice que, a diferencia del insensato e
irresponsable papa Clemente VII, aliado del rey francés Francisco I, le facilitó
las cosas a Carlos V en su angustiosa situación entre guerras europeas y ataques
del imperio turco. Se dice que VICENCIO DE MONTE influyó mucho para que el
franciscano Martín de Robleda fuera nombrado por el papa Julio III primer
obispo de Chile. Obtenido el título en 1556, concedido con carácter de electo,
necesitaba una confirmación definitiva en el cargo, pero Paulo IV, el papa
sucesor, retrasó tanto el trámite, que, cuando se lo confirmaron, el clérigo falleció
antes de tomar posesión. También terminó mal VICENCIO DE MONTE: lo mataron en
su casa de Concepción los indios araucanos el año 1562, pero tras una vida de
apasionante actividad.
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