(883) Tras oír lo que contaba Piedrahita,
y asimismo a unos soldados escapados del bando real, que aseguraban que aquel
ejército se encontraba escaso de munición y de pólvora, Francisco Hernández
decidió darles la batalla una noche de aquellas, porque, además, le pareció
síntoma de debilidad y cobardía que no se hubiesen atrevido a atacar su
posición. Por otra parte, Girón debía de ser, según cuentan los cronistas,
sumamente supersticioso y crédulo: "Llamo a sus capitanes y comunicó sus
intenciones, pidiéndoles con mucha insistencia que se mostraran conformes, pues estaba seguro del
éxito, y les daba a entender que así lo aseguraban los pronósticos y agüeros.
Sus capitanes se oponían diciendo que no tenía necesidad de dar la batalla,
sino de estarse quieto, ya que se encontraba en un lugar fortalecido y provisto
de todo lo necesario. Le hacían ver que no debía cambiar el juego, pues hasta
entonces le había ido bien, y que en Chuquinga los contrarios atacaron muy
confiados en vencer, y en breve tiempo se vieron perdidos. Francisco Hernández
les contestó que estaba decidió a atacar con todo el ejército, porque no quería
andar huyendo de los oidores, y que las buenas viejas adivinas decían que allí
había que atacar. Les rogó que no le contradijesen, sino que preparasen para
hacer la noche siguiente lo que había dicho".
Todos sus mandos eran contrarios a la
opinión de Francisco Hernández, pero tuvieron que resignarse y disponerse a
prepararlo todo para el enfrentamiento. Entonces se dieron cuenta de que dos
soldados de los que habían sido del ejército del Rey habían huido. Para no
provocar más inquietudes, algunos le quitaron importancia diciendo que, según
los indios, uno se había dirigido a un lugar lejano, y dieron por hecho que el
otro tenía tan pocas luces, que nadie, en el campamento de los enemigos, se tomaría en serio lo que dijera. Pero, de
hecho, los dos fugitivos les informaron con rigor de cuándo y cómo iba a atacar
Girón: "Al saberlo, los oidores, sus capitanes y los vecinos (ya vimos
que se calificaba así a los que tenían encomiendas de indios) más antiguos
de aquel imperio de Perú, los cuales, por la experiencia larga que tenían de
tantas guerras, eran expertos soldados, acordaron, por estar muy ocupado de
tiendas, cabalgaduras e indios el lugar donde se habían instalado, formar los
escuadrones de infantería y caballería en un llano. Y fue cosa de Dios y
misericordia suya que así lo hicieran, como luego veremos. Formaron un hermoso
escuadrón de infantería, con su arcabucería muy ordenada, teniendo once tiros
de artillería gruesa".
Llegó, por fin, el momento histórico de la
batalla de Pucará: "A la hora indicada por sus agüeros, el tirano salió de
su fuerte con ochocientos infantes, de los cuales seiscientos eran arcabuceros,
y muy pocos de a caballo, pues no llegaban a treinta. Envió también otro
escuadrón de soldados negros, que pasaban de doscientos cincuenta. Con ellos
fueron setenta arcabuceros para adiestrarles en lo que habían de hacer, pero
los llevaban principalmente para confundir al escuadrón del Rey, de manera que
no supiese cuál era el escuadrón oficial. Mandó Girón que los negros atacaran
de frente, porque él pensaba hacerlo por las espaldas".
(Imagen) Tras la inevitable muerte de los
cabecillas rebeldes, siempre quedaba una familia destrozada. Eso pasará con la
de Girón. Pero veamos lo que ocurrió con la de los hermanos Contreras, cuyo
triste final contemplamos no hace mucho. Resumiré unos datos genealógicos.
Isabel la Católica tenía como asesora y gran amiga a Beatriz de Bobadilla,
hasta el punto de decirse entonces: "Después de la Reina de Castilla, la
Bobadilla". A su hermano Francisco de Bobadilla lo enviaron a las Indias como
gobernador general, para poner orden a los problemas administrativos creados
por Colón, quien pronosticó el gran riesgo de una amenazante tormenta, a cuyo
consejo no hizo caso Francisco, y se ahogó, el año 1502, en un tremendo
naufragio. Una hija de Francisco se llamaba Isabel de Bobadilla, y se casó
enamoradísima (cosa extraña) con el terrible Pedrarias Dávila, quien, aunque
siempre recelaba de la valía de Vasco Núñez de Balboa, tuvo un amago de
sensatez casando por poderes a su hija MARÍA DE PEÑALOSA con el gran
descubridor del Pacífico. El matrimonio fue solamente documental, porque, poco
después, Pedrarias contemplaba, desde la oscuridad de un cobertizo, cómo, por
orden suya, se decapitaba a Balboa (enero de 1519). La viuda virtual llegó
luego a las Indias, y se casó (año 1524) con un hombre importante, Rodrigo de
Contreras, a quien, en 1534, lo nombraron gobernador de Nicaragua. Dicen que
fue una esposa y madre ejemplar, pero de los once hijos que trajo al mundo (que
ya tiene mérito), hubo dos, Hernando y Pedro Contreras, que la martirizaron con
su absurda rebeldía. Ella comprendía sus razones (la protesta por la anulación
de las encomiendas que tenía la familia), pero hizo todo lo posible,
inútilmente, para que abandonaran su locura, y murieron de forma miserable,
desapareciendo Pedro para siempre. María murió el año 1573 en Lima, pero
conoció en Nicaragua a otra mujer inconsolable, CATALINA ÁLVAREZ CALVENTE, la
madre del obispo ANTONIO DE VALDIVIESO, asesinado por sus desquiciados hijos
Hernando y Pedro Contreras. En la imagen, un documento procesal nos dice que
María vivía en Lima el año 1571 y que era viuda. De hecho, su marido murió en
1558. Parece ser que dos hijas suyas, María y Ana de Peñalosa, ingresaron en un
convento limeño, el fundado por la incomparable Inés Muñoz de Ribera.
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