(891) Muerto Francisco Hernández Girón,
los soldados volvieron a pedir a los oidores que les concedieran encomiendas de
indios, puesto que ya no tenían excusa para retrasarlo, ya que habían prometido
hacerlo cuando ocurriera. Se repetía la situación que le resultaba insoportable
a Pedro de la Gasca, y que no pudo resolver. Durante las guerras, se alimentaba
el coraje de los soldados con esperanzas de premios. Pero, una vez terminadas,
no había suficiente botín para contentar a todos. Así que los oidores se buscaron
otra coartada: "Los capitanes y soldados que habían quedado en el Cuzco,
en cuanto se enteraron de la muerte de
Girón, fueron a Lima y reclamaron con mucha insistencia a los oidores lo que ya
les habían pedido. Les respondieron que no era propio de leales servidores de
Su Majestad querer sacar con violencia la gratificación que se les debía. Les
decían que iba a venir un nuevo virrey, el cual, si al llegar viese que se
había repartido todo lo que estaba disponible, se indignaría contra los oidores
por no haberle esperado, y contra los beneficiados, por haberlo conseguido con
tanta insistencia. Les pidieron que aguantasen, al menos, por tres o cuatro
meses, pues el virrey no tardaría más en llegar. Y les prometieron que, de no
ser así, ellos mismos harían los repartos prometidos. Con estas razones,
templaron los oidores la furia de los pretendientes, y quiso Dios que, pocos
meses después, se supiera que llegaba el virrey. Con lo cual, se aplacaron
todos, y se prepararon para recibir a 'Su Excelencia', el primer virrey al que,
en Perú, le dieron este tratamiento".
Llegó el momento en el que Carlos V
escogió un nuevo virrey para Perú, pero no eran muchos los dispuestos a ir a
tierras tan turbulentas. De hecho, ya le pasó cuando nombró al primero, Blasco Núñez Vela
(asesinado después en aquel infierno), pues hubo varios que no se prestaron a
ser nombrados (otra prueba de la valentía que demostró después el eficaz Pedro
de la Gasca): "Su Majestad escogió como virrey del Perú al Conde de Palma,
el cual se excusó con causas justas para no aceptar la plaza. Lo mismo hizo el
Conde de Olivares. Por último, nombró a don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués
de Cañete. El cual partió para el Perú, parando en Nombre de Dios, donde
encontró a Pedro de Ursúa, un caballero noble y gran capitán, que en el Nuevo
Reino de Granada (Colombia) hizo grandes conquistas y pobló una ciudad,
que llamaron Pamplona (él era pamplonés). Le encargó que atajara los
daños que hacían los negros fugitivos, a los que llaman cimarrones y viven en las
montañas, porque salteaban y mataban a muchos por los caminos. Pedro de Ursúa,
con ese fin reclutó soldados, muchos de los cuales eran de los que huyeron tras
la derrota de Francisco Hernández Girón, o fueron desterrados, y el virrey
perdonó a todos los que se unieron a aquella campaña".
Los negros, al ver que se iban a encontrar
acorralados, quisieron hacer las paces. Para resolver el conflicto, se les
concedió que dejaran de ser esclavos, y se puso como condición que ellos mismos
se encargasen de traer presos a quienes volvieran a las andadas. Se les obligó
también a que viviesen en poblados, como ciudadanos normales. Ambas partes
quedaron de acuerdo, pero se exigió que los negros dejaran rehenes, para que
fuera seguro el cumplimiento del compromiso.
(Imagen) Nos visita otro clérigo
excepcional, del que acaba de hablar Inca Garcilaso: el franciscano FRAY LUIS
JERÓNIMO DE ORÉ. Su vida fue el
currículum de un divino impaciente. Provenía de una familia profundamente
religiosa (a la que le dedicaré la próxima imagen). Nació en Huamanga (Perú) el
año 1554, donde su padre, Antonio de Oré, era el corregidor, y hombre muy
culto. Fray Luis Jerónimo hizo sus estudios en Lima, y se ordenó sacerdote
hacia el año 1582. Además de ser un gran músico como organista, se volcó sobre
la cultura indígena, aprendiendo, entre otros idiomas nativos, el quechua y el aimara,
a los que traducía (añadiendo la versión española) muchos textos religiosos, para
que la evangelización resultara más eficaz. Fue un gran misionero que destacó
por su enorme éxito en las conversiones, haciendo grandes recorridos, con
frecuencia a pie, descalzo y llevando la cruz en la mano. Era tan bien acogido
que, por haberse decidido enviar
clérigos seculares, los mismos indios pidieron que retornaran los franciscanos.
En 1605, el obispo del Cuzco le envió a España para diversos asuntos, entre
otros, el de ir hasta Roma para hablar con el Papa, donde, de paso, publicó su
obra más importante, 'Manual peruano', dedicada a los misioneros de Perú. El año
1612 visitó al cronista Inca Garcilaso en Córdoba, al que le pidió unos
ejemplares de su Historia de la Florida, porque iba a enviar a aquellas tierras
a varios misioneros. Y se los dio encantado a quien consideraba 'gran teólogo'.
En 1614, él mismo fue a La Florida para supervisar los trabajos evangelizadores
e inspeccionar los conventos de Cuba. Escribió entonces el libro (ver imagen)
titulado Los Mártires de Florida, sobre los franciscanos que fueron masacrados por
los indios apalaches. Vuelto de nuevo a España, el Rey le comunicó que lo había
propuesto al papa Paulo V como obispo de Concepción (Chile). Con esa noticia,
partió definitivamente para las Indias, llegando a Chile en 1623, donde hizo
cuanto pudo, pero sin éxito, para que hubiera una paz entre españoles y
araucanos, en un intento desesperado de que se respetara una frontera de
separación entre unos y otros. Con ese deseo frustrado, FRAY LUIS JERÓNIMO DE ORÉ murió en Concepción el año 1630. Y, por fin,
descansó.
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