sábado, 19 de diciembre de 2020

(Día 1296) Hasta Francisco Hernández Girón huyó a la desesperada. Algunos se pasaron al bando del Rey. Otros que huían fueron apresados y ejecutados.

 

     (886) A  pesar del intento de Girón de animar a su gente, ocurrió que él mismo se decidió a dar la espantada: "Quedó tan perdido y desamparado con la huida de Tomás Vázquez, que determinó huir hasta de los suyos, por temer de que la mayoría le querían matar, para conseguir con su muerte que se les perdonara la pena que todos ellos merecían por haberle servido contra Su Majestad. Además, le dijeron algunos en secreto que sus capitanes hablaban de matarlo. Pero no tenían tal pensamiento, sino solo el  de seguir a su lado (como después lo mostraron), si él se hubiese fiado de ellos. Y fue tan riguroso en sus sospechas, que ni de su mujer, tan noble y virtuosa, le permitieron fiarse, ni de ninguno de los suyos, por muy amigo que fuese. Y así, venida la noche, dijo a todos que tenía que proveer de algunas cosas al ejército, y salió a caballo, sin saberse a dónde iba. Se metió en unas sierras nevadas que por allí había, y gracias al caballo pudo salir de ellas, habiendo pasado mucho peligro de morir en la nieve. Su teniente general, que había quedado en el campamento, quiso seguirle, y fue con cien hombres, algunos, de los más famosos, pero otros, que lo eran igualmente, como Piedrahita, Alonso Díaz, el capitán Diego de Gavilán,  su hermano Juan de Gavilán, el capitán Diego Méndez, el alférez Mateo del Sauz y otros muchos de la misma calidad y prendas, sabiendo que Francisco Hernández había huido, se marcharon al ejército real diciendo que querían servir a Su Majestad. Fueron bien recibidos, y en su día (los oidores de la Audiencia de Lima) les dieron a todos un documento con el Perdón Real de todo lo pasado, sellado con el Sello Real (y que, en varios casos, no tendrá en cuenta el virrey Marqués de Cañete)".

     Se dio orden de buscar a los huidos, para detenerlos inmediatamente, y, en algunos casos, ejecutarlos: "El día siguiente, los oidores mandaron al general Pablo de Meneses que, con ciento cincuenta hombres, persiguiera a los rebeldes, para prenderlos y castigarlos. Acertaron a seguir el rastro de Diego de Alvarado, teniente general de Girón, que llevaba cien españoles y  más de veinte negros. Meneses alcanzó a  los contrarios y se le rindieron, y luego hizo justicia de los más principales, que fueron Diego de Alvarado, Juan Cobo, Diego de Villalba, un tal Lugones, Albertos de Orduña, Bernardino de Robles (recordemos: yerno de Ruy Barba), Pedro de Sotelo, Francisco Rodríguez y (el tristemente famoso) Juan Enríquez de Orellana, que, aunque tenía ilustres apellidos, se preciaba de ser verdugo y pregonero. Fue verdugo de Francisco de Carvajal y del licenciado Diego de Alvarado, al que tenía presente. El general Pablo de Meneses le dijo: 'Ya que sabéis bien el oficio, dad garrote a estos caballeros amigos vuestros, pues los señores oidores os lo pagarán'. El verdugo le dijo a un soldado que conocía: 'creo que la paga será darme garrote a mí después de que haya matado a todos mis compañeros'. Y sucedió tal y como lo dijo, porque después de darles garrote y cortarles la cabeza, mandaron a dos negros que le dieran también garrote a él, como lo había hecho con los otros, que, además de los nombrados,  fueron en total unos doce".

 

     (Imagen) Me voy a adelantar hablando del capitán MIGUEL DE LA SERNA, a quien veremos enseguida apresando al rebelde Francisco Hernández Girón. El año 1561, Miguel de la Serna presentó un expediente (el de la imagen) donde presume de esa hazaña, y, además, dice claramente que también su padre fue conquistador, y murió sirviendo al Rey ("cuyo servicio deseo proseguirlo mejor.."). Afirma también haber sido siempre leal a la Corona, pero no fue exactamente así. Miguel  de la Serna llegó a Perú, como otros muchos, con la tropa que dejó allí (para evitar conflictos con Pizarro y Almagro) el gran Pedro de Alvarado, quien llegó a un acuerdo económico y se volvió a Guatemala, renunciando prudentemente a ser un gallo conquistador en corral ajeno. Miguel se estableció definitivamente en Huánuco, no sin antes haber vivido muchas peripecias. Una de ellas fue siniestra e imperdonable (muy censurada por los mismos españoles). Formaba parte de una tropa bajo el mando del gran capitán Francisco de Chaves, hombre habitualmente sensato, pero culpable de una masacre de indios conchucos (que habían cercado peligrosamente a Gonzalo Pizarro y a sus hombres), en la que no perdonó a mujeres ni a niños. Era aquel Chaves que después salió a dialogar con los que querían asesinar a Francisco Pizarro, y solo consiguió que lo mataran a él, y dejarles abierto el paso que les permitió hacer lo mismo con Pizarro. Más tarde, MIGUEL DE LA SERNA batalló frente al sublevado Diego de Almagro el Mozo, pero, contra lo que dice en su expediente, tuvo una fase de rebeldía, pues sirvió temporalmente a Gonzalo Pizarro. Lo prueba el hecho de que Doña Brianda de Acuña incluyó su nombre en una lista de demandados por la muerte de su marido, el virrey Blasco Núñez Vela. No cabe duda de que fue luego uno más de los que se pasaron al bando de Pedro de la Gasca, y, ya desde entonces, su trayectoria militar fue impecable, como lo atestigua el éxito de haber apresado (en compañía del capitán Juan Tello de Sotomayor) al último rebelde, Francisco Hernández Girón. Inca Garcilaso dice que MIGUEL DE LA SERNA era natural de Carrión. Hay dos poblaciones con ese nombre (una de ellas en Ciudad Real), pero, ante la duda, habrá que asignarle como patria chica Carrión de los Condes (Palencia), ya que, a solo diez kilómetros de este lugar, hay una localidad que se llama La Serna.




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