(886) A
pesar del intento de Girón de animar a su gente, ocurrió que él mismo se
decidió a dar la espantada: "Quedó tan perdido y desamparado con la huida
de Tomás Vázquez, que determinó huir hasta de los suyos, por temer de que la
mayoría le querían matar, para conseguir con su muerte que se les perdonara la
pena que todos ellos merecían por haberle servido contra Su Majestad. Además,
le dijeron algunos en secreto que sus capitanes hablaban de matarlo. Pero no
tenían tal pensamiento, sino solo el de
seguir a su lado (como después lo mostraron), si él se hubiese fiado de ellos.
Y fue tan riguroso en sus sospechas, que ni de su mujer, tan noble y virtuosa,
le permitieron fiarse, ni de ninguno de los suyos, por muy amigo que fuese. Y
así, venida la noche, dijo a todos que tenía que proveer de algunas cosas al
ejército, y salió a caballo, sin saberse a dónde iba. Se metió en unas sierras
nevadas que por allí había, y gracias al caballo pudo salir de ellas, habiendo
pasado mucho peligro de morir en la nieve. Su teniente general, que había
quedado en el campamento, quiso seguirle, y fue con cien hombres, algunos, de
los más famosos, pero otros, que lo eran igualmente, como Piedrahita, Alonso
Díaz, el capitán Diego de Gavilán, su
hermano Juan de Gavilán, el capitán Diego Méndez, el alférez Mateo del Sauz y
otros muchos de la misma calidad y prendas, sabiendo que Francisco Hernández
había huido, se marcharon al ejército real diciendo que querían servir a Su
Majestad. Fueron bien recibidos, y en su día (los oidores de la Audiencia de
Lima) les dieron a todos un documento con el Perdón Real de todo lo pasado,
sellado con el Sello Real (y que, en varios casos, no tendrá en cuenta el
virrey Marqués de Cañete)".
Se dio orden de buscar a los huidos, para
detenerlos inmediatamente, y, en algunos casos, ejecutarlos: "El día
siguiente, los oidores mandaron al general Pablo de Meneses que, con ciento
cincuenta hombres, persiguiera a los rebeldes, para prenderlos y castigarlos.
Acertaron a seguir el rastro de Diego de Alvarado, teniente general de Girón,
que llevaba cien españoles y más de
veinte negros. Meneses alcanzó a los contrarios
y se le rindieron, y luego hizo justicia de los más principales, que fueron
Diego de Alvarado, Juan Cobo, Diego de Villalba, un tal Lugones, Albertos de
Orduña, Bernardino de Robles (recordemos: yerno de Ruy Barba), Pedro de
Sotelo, Francisco Rodríguez y (el tristemente famoso) Juan Enríquez de
Orellana, que, aunque tenía ilustres apellidos, se preciaba de ser verdugo y
pregonero. Fue verdugo de Francisco de Carvajal y del licenciado Diego de
Alvarado, al que tenía presente. El general Pablo de Meneses le dijo: 'Ya que
sabéis bien el oficio, dad garrote a estos caballeros amigos vuestros, pues los
señores oidores os lo pagarán'. El verdugo le dijo a un soldado que conocía:
'creo que la paga será darme garrote a mí después de que haya matado a todos
mis compañeros'. Y sucedió tal y como lo dijo, porque después de darles garrote
y cortarles la cabeza, mandaron a dos negros que le dieran también garrote a
él, como lo había hecho con los otros, que, además de los nombrados, fueron en total unos doce".
(Imagen) Me voy a adelantar hablando del
capitán MIGUEL DE LA SERNA, a quien veremos enseguida apresando al rebelde
Francisco Hernández Girón. El año 1561, Miguel de la Serna presentó un
expediente (el de la imagen) donde presume de esa hazaña, y, además, dice
claramente que también su padre fue conquistador, y murió sirviendo al Rey
("cuyo servicio deseo proseguirlo mejor.."). Afirma también haber
sido siempre leal a la Corona, pero no fue exactamente así. Miguel de la Serna llegó a Perú, como otros muchos,
con la tropa que dejó allí (para evitar conflictos con Pizarro y Almagro) el
gran Pedro de Alvarado, quien llegó a un acuerdo económico y se volvió a
Guatemala, renunciando prudentemente a ser un gallo conquistador en corral
ajeno. Miguel se estableció definitivamente en Huánuco, no sin antes haber
vivido muchas peripecias. Una de ellas fue siniestra e imperdonable (muy
censurada por los mismos españoles). Formaba parte de una tropa bajo el mando
del gran capitán Francisco de Chaves, hombre habitualmente sensato, pero
culpable de una masacre de indios conchucos (que habían cercado peligrosamente
a Gonzalo Pizarro y a sus hombres), en la que no perdonó a mujeres ni a niños.
Era aquel Chaves que después salió a dialogar con los que querían asesinar a
Francisco Pizarro, y solo consiguió que lo mataran a él, y dejarles abierto el
paso que les permitió hacer lo mismo con Pizarro. Más tarde, MIGUEL DE LA SERNA
batalló frente al sublevado Diego de Almagro el Mozo, pero, contra lo que dice
en su expediente, tuvo una fase de rebeldía, pues sirvió temporalmente a
Gonzalo Pizarro. Lo prueba el hecho de que Doña Brianda de Acuña incluyó su
nombre en una lista de demandados por la muerte de su marido, el virrey Blasco
Núñez Vela. No cabe duda de que fue luego uno más de los que se pasaron al
bando de Pedro de la Gasca, y, ya desde entonces, su trayectoria militar fue
impecable, como lo atestigua el éxito de haber apresado (en compañía del
capitán Juan Tello de Sotomayor) al último rebelde, Francisco Hernández Girón.
Inca Garcilaso dice que MIGUEL DE LA SERNA era natural de Carrión. Hay dos
poblaciones con ese nombre (una de ellas en Ciudad Real), pero, ante la duda,
habrá que asignarle como patria chica Carrión de los Condes (Palencia), ya que,
a solo diez kilómetros de este lugar, hay una localidad que se llama La Serna.
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