(884) Era ya de noche cuando partió el ejército de Girón para
enfrentarse a las fuerzas del Rey: "Iban en silencio y con las mechas de los
arcabuces encendidas pero tapadas, para no ser vistos. Los del Rey estaban con sus escuadrones y en silencio total.
Los negros de Girón llegaron a la posición en la que habían estado los
contrarios, y, no encontrando resistencia, entraron al terreno y mataron
indios, caballos, mulas y cuanto por delante topaban. Entre los indios, mataron
a unos seis españoles que, por cobardes, estaban allí escondidos. Francisco Hernández
llegó poco después adonde estaban los escuadrones y puso frente a ellos toda su
arcabucería, sin que los de su Majestad respondiesen con disparos de arcabuz,
quedando a la espera de que los contrarios dispararan todos los suyos. Llegado
el momento, los de Rey descargaron toda la arcabucería y la artillería, pero
los unos y los otros lo hicieron en balde, por la oscuridad de la noche. El
tirano Girón, viendo que había errado los tiros, se dio por perdido, y solo
pensó en retirarse a su fuerte con el mejor orden posible. Pero no pudo evitar
que se le escaparan más de doscientos soldados que habían estado al servicio
del mariscal Alonso de Alvarado (se ve que el transfuguismo era moneda
corriente, según los peligros). Los soldados de Su Majestad quisieron ir
tras los que huían, pero los que mandaban en el ejército no consintieron que
saliesen de su orden, diciéndoles que se quedasen quietos. Y fue buena
decisión, porque, de una banda de jinetes que salieron a molestarles cuando
huían, resultó muerto un alférez e hirieron a tres vecinos del Cuzco: Diego de
Silva, Antón Ruiz de Guevara y Diego de Maldonado el Rico. La herida de Diego
de Maldonado fue extraña, pues se hizo incurable. Hasta que falleció, que
pasaron unos doce años desde la batalla, la tuvo abierta por consejo de los
médicos, pues decían que, si cerraban la herida, se moriría".
Luego el cronista repite que hicieron muy
bien los del Rey en no sacar toda la tropa tras los de Girón, porque habría
habido muchas muertes por ambas partes. Lo sorprendente fue que, sin más
historia, ahí terminó la batalla, que no fue tal. Así lo explica: "Francisco
Hernández Girón entró en su fuerte muy desfallecido en su ánimo, soberbia y
orgullo, por verse engañado en lo que tanto confiaba, que eran sus hechicerías,
con las cuales se sentía vencedor de todos
sus enemigos. Pero, por no desanimar a los suyos, mostró cara alegre, aunque no
pudo evitar que se le viese al descubierto la pena que en el corazón tenía. No
hubo más pelea en aquella batalla que la que he dicho, a pesar de lo que afirma
el cronista Palentino, pues, si tuviera razón, no habría quedado hombre con
vida. Él mismo reconoce que, del bando de los oidores, solo resultaron muertos unos
seis, y, heridos, unos treinta, y, del bando del tirano, diez muertos, con
muchos heridos y presos. Quedaron presos (se supone que provisionalmente)
los doscientos que habían sido del mariscal, más unos quince de Girón. Los
muertos y heridos del ejército del Rey, lo fueron por los suyos mismos, pues
era tan oscura la noche, que tiraban a ciegas, y se supo porque tenían las
heridas en la espalda".
(Imagen) Ampliaré algún dato sobre lo que
ya conté de ALONSO DE ALMARAZ. Por morir antes, no llegó a ver el desastre
final de Francisco Hernández Girón, pero tuvo que inquietarle mucho saber que
su hija, Doña Mencía de Almaraz, iba
camino de convertirse en su mujer. Girón era un militar joven y de enorme prestigio, que tenía en su hoja de servicios
brillantes hazañas de conquista, aunque también fama de implacable, entre otras
cosas, por haber influido para que el gran Sebastián de Benalcázar ordenara la
ejecución del honesto capitán Jorge Robledo, encargándose, además, de llevarla
a cabo y de manera humillante. ALONSO DE ALMARAZ, nacido en Almaraz (Cáceres),
llegó como funcionario a las Indias, pero (aunque, como ya dije, algunos lo han
puesto en duda) La Gasca nos confirma que tenía un puesto muy superior. Eso y
que era un hombre ejemplar, lo explica así en una carta que envió desde Lima al
Consejo de Indias en setiembre de 1549, ejecutado ya Gonzalo Pizarro: "Me dicen que
viene a esta tierra Alonso de Almaraz, gobernador (prueba inapelable) de
Tierra Firme (Centroamérica). Es una de las personas a las que yo más
aprecio, pues tiene la fidelidad que aquí escasea, y por eso me pareció que
sería muy bueno nombrarlo gobernador de las Charcas. Pues ese oficio es clave
para las recaudaciones de la Hacienda Real, y aquellas tierras están demasiado
alejadas del virrey y de la Audiencia, que han de residir aquí, en Lima. Hace
falta allí un hombre de cuya entereza y bondad se reciba satisfacción, y yo la
tengo de él. Pero será necesario que, por la excesiva carestía que las cosas
tiene en aquel lugar, se le asigne un buen salario. Dios me es testigo de que
yo le tengo buena voluntad por todo lo bueno que de él conozco y por el celo
que siempre le he visto en el servicio a su Majestad". No cuajó la idea, y en enero de 1550, añade: "El primero de enero encargué el oficio de
tesorero a Alonso de Almaraz. Y lo hice por tenerle por buena persona y buen
administrador de la Real Hacienda, y porque ya tenía experiencia de estos
oficios por haber sido contador durante años en Tierra Firme". Es difícil
creer que tal hombre simpatizara con la rebeldía de su futuro yerno, aunque,
como vimos, terminó siendo procesado por mala administración de los fondos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario