(876) La noticia de la derrota de los
leales al Rey en Chuquinga se difundió por todas partes: "En el Cuzco se
enteraron pronto porque llegaron a la ciudad siete soldados del mariscal,
llamándose su cabo Juan de Cardona. Cuando se enteraron los vecinos de la
derrota del mariscal, acordaron huir antes de que el tirano los matase. El
alcalde, Francisco Rodríguez de Villafuerte (recordemos que era otro de los
gloriosos Trece de la Fama), recogió a la gente que había, que, con los
siete soldados huidos, apenas llegaban a cuarenta. Unos, entre ellos el
alcalde, pararon a hacer noche a legua y media de la ciudad, y otros lo hicieron a unas cinco
leguas, que fueron los mejor librados, porque el 'buen' Juan de Cardona, cuando
pudo, se volvió al Cuzco, y se lo contó al teniente general de Girón, Diego de
Alvarado, el cual ya había llegado a la ciudad con la orden de que persiguiera
a los que habían huido tras ser derrotados en la batalla de Chuquinga. Sabiendo
Diego de Alvarado que el alcalde Francisco Rodríguez Villafuerte estaba tan
cerca con solo veinte hombres, le mandó que saliese al verdugo general, Antonio
González, con veinte soldados, y prendiese
al alcalde. Puso tan buena diligencia Alonso González, que, al día
siguiente, a las ocho, se los había entregado a todos a su teniente general. El
cual hizo ademán de matar al alcalde y a algunos de los suyos, pero, no
hallándoles culpa, los perdonó por intercesión de los suegros y amigos de
Francisco Hernández Girón". (Lo que quiere decir que, contra lo que yo
supuse, aún vivía su suegro, Alonso de Almaraz).
Dice el cronista que después Diego
Álvarez, cumpliendo órdenes de 'rapiña', se apropió de campanas en iglesias y conventos, dejando
solamente una en cada templo. Las querían para fundirlas y hacer armas y otros
útiles para el ejército: "En la catedral quitó dos, y se habrían llevado
las cinco que había, de no haberles amenazado el obispo y los clérigos con
excomuniones y maldiciones. Con cuatro campanas, hizo seis tiros de artillería,
y uno de ellos reventó cuando lo probaron. Al más pequeño, le pusieron en
letras la palabra Libertad". No pierde ocasión Inca Garcilaso de encontrar
la intervención de la Divina Providencia: "Estos tiros, que fueron hechos con metal que fue
dedicado y consagrado al servicio divino, no hicieron daño en persona alguna,
como más adelante veremos". Inca Garcilaso tenía entonces unos quince
años, y dice que fue testigo de estos hechos. Vio cómo también se dedicaron los
de Girón a robar a todos los vecinos leales al Rey que eran ricos y acababan de
morir en la batalla de Chuquinga. Consiguieron un buen botín, entre otros, el
que tenía enterrado en el huerto de su casa Alonso de Mesa, donde había sesenta
barras de plata tan grandes, que cada una valía más de trescientos ducados:
"Yo las vi sacar, pues, como su casa estaba cerca de la mi padre, me pasé
a ella al oír los gritos de los que las desenterraban. Pocos días después, trajeron
de la encomienda de indios de Juan de Saavedra 150 carneros cargados con 300
barras de plata, todas del mismo valor que las mencionadas. Se sospechó
entonces que, si Juan de Saavedra no quiso salir de la ciudad del Cuzco cuando
empezó la rebeldía de Girón, había sido para proteger esa plata, y, por mucho
guardar, no guardó nada, pues la perdió, y la vida por ella. El valor de estas partidas ascendió a 126.000
ducados, de a 365 maravedís cada uno (unos 500 kg de oro)".
(Imagen) Hablemos de alguien bajo cuyo mando (en Nuevo México y en Florida) estuvo
el recién mencionado Pedro Hernández el Leal: TRISTÁN DE LUNA Y ARELLANO. Fue uno más de los conquistadores a los que todo se les volvió en contra. Nació
el año 1514 en Borobia (Soria), en una familia de noble linaje. Llegó a México
en 1530, acompañado por Hernán Cortés (que regresaba de su primer viaje a
España) y su segunda mujer, Juana de Zúñiga, prima de Tristán, cuyo mejor
amigo, Luis de Castilla Osorio, también iba en el barco. Retornó a España, pero
volvió a México el año 1535, esta vez junto al virrey Antonio de Mendoza,
también primo suyo. Unos años después, se incorporó, como Pedro el Leal, a la
gran aventura de Coronado por tierras de Nuevo México, en busca de las Siete
Ciudades de Cíbola, con fama de poseer fantásticas riquezas de oro. Volvieron
el año 1542 con el mito hecho trizas, pero lograron grandes descubrimientos
geográficos, como el del Cañón del Colorado. Tristán consiguió, por su valía,
ser nombrado teniente general, pero regresó gravemente herido, enfermo y
arruinado, siendo acogido por su fiel amigo Luis de Castilla. El año 1545 se
casó en Oaxaca (México) con Isabel de Rojas, rica viuda y heredera de dos
maridos, con la que tuvo dos hijos. Dos años después, al fallecer en España
Hernán Cortés, Tristán le sucedió temporalmente como gobernador de México. Desde
la muerte del gran Hernando De Soto el
año 1542, las tierras de La Florida habían quedado olvidadas, pero el año 1558 Felipe
II quiso controlar aquella zona para impedir la llegada de molestos europeos.
El virrey Luis de Velasco le adjudicó la tarea a TRISTÁN DE LUNA Y ARELLANO, ya
viudo, encargándole que fundara alguna población y se asentara en la costa
atlántica. Hacia allá partió (también iba Pedro el Leal) con una impresionante expedición
de unos 500 soldados y 1.000 colonos. El viaje fue un infierno que duró dos
años: los huracanes y la hambruna diezmaron a los aventureros. Tuvieron que dar
la vuelta, quedando Tristán arruinado, inválido y sometido a los malos informes
de algunos acompañantes, por lo que fue destituido y enviado a España, donde,
al menos, le compensaron sus enormes pérdidas económicas. Decidió volver a
México, y allí fue nuevamente acogido por Luis de Castilla Osorio (qué gran
amigo…), terminando sus días el año 1573. Por fin, pudo descansar.
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