(871) Y, según dice Inca Garcilaso, se
cumplió al pie de la letra lo que dijo el soldado al que llamaban Coronel
Villalba. Enseguida puso Girón sus tropas en orden, con espacio suficiente,
mientras que los enemigos se verían obligados a avanzar de uno en uno, de
manera que podían dispararles con facilidad: "Martín de Robles, capitán
del mariscal, pasó el río con su compañía de arcabuceros, e, imaginándose vencedor por estimar en poco a los
contrarios, y deseoso de que nadie más participase de la honra de la victoria,
atacó con tanta prisa, que ni siquiera aguardó a que todos los soldados pasasen
el río, sino que empezó la batalla con los que lo habían atravesado. El agua
del río les había llegado hasta la cintura, y muchos no se dieron cuenta de que
se les mojó la pólvora. El capitán Piedrahita y sus compañeros, viendo llegar a
Miguel de Robles tan aprisa, y tan sin orden, le salieron al encuentro con gran
ánimo, y le dieron una muy buena rociada de arcabuces, matándole muchos
soldados, de manera que el capitán Robles y los suyos huyeron hasta volver a
pasar el río. Luego llegaron cerca del fuerte de Piedrahita los capitanes
Martín de Olmos y Juan Remón, los cuales, viendo que Martín de Robles había
fracasado en su acometida, quisieron ganar lo que el otro había perdido,
arremetieron con mucha furia contra los enemigos, pero los recibieron con otra
rociada de los arcabuces, y, aunque la pelea duró algún rato, tuvo la victoria
el capitán Juan de Piedrahita, que los hizo retirarse hasta el río con muerte y
heridas de muchos de ellos. Mientras le sucedieron estas dos desgracias al
mariscal por no querer Martín de Robles esperar el sonido de la trompeta,
ni guardar el orden que se le había
mandado, los demás capitanes y soldados del Rey bajaron al río. Los arcabuceros
de Francisco Hernández, viendo que los enemigos pasaban el río con mucho
trabajo, les salieron al encuentro y mataron, dentro del mismo río, a muchos de
ellos con los arcabuces. Fueron muchos los muertos y heridos en aquel paso, y
también en el llano, donde no les dejaron situar su escuadrón".
El cronista cita los nombres de los
capitanes más importantes del mariscal (a los que ya conocemos) que murieron en
ese enfrentamiento: Juan de Saavedra, el sargento mayor Villavicencio, Gómez de
Alvarado, Hernando Álvarez de Toledo, Don Gabriel de Guzmán, Diego de Ulloa,
Francisco de Barrientos y el alférez Simón Pinto. Los heridos fueron Martín de
Robles, Martín de Alarcón y Gonzalo Silvestre; y comenta el cronista: "El cual perdió en aquel lance un
caballo por el que le ofrecía dos días antes Martín de Robles doce mil ducados
(cuesta creerlo: eran unos 480.000 euros), y no lo quiso vender, para
servirse en la batalla de tan buen caballo". La vida de Silvestre ya la
conté, y merecería una amplia biografía. Fue un superviviente nato de mil
aventuras. Entre otras, la que, como vimos, protagonizó con el gran Hernando de
Soto en la campaña de Florida, donde descubrieron el río Misisipi. Además le
sirvió de fuente de información a Inca Garcilaso muchos años después, y murió
en España, muy anciano, en 1592.
(Imagen) Después de mucho tiempo, encontramos a un viejo amigo: DIEGO DE TRUJILLO.
Dije entonces de él que era uno de los cronistas de la conquista de Perú, que
contaba lo que vio, y que daba pena que su texto fuera demasiado breve, ya que
estaba muy bien escrito. Inca Garcilaso se limita ahora a incluirle en un grupo
que iba a ponerse al servicio del Rey contra Girón. Es posible que no lo
mencione más, así que aportaré otros datos sobre su vida. Diego nació el año
1502 en Trujillo (Cáceres), lugar cuajado de conquistadores de Perú. Llegó por
allí Francisco Pizarro en el único viaje que hizo a España, y se lo llevó a las
Indias, con otros paisanos suyos, el año 1530. A Diego le tocó vivir la parte
más esplendorosa de la proeza de Pizarro, el tiempo en que apresaron a
Atahualpa. Tuvo luego el acierto de volver a su tierra natal convertido en un
hombre rico por el botín obtenido, donde permaneció unos diez años, que le
sirvieron para evitarse el drama de la ejecución de Diego de Almagro, el
asesinato de Francisco Pizarro y la ejecución de Diego de Almagro el Mozo. Pero,
quizá porque le abrumara la nostalgia de las tierras peruanas, regresó hacia el
año 1546, aunque en mala hora, porque, al llegar, se vio envuelto en la
rebelión de Gonzalo Pizarro, al que se unió contra Pedro de la Gasca, es de
suponer que por su vieja amistad (sin duda jugaron juntos de niños en Trujillo,
y, para él, Francisco Pizarro habría sido como un heroico padre). Todo cambió cuando, encontrándose Diego de Trujillo en el
Cuzco, Diego Centeno tomó la ciudad en nombre del Rey. Probablemente fue entonces
cuando (pensemos que por un impulso de sensatez) se unió a Centeno para ponerse
al servicio de Pedro de la Gasca, bajo cuyo mando luchó en Jaquijaguana, donde
perdió la batalla y la vida su viejo amigo, Gonzalo Pizarro. Vencido luego
también Girón, DIEGO DE TRUJILLO se retiró al Cuzco, siendo siempre un hombre
muy querido allí por su carácter afable. Escribió tranquilamente, en 1571, su
amena y fiel crónica por encargo del virrey Francisco de Toledo, y murió el año
1576. Tuvo la suerte de no enterarse de que su brillante trabajo permaneció
desconocido hasta que el gran historiador peruano Raúl Porras Barrenechea
descubrió el texto el año 1935 en la Biblioteca Real de Madrid, y lo publicó después
con notas aclaratorias muy interesantes.
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