miércoles, 2 de diciembre de 2020

(Día 1281) Además de precipitado, el primer ataque de los de Alvarado careció de orden por culpa del fanfarrón Martín de Robles, y sufrieron un gran daño.

 

     (871) Y, según dice Inca Garcilaso, se cumplió al pie de la letra lo que dijo el soldado al que llamaban Coronel Villalba. Enseguida puso Girón sus tropas en orden, con espacio suficiente, mientras que los enemigos se verían obligados a avanzar de uno en uno, de manera que podían dispararles con facilidad: "Martín de Robles, capitán del mariscal, pasó el río con su compañía de arcabuceros, e, imaginándose  vencedor por estimar en poco a los contrarios, y deseoso de que nadie más participase de la honra de la victoria, atacó con tanta prisa, que ni siquiera aguardó a que todos los soldados pasasen el río, sino que empezó la batalla con los que lo habían atravesado. El agua del río les había llegado hasta la cintura, y muchos no se dieron cuenta de que se les mojó la pólvora. El capitán Piedrahita y sus compañeros, viendo llegar a Miguel de Robles tan aprisa, y tan sin orden, le salieron al encuentro con gran ánimo, y le dieron una muy buena rociada de arcabuces, matándole muchos soldados, de manera que el capitán Robles y los suyos huyeron hasta volver a pasar el río. Luego llegaron cerca del fuerte de Piedrahita los capitanes Martín de Olmos y Juan Remón, los cuales, viendo que Martín de Robles había fracasado en su acometida, quisieron ganar lo que el otro había perdido, arremetieron con mucha furia contra los enemigos, pero los recibieron con otra rociada de los arcabuces, y, aunque la pelea duró algún rato, tuvo la victoria el capitán Juan de Piedrahita, que los hizo retirarse hasta el río con muerte y heridas de muchos de ellos. Mientras le sucedieron estas dos desgracias al mariscal por no querer Martín de Robles esperar el sonido de la trompeta, ni  guardar el orden que se le había mandado, los demás capitanes y soldados del Rey bajaron al río. Los arcabuceros de Francisco Hernández, viendo que los enemigos pasaban el río con mucho trabajo, les salieron al encuentro y mataron, dentro del mismo río, a muchos de ellos con los arcabuces. Fueron muchos los muertos y heridos en aquel paso, y también en el llano, donde no les dejaron situar su escuadrón".

     El cronista cita los nombres de los capitanes más importantes del mariscal (a los que ya conocemos) que murieron en ese enfrentamiento: Juan de Saavedra, el sargento mayor Villavicencio, Gómez de Alvarado, Hernando Álvarez de Toledo, Don Gabriel de Guzmán, Diego de Ulloa, Francisco de Barrientos y el alférez Simón Pinto. Los heridos fueron Martín de Robles, Martín de Alarcón y Gonzalo Silvestre; y comenta el cronista:  "El cual perdió en aquel lance un caballo por el que le ofrecía dos días antes Martín de Robles doce mil ducados (cuesta creerlo: eran unos 480.000 euros), y no lo quiso vender, para servirse en la batalla de tan buen caballo". La vida de Silvestre ya la conté, y merecería una amplia biografía. Fue un superviviente nato de mil aventuras. Entre otras, la que, como vimos, protagonizó con el gran Hernando de Soto en la campaña de Florida, donde descubrieron el río Misisipi. Además le sirvió de fuente de información a Inca Garcilaso muchos años después, y murió en España, muy anciano, en 1592.

 

     (Imagen) Después de mucho tiempo, encontramos a un viejo amigo: DIEGO DE TRUJILLO. Dije entonces de él que era uno de los cronistas de la conquista de Perú, que contaba lo que vio, y que daba pena que su texto fuera demasiado breve, ya que estaba muy bien escrito. Inca Garcilaso se limita ahora a incluirle en un grupo que iba a ponerse al servicio del Rey contra Girón. Es posible que no lo mencione más, así que aportaré otros datos sobre su vida. Diego nació el año 1502 en Trujillo (Cáceres), lugar cuajado de conquistadores de Perú. Llegó por allí Francisco Pizarro en el único viaje que hizo a España, y se lo llevó a las Indias, con otros paisanos suyos, el año 1530. A Diego le tocó vivir la parte más esplendorosa de la proeza de Pizarro, el tiempo en que apresaron a Atahualpa. Tuvo luego el acierto de volver a su tierra natal convertido en un hombre rico por el botín obtenido, donde permaneció unos diez años, que le sirvieron para evitarse el drama de la ejecución de Diego de Almagro, el asesinato de Francisco Pizarro y la ejecución de Diego de Almagro el Mozo. Pero, quizá porque le abrumara la nostalgia de las tierras peruanas, regresó hacia el año 1546, aunque en mala hora, porque, al llegar, se vio envuelto en la rebelión de Gonzalo Pizarro, al que se unió contra Pedro de la Gasca, es de suponer que por su vieja amistad (sin duda jugaron juntos de niños en Trujillo, y, para él, Francisco Pizarro habría sido como un heroico padre). Todo cambió  cuando, encontrándose Diego de Trujillo en el Cuzco, Diego Centeno tomó la ciudad en nombre del Rey. Probablemente fue entonces cuando (pensemos que por un impulso de sensatez) se unió a Centeno para ponerse al servicio de Pedro de la Gasca, bajo cuyo mando luchó en Jaquijaguana, donde perdió la batalla y la vida su viejo amigo, Gonzalo Pizarro. Vencido luego también Girón, DIEGO DE TRUJILLO se retiró al Cuzco, siendo siempre un hombre muy querido allí por su carácter afable. Escribió tranquilamente, en 1571, su amena y fiel crónica por encargo del virrey Francisco de Toledo, y murió el año 1576. Tuvo la suerte de no enterarse de que su brillante trabajo permaneció desconocido hasta que el gran historiador peruano Raúl Porras Barrenechea descubrió el texto el año 1935 en la Biblioteca Real de Madrid, y lo publicó después con notas aclaratorias muy interesantes.




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