sábado, 12 de diciembre de 2020

(Día 1290) Pedro Hernández Leal, fingiendo tener que hacer 'una necesidad', logró escapar del ejército del rebelde Girón, quien se dirigía a Pucará para dar la última batalla.

 

     (880) Las tropas reales continuaron avanzando, pero dice el cronista que seguía habiendo discusiones entre los mandos: "Llegaron a siete leguas de la ciudad, aunque con mucho malestar entre los jefes, porque casi siempre, en lo que convenía ordenar que hiciese el ejército, se  mostraba la rivalidad que había entre ellos, unos mandando y otros desmandando". Continúa el cronista con  una anécdota relativa al 'Leal' que ya conocemos. Acabamos de ver que Francisco Hernández Girón, después de apresarlo, le perdonó la vida por insistencia de algunos hombres suyos, pero está claro que fue con la condición de que se incorporara  a su ejército. Y esto es lo que pasó después: "Estando yo en el Cuzco en un corredor de la casa de mi padre, a las tres de la tarde, vi entrar por la puerta de la calle a Pedro Hernández el Leal montado en su caballo Pajarillo, y, sin hablarle, entré corriendo al aposento de Garcilaso, mi señor, a darle la buena nueva. El cual salió aprisa y abrazó a Pedro Hernández con grandísimo regocijo de ambos. Nos contó que el día anterior, según caminaba el  ejército del tirano, a poco más de una legua de la ciudad del Cuzco, se apartó de ellos fingiendo una necesidad, entró por unas peñas del camino y, ocultándose con ellas, subió por aquella sierra hasta alejarse de los enemigos, y de esta manera escapó de ellos. Después se juntó con mi padre al ejército de su Majestad, y sirvió en aquella guerra hasta que se acabó, volviendo después con Garcilaso, mi señor, al Cuzco".

     Quien iba a establecer el lugar de la batalla era Francisco Hernández Girón, y los del ejército real, informados constantemente de su itinerario, lo seguían de cerca: "Caminaban con buen orden y muy alertas por si fuese menester pelear, pues temían que el tirano los esperara para dar la batalla en algún paso estrecho. Pero los enemigos no pensaban hacerlo, y caminaron sin pesadumbre alguna hasta un pueblo que se llama Pucará, a cuarenta leguas del Cuzco, sirviéndose de los soldados negros para que les trajeran el ganado y las provisiones que había por la comarca. Por el camino no dejaban de encontrarse corredores de un bando y del otro, pero no llegaron a pelear, y así, supieron que Francisco Hernández Girón los esperaba en Pucará, para darles allí la batalla. No faltaron traidores de una y otra parte huyendo al bando contrario. Los oidores mandaron que alguien volviese atrás para traer la munición de pólvora, mecha y plomo que habían dejado en Andahuaylas, porque no llegaban los que tenían que hacerlo, pero, con la diligencia que puso el enviado, que fue Pedro de Cianca, llegó al campamento parte de la munición un día antes de la batalla, lo cual dio gran contento a todo el ejército.

     Fue entonces cuando se enteraron los oidores del fracaso que había tenido Gómez Solís en Arequipa, donde, como vimos hace poco,  no solo salió sin refuerzos, sino que tuvo que huir por el acoso de los de Girón: "Recibieron mucha pesadumbre por la noticia, pero, no pudiendo remediarla, disimularon su enojo, y siguieron caminando hacia Pucará. Allí el enemigo estaba alojado con muchas ventajas (como pasó en la batalla anterior), porque el sitio era tan fuerte, que no podía acometerse por parte alguna, no teniendo más entrada que un callejón estrecho que iba dando vueltas".

 

     (Imagen) ANTONIO DE LUJÁN debía de ser un hombre cruel. Recordemos que en 1546 Francisco de Carvajal le escribió a Gonzalo Pizarro (con su peculiar fe cristiana) que habían intentado matarlo: "Pero Dios conduce las cosas como a su santo servicio conviene, y me lo descubrieron Juan Remón y Antonio de Luján, que estaban conjurados para la traición". El innoble chivatazo les costó la vida a cinco de los cabecillas. Juan Remón y Antonio de Luján se pasaron más tarde al bando de La Gasca. Pero, muerto Gonzalo Pizarro, ambos volvieron a las andadas, participando en las rebelión que inició Sebastián de Castilla al asesinar a Pedro de Hinojosa. Por entonces, Antonio de Luján, al servicio del también amotinado Egas de Guzmán (que lo había nombrado alcalde de Potosí), mató al contador Hernando de Alvarado, sin tener pruebas de que fuera cómplice de Hinojosa. Juan Remón abandonó a los rebeldes cuando quisieron que participara en un atentado contra el mariscal Alonso de Alvarado (que no llegó a ocurrir). La espantada de ANTONIO DE LUJÁN fue distinta, y rubricada brutalmente. Alguien, tras avisarle de que sus propios hombres, en un intento de congraciarse con el Rey, habían matado a Castilla, le pidió que él hiciera lo mismo con Egas de Guzmán, y, con la ayuda de otros, lo llevó a cabo. Alejados después de todo contacto con rebeldes, Remón se fue a Chile, y acabamos de verle a ANTONIO DE LUJÁN actuando, como capitán de las tropas del Rey, contra el último de los sublevados importantes, Francisco Hernández Girón. Entonces, le ocurrió lo que nos cuenta Inca Garcilaso: "Los leales a la Corona sabían que Francisco Hernández Girón seguía la ruta del Cuzco, aunque desconociendo que evitaría entrar en la ciudad. Yendo en su persecución, ocurrió una desgracia que todos lamentaron. El capitán ANTONIO DE LUJÁN  se paró a beber al borde del río Abancay, se le deslizaron los pies en la peña en que se había situado, dio con la nuca donde tenía los pies, cayó al agua, y desapareció, sin que pudieran encontrarlo. Una cota que tenía puesta, la llevaron los indios dos años después al Cuzco, siendo corregidor mi padre". Lo cual nos revela también lo bien situado socialmente que estaba su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega, a pesar de las dudosas fidelidades que tuvo en tiempos difíciles. (La definitiva batalla contra Girón va a ser en Pucará, a 280 km al sur del Cuzco, y junto al lago Titicaca).




No hay comentarios:

Publicar un comentario