(880) Las tropas reales continuaron
avanzando, pero dice el cronista que seguía habiendo discusiones entre los
mandos: "Llegaron a siete leguas de la ciudad, aunque con mucho malestar
entre los jefes, porque casi siempre, en lo que convenía ordenar que hiciese el
ejército, se mostraba la rivalidad que
había entre ellos, unos mandando y otros desmandando". Continúa el
cronista con una anécdota relativa al
'Leal' que ya conocemos. Acabamos de ver que Francisco Hernández Girón, después
de apresarlo, le perdonó la vida por insistencia de algunos hombres suyos, pero
está claro que fue con la condición de que se incorporara a su ejército. Y esto es lo que pasó después:
"Estando yo en el Cuzco en un corredor de la casa de mi padre, a las tres
de la tarde, vi entrar por la puerta de la calle a Pedro Hernández el Leal
montado en su caballo Pajarillo, y, sin hablarle, entré corriendo al aposento
de Garcilaso, mi señor, a darle la buena nueva. El cual salió aprisa y abrazó a
Pedro Hernández con grandísimo regocijo de ambos. Nos contó que el día
anterior, según caminaba el ejército del
tirano, a poco más de una legua de la ciudad del Cuzco, se apartó de ellos
fingiendo una necesidad, entró por unas peñas del camino y, ocultándose con
ellas, subió por aquella sierra hasta alejarse de los enemigos, y de esta
manera escapó de ellos. Después se juntó con mi padre al ejército de su
Majestad, y sirvió en aquella guerra hasta que se acabó, volviendo después con
Garcilaso, mi señor, al Cuzco".
Quien iba a establecer el lugar de la
batalla era Francisco Hernández Girón, y los del ejército real, informados
constantemente de su itinerario, lo seguían de cerca: "Caminaban con buen
orden y muy alertas por si fuese menester pelear, pues temían que el tirano los
esperara para dar la batalla en algún paso estrecho. Pero los enemigos no
pensaban hacerlo, y caminaron sin pesadumbre alguna hasta un pueblo que se
llama Pucará, a cuarenta leguas del Cuzco, sirviéndose de los soldados negros
para que les trajeran el ganado y las provisiones que había por la comarca. Por
el camino no dejaban de encontrarse corredores de un bando y del otro, pero no
llegaron a pelear, y así, supieron que Francisco Hernández Girón los esperaba
en Pucará, para darles allí la batalla. No faltaron traidores de una y otra
parte huyendo al bando contrario. Los oidores mandaron que alguien volviese
atrás para traer la munición de pólvora, mecha y plomo que habían dejado en
Andahuaylas, porque no llegaban los que tenían que hacerlo, pero, con la
diligencia que puso el enviado, que fue Pedro de Cianca, llegó al campamento
parte de la munición un día antes de la batalla, lo cual dio gran contento a
todo el ejército.
Fue entonces cuando se enteraron los
oidores del fracaso que había tenido Gómez Solís en Arequipa, donde, como vimos
hace poco, no solo salió sin refuerzos,
sino que tuvo que huir por el acoso de los de Girón: "Recibieron mucha
pesadumbre por la noticia, pero, no pudiendo remediarla, disimularon su enojo,
y siguieron caminando hacia Pucará. Allí el enemigo estaba alojado con muchas
ventajas (como pasó en la batalla anterior), porque el sitio era tan
fuerte, que no podía acometerse por parte alguna, no teniendo más entrada que
un callejón estrecho que iba dando vueltas".
(Imagen) ANTONIO DE LUJÁN debía de ser un hombre cruel. Recordemos que en 1546
Francisco de Carvajal le escribió a Gonzalo Pizarro (con su peculiar fe
cristiana) que habían intentado matarlo: "Pero Dios conduce las cosas como
a su santo servicio conviene, y me lo descubrieron Juan Remón y Antonio de
Luján, que estaban conjurados para la traición". El innoble chivatazo les
costó la vida a cinco de los cabecillas. Juan Remón y Antonio de Luján se pasaron
más tarde al bando de La Gasca. Pero, muerto Gonzalo Pizarro, ambos volvieron a
las andadas, participando en las rebelión que inició Sebastián de Castilla al
asesinar a Pedro de Hinojosa. Por entonces, Antonio de Luján, al servicio del
también amotinado Egas de Guzmán (que lo había nombrado alcalde de Potosí),
mató al contador Hernando de Alvarado, sin tener pruebas de que fuera cómplice
de Hinojosa. Juan Remón abandonó a los rebeldes cuando quisieron que participara
en un atentado contra el mariscal Alonso de Alvarado (que no llegó a ocurrir).
La espantada de ANTONIO DE LUJÁN fue distinta, y rubricada brutalmente. Alguien,
tras avisarle de que sus propios hombres, en un intento de congraciarse con el
Rey, habían matado a Castilla, le pidió que él hiciera lo mismo con Egas de
Guzmán, y, con la ayuda de otros, lo llevó a cabo. Alejados después de todo
contacto con rebeldes, Remón se fue a Chile, y acabamos de verle a ANTONIO DE
LUJÁN actuando, como capitán de las tropas del Rey, contra el último de los sublevados
importantes, Francisco Hernández Girón. Entonces, le ocurrió lo que nos cuenta
Inca Garcilaso: "Los leales a la Corona sabían que Francisco Hernández
Girón seguía la ruta del Cuzco, aunque desconociendo que evitaría entrar en la
ciudad. Yendo en su persecución, ocurrió una desgracia que todos lamentaron. El
capitán ANTONIO DE LUJÁN se paró a beber
al borde del río Abancay, se le deslizaron los pies en la peña en que se había
situado, dio con la nuca donde tenía los pies, cayó al agua, y desapareció, sin
que pudieran encontrarlo. Una cota que tenía puesta, la llevaron los indios dos
años después al Cuzco, siendo corregidor mi padre". Lo cual nos revela
también lo bien situado socialmente que estaba su padre, Sebastián Garcilaso de
la Vega, a pesar de las dudosas fidelidades que tuvo en tiempos difíciles. (La
definitiva batalla contra Girón va a ser en Pucará, a 280 km al sur del Cuzco,
y junto al lago Titicaca).
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