viernes, 11 de diciembre de 2020

(Día 1289) Girón le reprochó la poca fidelidad a su causa de los vecinos del Cuzco a su alcalde, Francisco Rodríguez de Villafuerte, cuyo hijo, según Inca Garcilaso, era un gran artesano. Los leales al Rey lograron atravesar el río Apurimac.

 

     (879) Francisco Hernández Girón siguió el consejo de los supuestos adivinos, aunque, primeramente, recibió una visita en las proximidades del Cuzco: "Se detuvo a las espaldas de la ciudad, donde fue a verlo Francisco Rodríguez de Villafuerte, alcalde ordinario del lugar, a quien Girón le dijo grandes maldades de sus vecinos, asegurando que los debería matar porque no se unieron a su rebeldía, todo ello con palabras falsas, considerándolos culpables por no querer seguirle.   Desde allí continuó su camino pasando con el ejército por encima de la ciudad del Cuzco, como se lo mandaron sus hechiceros. Llevaba consigo a su mujer, contra la voluntad de sus suegros, a los que les dijo que no quería dejar que la alcanzaran sus enemigos y se vengasen de él en ella".

     Ya vimos la espléndida hoja de servicios que se forjó en el Perú Francisco Rodríguez de Villafuerte, siendo, entre otras cosas, uno de los gloriosos Trece de la Fama. Es de suponer que la visita que le hizo al rebelde Girón fue simplemente protocolaria y diplomática, ya que tampoco él era amigo de deslealtades a la Corona. Por su parte, Inca Garcilaso, se toma un pequeño respiro para  hablar de algo que le emocionó personalmente, por un detalle de un viejo amigo: "El hijo segundo de Francisco de Villafuerte vive en Salamanca años ha, donde florece en todas las ciencias. Se llama Feliciano Rodríguez de Villafuerte, nombre bien apropiado por su bello ingenio. Este año de mil seiscientos once me hizo merced de un retablo pequeño lleno de reliquias santas, y, entre ellas, un lignum crucis, cubierto con un cristal y guarnecido de madera muy bien labrada por los cuatro costados. Con el relicario me envió dos relojes hechos por su mano. Uno es de sol, y el otro está galanamente adornado, teniendo la luna su creciente y su menguante, todo lo cual se ve muy claro en su movimiento circular. Todo lo ha hecho con sus propias manos, lo material y lo que es científico, y ha hecho que se admiren quienes lo han visto. Yo me he llenado de vanagloria al ver que un hombre nacido en mi tierra, y en mi ciudad (el Cuzco), haga obras tan galanas y tan ingeniosas, que admiren a los de acá (España). Lo cual es prueba del galano ingenio y la mucha habilidad que los naturales del Perú, tanto mestizos como criollos, tienes para todas las ciencias y las artes, como ya lo aseguré anteriormente, basándome en la autoridad de  nuestro preceptor y maestro el licenciado Juan de Cuéllar, canónigo de la santa iglesia del Cuzco. Sea Dios Nuestro Señor loado por todo. Amén". Otro detalle curioso es que los numerosos hijos de Francisco Rodríguez de Villafuerte fueron muy modernos en el uso de los apellidos. Su madre se llamaba Catalina de Retes, y ellos, sin excepción, se apellidaron 'Rodríguez de Villafuerte Retes', cosa muy rara en aquello tiempos.

     Los soldados del ejército de su Majestad, persiguiendo a Girón, llegaron al bravo río Apurimac, y lograron hacer algo a lo que nadie se atrevía, gracias a que un soldado llamado Francisco Menacho, que iba adelantado, había osado atravesarlo por un lugar que le pareció viable: "Con esta noticia, aunque temerosos, decidieron hacerlo todos los del ejército, para no retrasarse preparando un puente. Pusieron la caballería en medio del río para que quebrase la furia de su corriente, y así pasaron, sin ningún peligro, la infantería, los indios cargados y la artillería con las piezas al hombro. Aunque entonces lo consiguió todo un ejército, nadie se ha atrevido a intentarlo de nuevo".

 

     (Imagen) En la imagen anterior me referí a un clérigo ejemplar, el franciscano Martín de Robleda. Ahora veremos a alguien que fue la otra cara de la moneda; sin entrar en honduras, nos fijaremos  en sus méritos y en su carácter. Se trata de RODRIGO GONZÁLEZ MARMOLEJO.  Nació en Carmona (Sevilla) el año 1488, siendo,  sin duda, paisano y pariente muy cercano del soldado e interesante cronista de Chile Alonso de Góngora Marmolejo (del que ya conté algo). Llegó como fraile dominico a Lima en 1536, y pasó de inmediato al clero secular, justo lo contrario de lo que hizo el gran Bartolomé de las Casas, quien dejó de ser cura de parroquia adinerado para profesar como dominico (su proceso de canonización sigue en marcha). El reverendo Rodrigo estuvo de capellán con Francisco Pizarro, durante sus conflictos con Diego de Almagro, y después con Pedro de Candía (de apasionante biografía y triste final, como ya vimos), en la desafortunada y durísima expedición que le encargó Hernando Pizarro (año 1538) por tierras de los indios chunchos. Llegó a Chile con las tropas de Pedro de Valdivia en 1540, tras un viaje de pesadilla, y  estuvo presente en la fundación de Santiago de Chile, donde dicen que le enseñó a leer a la amante de Pedro, la incomparable Inés Suárez. Pronto hizo el clérigo algo muy poco espiritual: criaba caballos (que dieron origen a la famosa raza chilena), disfrutaba de encomiendas de indios, y, con el tiempo, tuvo hasta una mina de plata (al dejar de ser dominico, no estaba sujeto al voto de pobreza). Era, ciertamente, una inclinación mundana, pero no se puede olvidar que, incluso como capellán, corrió graves peligros en las campañas. Eso no le impidió seguir progresando en su carrera eclesiástica. En 1547, el obispo del Cuzco, Juan Solano (otro dominico de armas tomar) lo nombró vicario suyo en Santiago de Chile. RODRIGO GONZÁLEZ MARMOLEJO, hombre poco ascético, murió de gota, dejando una sustanciosa herencia. Fue nombrado obispo de Chile en 1561, sin duda por muerte de Martín de Robleda, que ya lo era, y a quien le había disputado el cargo. Pero le pasó lo mismo que a Robleda: murió (en Santiago de Chile el año 1564) sin haber sido consagrado en tal dignidad. Parece ser que fue generoso haciendo donativos y facilitando préstamos (quizá con intereses). Pero, en algunos juicios, se presentaron pruebas de su vida poco ejemplar.




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