martes, 22 de diciembre de 2020

(Día 1299) Llegó el momento de la degradante ejecución del último gran rebelde: Francisco Hernández Girón. Empezará el problema de los oidores para premiar a los que lucharon contra él.

 

     (889) Los oidores, lograda la victoria, pero sin saber todavía  si Girón había sido apresado, organizaron los cargos públicos: "Mandaron que el capitán Juan Remón fuese corregidor de la ciudad de la Paz, el capitán Juan de Sandoval, de la ciudad de la Plata, y Garcilaso de la Vega, corregidor y gobernador de la ciudad del Cuzco, siendo su teniente el licenciado Monjaraz, el cual, mediante la buena condición y afabilidad de su corregidor, se portó tan bien, que, después de un trienio, le dieron otro corregimiento, no ocurriendo lo mismo con su sucesor, como luego veremos". Capitanes y soldados tenían ya mucha prisa por recibir los jugosos premios que creían merecer por las batallas y victorias pasadas, a lo que los oidores les respondían que tuvieran paciencia, pues ya lo decidirían en cuanto se recibiese la noticia del apresamiento de Girón. La gente se calmó, pero cuando se supo que ya había ocurrido, los oidores fueron de inmediato hacia Lima, para tramitar el castigo que le iban a dar al derrotado capitán: "Y así, salió el doctor Sarabia unos siete días antes de que lo hicieran el licenciado Santillán, el licenciado Mercado y sus compañeros. En Lima, los capitanes Juan Tello y Miguel de la Serna llevaron a Francisco Hernández, su prisionero, hasta la Cárcel Real de la Cancillería, y se lo entregaron a su alcalde, a quien le pidieron testimonio de ello, y se lo dio. El doctor Sarabia llegó tres días después, y, unos ocho días más tarde, se produjo la sentencia y muerte del preso".

     Para continuar con el relato de la muerte de Girón, comienza Inca Garcilaso con la descripción que hace el cronista Palentino: "Le tomaron su confesión, y la terminó diciendo que pensaban como él la mayoría de los hombres, las mujeres, los niños, los viejos, los frailes, los clérigos y los letrados del reino. Lo sacaron a ajusticiar al mediodía, arrastrándole metido en un serón, atado a la cola de un rocín, y con voz del pregonero, que decía: 'Esta es la justicia que manda hacer Su Majestad y el magnífico caballero Don Pedro de Portocarrero, maestre de campo, a este hombre, por traidor a la Corona Real y alborotador de estos reinos, mandando cortarle la cabeza por ello, y fijarla en el rollo de esta ciudad, y que sus casas sean derribadas y sembradas de sal, poniendo en ellas un mármol con un rótulo que declare su delito'. Murió cristianamente, mostrando gran arrepentimiento de los males y daños que había causado".

     Tras las palabras del Palentino, sigue comentando Inca Garcilaso: "Francisco Hernández Girón acabó como se ha dicho. Pusieron su cabeza en el rollo de la ciudad de Lima, en una jaula de hierro, a mano derecha de la de Gonzalo Pizarro y la de Francisco de Carvajal. Sus casas, que estaban en el Cuzco (como la del cronista), donde nació su rebelión,  no se derribaron, ni ocurrió nada más que lo referido. La rebelión de Francisco Hernández, desde el día de su comienzo hasta el de su fin, duró trece meses y algunos pocos días más". Sin olvidar que hubo un breve conato anterior. Quizá no se destruyeron las casas por la deriva que tomó su mujer y la familia de ella, como veremos en dos imágenes.

 

     (Imagen) Qué dura tuvo que ser esta tragedia de Francisco Hernández Girón para su mujer, DOÑA MENCÍA DE ALMARAZ Y SOSA, y para sus familiares, convertidos todos en parias de aquellas ciudades en las que gran parte de los vecinos habían recibido con desenfrenado entusiasmo la derrota y muerte del capitán rebelde. El padre de Mencía ya había muerto. Ella, su madre, tres hermanas y un hermano (al menos) profesaron religiosamente. Quizá fuera una solución para su tragedia social, o se tratara de una familia muy piadosa, o ambas cosas a la vez. No se puede olvidar tampoco que Mencía estaba encantada con la rebelión de su marido, al que acompañaba en sus correrías militares. Derrotado Girón, ella fue al Cuzco, donde la protegió caballerosamente de iras y castigos Melchor Bravo de Sarabia (a quien acabo de dedicarle una imagen), insistiendo en que no era responsable de las culpas de su marido. Poco después Mencía fue a la casa que tenía la familia en Lima, estando allí cuando ejecutaron a Girón, muerto con solo 44 años. Es evidente que la familia no quedó en la miseria, pues ella y su madre, Doña Leonor de Portocarrero, tuvieron dinero y energía suficientes para crear una fundación religiosa. En principio era algo sencillo, un beaterio, que pronto (en 1558) se convirtió en el Monasterio de la Encarnación de Lima, de la orden agustina, siendo el primero de monjas que se instituyó en todo Perú. Es probable que su patrimonio fuera respetado debido a que lo iban a emplear en algo tan respetable. El ejempló cundió, y surgieron después más conventos promovidos por viudas ricas, como hizo la dos veces viuda y extraordinaria mujer Inés Muñoz, cuñada de Francisco Pizarro por haber estado casada con su hermano de madre Francisco Martín de Alcántara, los cuales fueron asesinados juntos. En su monasterio, ejerció primeramente como abadesa la madre de DOÑA MENCÍA DE ALMARAZ, y luego ella, dando la casualidad de que ambas lo fueron durante 28 años. Se diría que toda su familia buscó refugio y consuelo en la vida espiritual, pues estaban en el mismo convento otras tres hermanas de Mencía, y, como veremos en la próxima imagen, tuvo un hermano que fue un importante personaje eclesiástico, el también agustino Fray Juan de Almaraz.




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