(889) Los oidores, lograda la victoria,
pero sin saber todavía si Girón había
sido apresado, organizaron los cargos públicos: "Mandaron que el capitán
Juan Remón fuese corregidor de la ciudad de la Paz, el capitán Juan de
Sandoval, de la ciudad de la Plata, y Garcilaso de la Vega, corregidor y
gobernador de la ciudad del Cuzco, siendo su teniente el licenciado Monjaraz,
el cual, mediante la buena condición y afabilidad de su corregidor, se portó
tan bien, que, después de un trienio, le dieron otro corregimiento, no ocurriendo
lo mismo con su sucesor, como luego veremos". Capitanes y soldados tenían
ya mucha prisa por recibir los jugosos premios que creían merecer por las
batallas y victorias pasadas, a lo que los oidores les respondían que tuvieran
paciencia, pues ya lo decidirían en cuanto se recibiese la noticia del
apresamiento de Girón. La gente se calmó, pero cuando se supo que ya había
ocurrido, los oidores fueron de inmediato hacia Lima, para tramitar el castigo
que le iban a dar al derrotado capitán: "Y así, salió el doctor Sarabia
unos siete días antes de que lo hicieran el licenciado Santillán, el licenciado
Mercado y sus compañeros. En Lima, los capitanes Juan Tello y Miguel de la
Serna llevaron a Francisco Hernández, su prisionero, hasta la Cárcel Real de la
Cancillería, y se lo entregaron a su alcalde, a quien le pidieron testimonio de
ello, y se lo dio. El doctor Sarabia llegó tres días después, y, unos ocho días
más tarde, se produjo la sentencia y muerte del preso".
Para continuar con el relato de la muerte
de Girón, comienza Inca Garcilaso con la descripción que hace el cronista
Palentino: "Le tomaron su confesión, y la terminó diciendo que pensaban
como él la mayoría de los hombres, las mujeres, los niños, los viejos, los
frailes, los clérigos y los letrados del reino. Lo sacaron a ajusticiar al
mediodía, arrastrándole metido en un serón, atado a la cola de un rocín, y con
voz del pregonero, que decía: 'Esta es la justicia que manda hacer Su Majestad
y el magnífico caballero Don Pedro de Portocarrero, maestre de campo, a este
hombre, por traidor a la Corona Real y alborotador de estos reinos, mandando
cortarle la cabeza por ello, y fijarla en el rollo de esta ciudad, y que sus
casas sean derribadas y sembradas de sal, poniendo en ellas un mármol con un
rótulo que declare su delito'. Murió cristianamente, mostrando gran
arrepentimiento de los males y daños que había causado".
Tras las palabras del Palentino, sigue
comentando Inca Garcilaso: "Francisco Hernández Girón acabó como se ha
dicho. Pusieron su cabeza en el rollo de la ciudad de Lima, en una jaula de
hierro, a mano derecha de la de Gonzalo Pizarro y la de Francisco de Carvajal.
Sus casas, que estaban en el Cuzco (como la del cronista), donde nació
su rebelión, no se derribaron, ni
ocurrió nada más que lo referido. La rebelión de Francisco Hernández, desde el
día de su comienzo hasta el de su fin, duró trece meses y algunos pocos días
más". Sin olvidar que hubo un breve conato anterior. Quizá no se destruyeron
las casas por la deriva que tomó su mujer y la familia de ella, como veremos en
dos imágenes.
(Imagen) Qué dura tuvo que ser esta
tragedia de Francisco Hernández Girón para su mujer, DOÑA MENCÍA DE ALMARAZ Y SOSA,
y para sus familiares, convertidos todos en parias de aquellas ciudades en las
que gran parte de los vecinos habían recibido con desenfrenado entusiasmo la
derrota y muerte del capitán rebelde. El padre de Mencía ya había muerto. Ella,
su madre, tres hermanas y un hermano (al menos) profesaron religiosamente.
Quizá fuera una solución para su tragedia social, o se tratara de una familia muy
piadosa, o ambas cosas a la vez. No se puede olvidar tampoco que Mencía estaba
encantada con la rebelión de su marido, al que acompañaba en sus correrías
militares. Derrotado Girón, ella fue al Cuzco, donde la protegió
caballerosamente de iras y castigos Melchor Bravo de Sarabia (a quien acabo de
dedicarle una imagen), insistiendo en que no era responsable de las culpas de
su marido. Poco después Mencía fue a la casa que tenía la familia en Lima,
estando allí cuando ejecutaron a Girón, muerto con solo 44 años. Es evidente
que la familia no quedó en la miseria, pues ella y su madre, Doña Leonor de
Portocarrero, tuvieron dinero y energía suficientes para crear una fundación
religiosa. En principio era algo sencillo, un beaterio, que pronto (en 1558) se
convirtió en el Monasterio de la Encarnación de Lima, de la orden agustina,
siendo el primero de monjas que se instituyó en todo Perú. Es probable que su
patrimonio fuera respetado debido a que lo iban a emplear en algo tan
respetable. El ejempló cundió, y surgieron después más conventos promovidos por
viudas ricas, como hizo la dos veces viuda y extraordinaria mujer Inés Muñoz,
cuñada de Francisco Pizarro por haber estado casada con su hermano de madre
Francisco Martín de Alcántara, los cuales fueron asesinados juntos. En su
monasterio, ejerció primeramente como abadesa la madre de DOÑA MENCÍA DE ALMARAZ,
y luego ella, dando la casualidad de que ambas lo fueron durante 28 años. Se
diría que toda su familia buscó refugio y consuelo en la vida espiritual, pues
estaban en el mismo convento otras tres hermanas de Mencía, y, como veremos en
la próxima imagen, tuvo un hermano que fue un importante personaje
eclesiástico, el también agustino Fray Juan de Almaraz.
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